Estoy tratando simplemente de provocar una lucha de conciencia en el intento de remover las aguas estancadas, confiando en el “esplendor de la verdad”. Y todo esto, por amor a Cristo y a su Iglesia.
México, D.F., a 25 de diciembre de 2007.
Excelentísimos Señores:
La gracia y la paz del Señor Jesús, nacido en Belén para nuestra salvación, los acompañen siempre y los sigan llenando de santo celo por la causa del Evangelio.
INTRODUCCIÓN
Presentación
Posiblemente muchos de ustedes ya me conocen. Soy el P. Flaviano Amatulli Valente, fundador de la Familia Misionera “Apóstoles de la Palabra”, que se compone de tres organizaciones: el Movimiento Eclesial “Apóstoles de la Palabra” para los laicos, el Instituto Misionero “Apóstoles de la Palabra” para las hermanas consagradas y la Fraternidad Misionera “Apóstoles de la Palabra” para los sacerdotes y los hermanos consagrados.
En noviembre de 1986 la Conferencia Episcopal Mexicana me puso al frente del Departamento de la Fe frente al Proselitismo Sectario, integrado a la Comisión Episcopal para la Doctrina de la Fe. Con esta investidura colaboré durante algunos años con el Señor Cardenal Juan Jesús Posadas Ocampo, arzobispo de Guadalajara, y sucesivamente con el Señor Cardenal Javier Lozano Barragán, entonces obispo de Zacatecas, en su calidad de Presidentes de la Comisión Episcopal para la Doctrina de la Fe.
En un encuentro en Roma con el Cardenal Bernardin Gantin, Presidente de la Pontificia Comisión para América Latina, fui invitado a expandir mi actividad apostólica en América Central, por el grave peligro en que se encontraba a causa de la presencia de los grupos proselitistas, particularmente activos en aquella región.
Por esta razón, desde 1992 hasta 1998 dediqué la mayor parte de mi tiempo a dar conferencias y cursos en casi todos los países del continente americano, lo que me ha permitido alcanzar un conocimiento bastante preciso acerca de su realidad a nivel eclesial, especialmente en todo lo que concierne a la problemática suscitada por la acción de los grupos proselitistas.
Motivo de la presente
En distintas ocasiones alguien me ha hecho la siguiente observación: “Los obispos ¿están enterados acerca de su manera de ver la realidad eclesial y sus propuestas concretas para hacerle frente? De hecho, son ellos los que tienen la misión de apacentar al pueblo de Dios, cuentan con el don del discernimiento y al mismo tiempo tienen el poder para tomar decisiones al respecto”.
Pues bien, aquí está el motivo de la presente Carta Abierta: informar a ustedes acerca de mi manera de ver la realidad eclesial y actuar en un momento tan trascendental en la historia de la Iglesia en general y en especial de la Iglesia latinoamericana. Informar, ¿para qué? “Para ver – como dijo san Pablo – si estoy corriendo o he corrido en vano” (Gál 2, 2b).
Si, al mismo tiempo, alguien encuentra en este escrito algún motivo para cuestionarse y acelerar la solución del problema, mucho mejor. Entonces todos mis desvelos quedarán largamente recompensados.
1.- CAMBIO DE ÉPOCA
CAMBIO DE PARADIGMA
Un mundo que muere
y otro que nace
Es lo primero que salta a la vista, al examinar el momento actual a la luz de la historia de la Iglesia. Sin duda una época histórica está muriendo y otra está naciendo. De ahí la urgente necesidad de pensar en un cambio de paradigma. “Vino nuevo en odres nuevos” (Mt 9, 17; Lc 5, 38). Muchas de las antiguas estructuras eclesiásticas se volvieron obsoletas y por lo mismo ineficientes. Ya no sirven para enfrentar los retos que se nos presentan en esta nueva contingencia histórica.
Aquí está la razón más profunda de nuestro desaliento y fracaso pastoral, cuya manifestación más evidente es el éxodo silencioso de una gran cantidad de feligreses, fácilmente absorbidos por los grupos proselitistas, la Nueva Era y una enorme variedad de movimientos culturales y religiosos.
Es que los odres antiguos ya no sirven para el vino nuevo. El sistema pastoral, válido en un régimen de cristiandad, ya no tiene sentido en una sociedad plural. De ahí la crisis y el fracaso, al empecinarnos en cerrar los ojos ante la nueva realidad social y eclesial, soñando en un mundo que ya fue y nunca más volverá a ser.
