Para muchos católicos que se dejan la piel diariamente en trasformar el mensaje de Dios resulta gratificante ver como la Iglesia les propone ejemplos de personas sencillas que “escuchan a Jesús y lo siguen sin desalentarse ante las dificultades”.
Remedios Falaguera (España)
Para muchos católicos que se dejan la piel diariamente en trasformar el mensaje de Dios en programas de televisión y de radio defendiendo la dignidad de la persona, la vida y la familia o, denunciando las injusticias y las faltas de solidaridad, resulta gratificante ver como la Iglesia les propone ejemplos de personas sencillas que “escuchan a Jesús y lo siguen sin desalentarse ante las dificultades”.
De manera que, me alegra comunicar,- estas noticias suelen pasar desapercibidas por llevar el cartel de “políticamente incorrectas”-, que la Congregación para la Causa de los Santos, reunida en Roma, ha informado “favorablemente” a Benedicto XVI sobre la vida y virtudes heroicas del Siervo de Dios, Manuel Lozano Garrido, “Lolo”, “un profesional comprometido y de gran talento que vivió en un período difícil y que demostró heroicidad, buscando difundir la verdad tal y como había sido capaz de percibirla” como afirmó Mons. Foley, Presidente del Consejo Pontificio para las Comunicaciones Sociales, en el evento realizado el día de San Francisco de Sales, patrono de los periodistas.
No me cabe duda que hoy, como en los tiempos de la cristiandad primitiva, ser católico resulta peligroso. Pero, ser periodista católico, vivir de la fe, defenderla con su testimonio y poner sus talentos, llenos de imperfecciones, al servicio de la sociedad sin importarle los graves sufrimientos físicos, económicos y morales que ocasiona esta decisión, es heroico.
Nunca hasta ahora ha habido en los altares un laico periodista y, solo pensar en ello, hace que nuestro trabajo recobre una nueva perspectiva, una nueva ilusión, un nuevo modelo a imitar.
Debo confesar que había oído hablar de “Lolo”, no se a quien, ni cuando ni donde. Pero, hasta hoy no me había dado cuenta de lo importante que es esta noticia para los que diariamente ponen en juego sus “armas” para prevenir la animadversión y el menosprecio que muchos sienten por Dios, para luchar contra las críticas, las humillaciones y el ridículo del que asiduamente somos objeto los que defendemos Su palabra.
¿Y qué mejor arma que esta Oración por los periodistas que escribió “Lolo” y que tanto necesitamos?
Señor:
Pon en la frente de todos los que escriben, una proa que enfile el buen puerto que eres, y asegura a su nave un paisaje completo de obreros y operarios, estudiantes y madres, profesores y chicas.
Que a su vez, en el trato y al margen del oficio sean semilla noble de ejemplo y de ternura.
Que también acaricien mirando a los semáforos o en el coche o en el metro.
Que su poso de ciencia tenga el espejo al fondo de tu sabiduría.
Que cuando las masas griten y suenen puñetazos en las cafeterías, él hable con un vaso en la palma y el agua esté serena como la faz de un lago.
Si un milagro hace falta sea en los teclados, se les vaya pintando la imagen de su hijo o la de los amigos.
Que si de pronto se hace en el mundo un silencio porque hacen falta normas, su corazón sea bravo para decir la palabra; que sea clara y rotunda y, sobre todo, justa.
Le negarás el sueño, como también la sal y el pan de cada día, si sólo él puede hablar y calla por cobarde.
Tendrá que poner "robo" o "compasión", o "hambre", y lo dirá sin tentarle la bolsa o el ascenso, el susto o la amenaza.
Que de sus labios broten consejos como fuente de pueblo, que mana día y noche.
Si alguna ración doble hay que dar de optimismo, de amor y de esperanza, escánciala sobre ellos. Mensajeros de fe y de alegría.
Que escriban de rodillas cuando un hogar naufraga.
Que no los tiente la prensa de colores –"negra", "amarilla", "rosa"-.
Un periodismo al sol, claro y limpio como tu luz dorada, sea tu guía.
Y, por último, tantas gracias ocultas de quejas aceptadas y rodillas que sangran, a ver si ellos, a ver si en ellos pueden que estén siempre en la brecha del sudor y el esfuerzo para que un hombre vaya por la acera o aprisa y se dé con tu rostro, que le sonríe entre líneas.