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¡Mama, quiero vivir!

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Este es el grito angustiado que el bebecito que habita en el “sagrario de la vida” que es el útero materno, le dirigiría a su madre si descubriera en su mente la negrísima intención de abortarlo.

Pbro. Roberto Visier (Venezuela)

Este es el grito angustiado que el bebecito que habita en el “sagrario de la vida” que es el útero materno, le dirigiría a su madre si descubriera en su mente la negrísima intención de abortarlo. Eso sería en el supuesto de que el bebé pudiera hablar y hubiera alguien capaz de escucharlo. Pero, como no tiene nombre, ni cédula de identidad, está condenado a morir olvidado: expulsado violentamente después de ingerir una píldora u otra sustancia abortiva y botado en cualquier parte, despedazado y sacado pedazo a pedazo o absorbido por un potente aspirador. Estos son los métodos más utilizados para provocar lo que se ha llamado “interrupción voluntaria del embarazo”. Eufemismo para ocultar una realidad muy sencilla, pero terrible: la interrupción voluntaria de la vida de una persona humana en sus comienzos.

Vienen a mi memoria unos hermosos versos de Calderón de la Barca en el drama “la vida es sueño”. En la escena Segismundo, aislado, recluido y encadenado desde su más tierna infancia se lamenta desesperado de su falta de libertad: “¿Qué delito cometí / contra vosotros naciendo?/ Aunque si nací,/ ya entiendo que delito he cometido. /Bastante causa ha tenido / vuestra justicia y razón, / pues el delito mayor del hombre / es haber nacido. / Mas aun quisiera saber / para apurar mis desvelos / dejando a una parte, cielos, / el delito de nacer. / ¿Qué más os pude ofender, /para castigarme más?/ No nacieron los demás?/ pues, si los demás nacieron / ¿qué privilegios tuvieron que yo no gocé jamás?”. A continuación hace una bellísima descripción de la libertad de las aves, de las fieras, de los peces, del mismo río. Sintiéndose él de mayor dignidad que todos ellos clama: “En llegando a esta razón / un volcán, un Etna hecho / quisiera arrancar del pecho / pedazos del corazón / ¿qué ley, justicia y razón / negar a los hombres sabe, / privilegio tan suave, / excepción tan singular / que Dios no negó a un cristal / a un pez, a un bruto y a un ave?”

Si Segismundo, muy justamente enojado, se duele de su falta de libertad ¿qué diremos y qué haremos nosotros ante tantas vidas inocentes segadas por el aborto provocado o por la delincuencia o hasta por las carencias sanitarias de nuestra nación? Es muy triste cuando contemplo la urna mortuoria donde yace el cuerpo de un jovencísimo muchacho abatido por un arma de fuego. Por desgracia son muchos los que he contemplado. Entonces me preguntó ¿sería que él disparó primero, tal vez una discusión violenta, una inoportuna fiesta nocturna, exceso de alcohol o simplemente de soberbia o ira, un robo, …? Entonces recomiendo a las familias presentes en la celebración exequial, que renuncien al rencor y a la venganza, aunque no a la recta justicia, y que siembren en sus hogares el cariño y el respeto mutuo, la paz, la verdadera reconciliación. Me parece el aporte más eficaz y a la vez al alcance de todos, para luchar contra la violencia que nos azota. Pero, me sigo preguntando. Si el médico que está llamado a luchar por la vida, si la madre o el padre que colaboran con Dios en el don de una nueva vida, se convierten en autores o promotores de la muerte del más inocente e indefenso de los seres humanos, que es el niño concebido aunque no nacido, ¿qué podemos esperar…?

El 25 de Marzo, festividad de la Anunciación, por decisión de la Conferencia Episcopal Venezolana, se instituyó el DIA DEL NIÑO POR NACER. Es curioso darse cuenta de que en ese mismo día, la Iglesia ha celebrado, desde tiempo inmemorial, la encarnación del Verbo, exactamente nueve meses antes de la celebración del nacimiento de Jesús. Lo que quiere decir que el comienzo de la existencia de Jesucristo, como hombre verdadero, no fue el día de su nacimiento, sino el día en que María lo concibió por obra y gracia del Espíritu Santo. Con esta clara interpretación viva del evangelio, es evidente desde la fe que la vida humana, en este caso la de Jesús, comenzó desde el momento mismo de la concepción.

 Pero esta defensa de la vida antes del nacimiento, siempre proclamada por la Iglesia y de modo tan solemne y definitiva ratificada por el Papa Juan Pablo II en la encíclica Evangelium Vitae, es algo que actualmente está confirmado totalmente por la ciencia médica. No es cuestión de opiniones o argumentos filosóficos. La vida humana está ahí y es preciso respetarla. ¡NO MATARAS!