Régimen de cristiandad
Se gestó durante siglos y tuvo su plena vigencia durante unos ochocientos años, es decir, desde principios del segundo milenio de la era cristiana hasta la conclusión de la época colonial. Su característica fundamental: una sociedad monolítica, a la insignia de la fe católica y sellada por un estrecho connubio entre la Iglesia y el Estado. La fe se respiraba por todos los poros y no había ningún serio peligro que la amenazara, puesto que cualquier tipo de oposición era eliminado con el uso de la fuerza, contando la Iglesia con el apoyo del Estado.
Al nacer, todos eran bautizados y con eso adquirían su identidad a nivel de Iglesia y de sociedad, puesto que el Estado no contaba con una institución propia para registrar los nacimientos, como se acostumbra actualmente en cada país. O uno era bautizado e inscrito en un registro parroquial o no existía jurídicamente. Lo mismo para el matrimonio y la defunción. Además, había bastantes presbíteros para poder atender a todos de una forma desahogada: un presbítero para 50 – 100 personas. Lo ideal, teniendo en cuenta la regla bíblica del pastor que tenía cien ovejas (Lc 15, 4; Mt 18, 12).
Sociedad plural
Separación entre la Iglesia y el Estado; la cultura en general ya no es católica y va desde el simple indiferentismo religioso hasta la oposición abierta y el más descarado proselitismo en su contra; un presbítero atiende hasta 10 – 20 y más miles de almas, esparcidas muchas veces en territorios muy vastos.
Estando así las cosas, ¿cómo es posible seguir como antes, bautizando y casando a todos por la Iglesia, como si no hubiera pasado nada y la fe siguiera transmitiéndose por costumbre, de padres a hijos y con el apoyo de todos los resortes del Estado? ¿Consecuencias? Un catolicismo sumamente débil, sin identidad propia y sin ninguna capacidad de resistencia ante la amenaza del secularismo y todo tipo de diversidad y proselitismo religioso.
Regreso a los orígenes
¿Qué hacer, entonces, en este nuevo contexto histórico? En lugar de seguir buscando inspiración en la Edad Media, tratando de apuntalar instituciones anquilosadas y propias de otra época, ¿por qué no pensar en algo nuevo, contando con la misma libertad creadora de las primeras generaciones cristianas?
En esto estriba precisamente el éxito de los grupos proselitistas, que empezaron a surgir con la caída del régimen de cristiandad y la afirmación de la sociedad plural: en su correcta perspectiva histórica, viendo en los orígenes del cristianismo su fuente principal de inspiración.
De ahí su frescura y entusiasmo misionero, a la luz de la Palabra de Dios y la experiencia de las primeras generaciones cristianas, y al mismo tiempo su rotundo rechazo hacia todas las iglesias históricas, bloqueadas por estructuras inadecuadas, enfrascadas en problemáticas propias de otros tiempos, metidas hasta el cuello en los asuntos de este mundo y poco afectas a los auténticos valores, que emanan de la fe.
Del diálogo
al indiferentismo religioso
Pues bien, ante esta realidad, ¿cuál ha sido nuestra reacción? En lugar de aceptar el cuestionamiento y el reto que nos venían de los nuevos grupos religiosos, muy activos, entusiastas y exitosos en su afán de anunciar el Evangelio (con todas sus evidentes deficiencias), y tratar de imitar su celo apostólico, le hemos dado la vuelta, enarbolando la bandera del ecumenismo y el diálogo interreligioso, vista como la gran solución a todos los problemas dentro y fuera de la Iglesia.
En lugar de aprovechar la oportunidad para realizar una revisión a fondo de nuestra realidad eclesial y reestructurar todo nuestro aparato pastoral y ministerial para situarnos en el nuevo contexto histórico y así lanzarnos a la evangelización con nuevos bríos, siguiendo el ejemplo de la competencia, hemos preferido seguir como antes, muy indulgentes con el espíritu del mundo y ciegos ante nuestra ineficiencia pastoral, tratando de ocultar nuestro fracaso bajo un manto de apertura y modernidad. ¿Con qué resultado? Un catolicismo acomplejado y desalentado, cuya única perspectiva es la derrota.
