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“No corran tras el dinero”

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Es un tiempo de particular desprendimiento de nosotros mismos y de nuestros bienes, en beneficio de los más desprotegidos.

En el año 1535, fue fundada la Casa de Moneda de México, cuando el Virrey Antonio de Mendoza llegó a la Nueva España. Él traía consigo una cédula real, con la que, la Corona Española disponía la fundación de la primera casa de moneda en América. Durante más de trescientos años, el oro y la plata fueron la base del dinero que circulaba en el país y que posteriormente circuló en el mundo, dando así un prestigio internacional a dicha Casa. Para el siglo XX, la Casa de Moneda, ya como entidad industrial, produce la moneda mexicana de cuño corriente y además acuña piezas conmemorativas de alta calidad. Por tanto, sus procesos de fabricación están sujetos a controles de calidad estrictos, que garantizan en el producto final: exactitud en el grabado, contenido del metal y el acabado.

Son siglos de historia de las monedas en nuestro país. Además, hay todo un proceso impresionante de fabricación y elaboración de las monedas que a nuestras manos llegan, que vale la pena conocer y admirar. Pero no todo queda en la admiración por su fabricación e historia, sino en el uso que damos –material y moral- a este bien. En estas fechas –de aguinaldos y compensaciones económicas- bien podemos conceder unos momentos de reflexión a tal materia: la económica.

“Debes saber que la raíz de todos los males es el amor al dinero” (1 Tim 6,10), escribe San Pablo al joven Timoteo. Pero, cuidado, la raíz de los males es el amor al dinero, no el dinero en sí. Pues diría Clemente de Alejandría, en Quis dives salvetur, 13: “¿Cómo podríamos hacer el bien al prójimo si nadie poseyese nada?” El dinero, los bienes materiales, son un bien que mucho puede ayudar a cubrir las necesidades básicas de la persona humana –que merece por ser tal, una vida digna- y de la familia entera. El capital económico familiar, puede y debe servir también, para la formación integral de cada miembro; es decir, que la cultura, la recreación, la formación académica y algunas veces la espiritual, son bienes adquiridos con al dinero además de la dedicación de los padres y los hijos.

En este tiempo, también es válido recordar las palabras del Antiguo Testamento: “Disfruta de la vida y no desdeñes un gusto legítimo si se te presenta en el camino. ¿Dejarás a otro el fruto de tu trabajo? Se repartirán a la suerte el fruto de tus sacrificios” (Eclo 14, 14-15) Pero nuestro Señor Jesucristo nos previene: “Eviten con gran cuidado toda clase de codicia, porque aunque uno lo tenga todo, no son sus posesiones las que le dan vida” (Lc 12,15) A los Hebreos, San Pablo les dice: “No corran tras el dinero…” (Heb 13,5), y ese correr lo podemos traducir en una actitud incesante de producir materialmente mucho, olvidando las otras áreas importantes de nuestra vida espiritual humana y social. “la excesiva disponibilidad de toda clase de bienes materiales para algunas categorías sociales, fácilmente hace a los hombres esclavos de la posesión y del goce inmediato… es la llamada civilización del consumo o consumismo” (Juan Pablo II, Carta Enc., Solicitudo rei Socialis, No 28)

Finalmente, es también un tiempo de particular desprendimiento de nosotros mismos y de nuestros bienes, en beneficio de los más desprotegidos. Ojala que busquemos en todo momento, hacer el bien a los de casa, a los más cercanos y hasta donde nos sea posible; pues no hay un rincón en el mundo, en el que no podamos hacer al menos, una pequeña acción de caridad y renuncia personal. En verdad, no lo hay. “Un gran río se vierte, en mil canales, sobre el terreno fértil: así por mil caminos, tú haces llegar la riqueza a las casas de los pobres” San Basilio Magno. Homilía in illud Lucae, No 5. “Busquen su reino y su justicia y se les darán también todas esas cosas” (Mt 6,33) Así sea queridos hermanos.