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Una adicción poco conocida

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Quienes proponen la apertura de centros de apuestas y demás operaciones similares jamás hablan de los lados negativos del negocio.

Hay un tipo de adicción a la que no se le ha prestado mayor atención en México. Me refiero a la adicción a los juegos de azar. No se le ha prestado atención porque no ha llegado a los niveles a que ha llegado en otras partes. Pero no estaría mal poner nuestras barbas a remojar. Y pensar en lo que tal eventualidad significaría tanto para la sociedad mexicana en su conjunto como para las personas y las familias. Ya en la ciudad de San Luis Potosí, para no ir más lejos, hay algunos centros de apuestas y juegos, que muestran gran actividad desde tempranito cada día.

Una empresa consultora americana, PricewaterhouseCoopers, informó hace un año que el ingreso mundial obtenido gracias a las actividades relacionadas con el juego se incrementa un 8.85 anualmente, de modo que para dentro de tres años tal ingreso sumará 125,000 millones de dólares. Entre esas actividades, sobra decirlo, figuran las apuestas por Internet, que enganchan diariamente a miles de aspirantes a ricos, entre ellos muchos adolescentes ilusionados. Las ganancias esperadas para ese ramo de la industria del juego son de 11,400 millones de dólares para el 2010. El tamaño de esos ingresos hace que algunos políticos autóctonos vean los casinos y todo lo relacionado con el juego como una posible solución a las tradicionalmente depauperadas arcas públicas (en el 2004, el gobierno canadiense, por ejemplo, percibió 11,600 millones de dólares por ese concepto) y a la pobreza. Claro, quienes proponen la apertura de centros de apuestas y demás operaciones similares jamás hablan de los lados negativos del negocio. Y bastarían algunas cifras, también de otros países, para ver de qué lado están los costos y de qué lado los beneficios. Cada familia canadiense, en promedio por año, gasta 1,007 dólares en el juego. Eso significa que, estadísticamente al menos, las familias de ese país gastan una buena parte de sus ingresos en soñar que serán ricos sin trabajar. Y esa proporción parece crecer en la medida en que los ingresos familiares disminuyen. En ese cálculo, obviamente, no se toma en cuenta el gasto ocasionado por transformación de un simple juego en adicción: innumerables horas-hombre perdidas, crecimiento de la incapacidad de los adictos a participar en actividades verdaderamente productivas y sociales, el costo financiero del Estado para atender a esa nueva clase de enfermos, entre los que no faltan quienes acuden al suicidio para escapar de esa espiral de vanidad. Y todo esto tampoco toma en cuenta otro daño: las familias destruidas. Los especialistas en problemas familiares señalan claramente al juego y a su adicción como una causa infalible de problemas familiares. No es difícil adivinar qué pasa por la mente de una esposa que no puede satisfacer las necesidades básicas de los hijos porque el esposo está derrochando su sueldo en una quimera. La avaricia, la falsa necesidad de compararse con los más ricos que uno para conocer el valor propio, el ansia desmedido de confort, las crisis económicas, etc., son factores que empujan a la persona a dejarse cautivar por el espejismo del juego, y a caer posteriormente en la adicción. Creo que la Iglesia puede desempeñar un papel importante en la solución de este problema hablando sobre la verdad del mismo y su alcance, y ofreciendo a los fieles la riqueza de sus recursos espirituales para prevenir y solucionar la adicción.