Pensaba escribirte y no sabía cómo empezar. De pronto pensé en Dios y en su amor infinito y supe que mi primera palabra seria su nombre santo y magnífico.
Dios, que inflama el corazón de los hombres te bendiga.
Pensaba escribirte y no sabía cómo empezar. De pronto pensé en Dios y en su amor infinito y supe que mi primera palabra seria su nombre santo y magnífico.
Esta mañana me sucedió algo curioso. Camino al trabajo pensaba con dolor en lo que pude ser y no fui. “Si hubiese sido un doctor” me recriminaba “podría haber salvado muchas vidas”, y así continué con estos pensamientos.
Pasé frente a la Iglesia que queda a la vuelta de mi trabajo. Y como todas las mañanas, me detuve unos segundos, saludé a Jesús y seguí mi camino.
Entonces, todo fue tan claro y evidente.
Me pareció comprender la voluntad de Dios y me puse a reflexionar.
¿Qué quiere Dios de nosotros? ¿Que dictemos conferencias magistrales? ¿Que tengamos muchos trofeos y diplomas? ¿Que hagamos muchas cosas en su nombre?
Él busca algo tan sencillo, que sorprende.
Dios desea nuestro amor. Esto le basta. No pide más. Nuestro pobre amor de humanos imperfectos.
Por eso nos dio este mandamiento: “Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas”.
Nuestro oficio, el más importante, es el amor.
Si amas, descubrirás a Dios en tus hermanos, los pobres, los ricos, los que sufren, los ancianos, los niños… y vivirás en su presencia amorosa y santa.
El que ama ha conquistado la mejor parte, porque Dios es amor.
¿Podrás amar a Dios con todo tu corazón?
Esta es una gracia maravillosa que siempre he admirado en los santos y que pido con frecuencia.
A mí me cuesta un poco.
Hace poco rezaba con aquella hermosa oración de san Francisco: “Señor, hazme un instrumento de tu paz”. Me sentía transportado al paraíso, lleno de una alegría interior. Quería ir por el mundo siendo un instrumento de paz.
Al rato, un auto se me atravesó en una esquina y sin pensarlo le solté al conductor palabras innombrables. Al instante, recordé la oración de Francisco y pensé avergonzado: “vaya instrumento de paz”.
Reconocí que estamos hechos de barro, y me salió del alma esta breve oración:
Señor, haznos verdaderamente, instrumentos de tu paz.
Claudio de Castro (Panamá)