Por otro lado, para aplanar el camino al diálogo ecuménico e interreligioso, se llegó a tergiversar el papel de Cristo y su Iglesia en orden a la salvación del género humano, poniendo en tela de juicio su valor universal. Y con eso, poco a poco, se llegó al más descarado relativismo e indiferentismo religioso, que llevó a la muerte del espíritu misionero. En realidad, ¿quién va a entregar su vida a la causa del Evangelio, si al fin de cuentas todo es lo mismo?
Determinismo histórico
Es tan grande la convicción acerca de nuestra derrota como Iglesia, que ya se habla de estadísticas “científicas”, que pronostican un acelerado y constante descenso del catolicismo a nivel continental, hasta llegar para el año 2050 al 25 – 30% de la población latinoamericana. Y con eso nadie se siente responsable por lo que está pasando, como si se tratara de una derrota fatal. Algo totalmente fuera de la perspectiva cristiana.
Ahora bien, yo estoy en contra y rechazo rotundamente todo tipo de determinismo histórico. En nuestro caso concreto, estoy convencido de que, si aportamos ciertos cambios necesarios al interior de la Iglesia, no sólo lograremos parar el éxodo de los católicos hacia las nuevas propuestas religiosas, sino que lograremos revertir la situación consiguiendo un constante retorno hacia ella, una vez que los que se alejaron tomen conciencia de las enormes riquezas presentes en la Iglesia Católica, la única fundada por Cristo y que, por lo tanto, goza de la plenitud del Evangelio y los medios de salvación.
Clero y vida consagrada:
factor principal de resistencia
Aunque esto pueda parecer escandaloso, de todos modos es la pura realidad: el clero y la vida consagrada, bajo un manto de apertura y comprensión, están ocultando una actitud de egoísmo y resistencia extrema a todo tipo de cambios serios, que pongan en peligro su condición de privilegiados e instalados en el actual sistema eclesial.
Por eso hablan muy bonito de los pobres y de los laicos en general, pero en la práctica no están dispuestos a meter todas las cartas sobre la mesa en orden a buscar soluciones realistas y efectivas a los problemas que están afectando seriamente a la Iglesia. Ven que el barco se hunde y no quieren mover ni un dedo para que esto no suceda. Para ellos es suficiente que por lo menos ellos se puedan salvar. ¿Y los demás? Allá ellos. A ver qué hacen.
Algo realmente increíble. Ven que el pueblo católico se debate entre la vida y la muerte por el abandono pastoral en que se encuentra y no se deciden por un cambio de paradigma. A veces me pregunto: ¿No consiste en esto precisamente el pecado contra el Espíritu Santo, en cerrar los ojos ante la evidencia y tratar de engañarse a sí mismo y engañar a los demás, tergiversando las cosas y camuflando bajo un manto de respeto y comprensión lo que en realidad es cobardía y traición?
2.- ¿QUÉ HACER?
¿Qué hacer para que el barco no se hunda y podamos revertir la situación? He aquí algunas propuestas concretas.
1.- PRINCIPIOS GENERALES
1.- Seguridad doctrinal
Que cada católico conozca claramente su identidad como miembro de la Iglesia de Cristo. En realidad, la ignorancia nunca ha sido una buena consejera, máxime cuando se vive en un ambiente hostil y cuestionante. Por lo tanto, antes de insistir en la apertura y el diálogo, es necesario que afiancemos la identidad del católico a la luz de la Palabra de Dios y la enseñanza de la Iglesia, cuyo resumen podemos encontrar en los documentos “Dominus Iesus sobre la unicidad y universalidad salvífica de Jesucristo y la Iglesia” del 6 de agosto del 2000 y la “Nota doctrinal acerca de algunos aspectos de la evangelización” del 3 de diciembre del 2007.
Pues bien, la oposición a los contenidos de estos documentos en largos estratos del clero y la vida consagrada es una prueba fehaciente de la grave crisis doctrinal en que nos encontramos, por apostar totalmente en favor de la apertura indiscriminada y buscar, a cómo dé lugar, un entendimiento con los que no comparten nuestra fe, dispuestos a ceder hasta lo imposible.
2.-Vivencia de la fe
Es tiempo de reexaminar la doctrina del ex opere operato y apuntar decididamente sobre la eficacia de los sacramentos y la importancia de hacer todo el esfuerzo posible por vivir la fe en plenitud, siendo menos indulgentes hacia toda forma de catolicismo popular, extremadamente débil ante la agresión sistemática y capilar de los grupos proselitistas.
Solamente así podremos ir parando poco a poco la continua sangría de católicos hacia otras propuestas religiosas e ir construyendo un tipo de catolicismo más adulto y responsable. Teoría y práctica, fe y acción, palabras y obras, tienen que regir todo nuestro actuar pastoral. No solamente el conocimiento y el rito.
3.- Espíritu creativo
En un momento de cambio, la rutina es la muerte y la creatividad es la vida. Saliendo de un mundo en que todo estaba establecido desde arriba y todo dependía de la autoridad, para muchos los conceptos de corresponsabilidad, iniciativa personal y libertad de expresión suenan a herejía. Y, sin embargo, solamente manejando estos nuevos conceptos, uno puede volverse creativo, sugiriendo o aportando soluciones concretas a la nueva problemática, a medida que se vaya presentando.
Para lograr esto, es necesario entender correctamente el papel de la autoridad dentro de la Iglesia, borrando todo tipo de autoritarismo, muy ligado a regímenes de tipo monárquico, propios de los tiempos pasados. No entender esto lleva al infantilismo y la parálisis, que permean muchos de nuestros ambientes, pensando que todo tiene que venir desde arriba o contar con su anuencia, como si hubiera una línea directa entre la autoridad y el Espíritu Santo y éste no contara con otros canales de comunicación.
Un resabio de esta mentalidad lo encontramos en la costumbre del texto único para la catequesis y tantas cosas más, cortando todo intento de creatividad y obligando a todos a seguir el mismo camino, como si todos tuviéramos las mismas capacidades y exigencias. Lo mismo por lo que se refiere a la manía, que tienen muchos clérigos, de prohibir o implantar asociaciones o métodos de trabajo a su antojo, sin tener en cuenta la sensibilidad, las aspiraciones o la situación concreta en que se encuentran los feligreses.
Espíritu creativo y respeto a los derechos y exigencias de cada miembro de la Iglesia hoy en día representan un buen antídoto contra todo intento de autoritarismo y un aliciente para crear dentro de la Iglesia relaciones realmente humanas, a la insignia de la dignidad y no del servilismo.
4.- Reestructuración general
del aparato pastoral y ministerial (1)
Que cada católico pueda ser atendido personalmente en su caminar a la luz de la fe. Esto implica una reorganización de todas las estructuras pastorales y el aparato ministerial. Ya no basta el culto. Hoy, para vivir la fe sin el peligro del desaliento o la caída ante todo tipo de tentaciones que la amenazan, urge el apoyo constante de parte de algún miembro de la comunidad, preparado y entrenado para desempeñar este tipo de servicio.
El problema es: ¿Cómo lograr esto, puesto que no contamos con un número suficiente de agentes de pastoral, debidamente preparados, ni con los fondos económicos necesarios para su remuneración?
5.- Clave de la solución:
separar la economía del culto
Separen la economía del culto y verán cómo todo el panorama eclesial empieza a despejarse y cambiar radicalmente, dando origen a un proceso de reacciones en cadena. En realidad, ¿qué es lo que actualmente está atorando a la Iglesia, impidiéndole ver las cosas con claridad para poder despegar el vuelo con toda libertad? El problema económico. Como dijo san Pablo, “el amor al dinero es la raíz de todos los males” (1Tim 6, 10).
De hecho, puesto que a cada acto cultual corresponde una recompensa económica, todos los esfuerzos están enfocados en esta dirección, descuidando otros aspectos igualmente importantes en la vida eclesial, como son la evangelización y el pastoreo. Además, se realizan los actos cultuales, sin una verdadera preocupación por su eficacia.
Estoy convencido de que, una vez separada la economía del culto, se empezarán a ver las cosas con mayor realismo y a dirigir los esfuerzos en la dirección correcta, teniendo como preocupación prioritaria la “conversión”, la formación y el acompañamiento del mayor número posible de católicos, puesto que de este tipo de católicos dependerá la solución del problema económico para sostener todo el aparato pastoral y ministerial de la Iglesia. Y, como consecuencia, todo esto llevará también a un cambio radical en la formación de los futuros pastores de almas, volviéndose más práctica y menos abstracta, encaminada a formar discípulos y misioneros de Cristo, ya no filósofos o teólogos.
¿Una utopía? Claro que se trata de una utopía en el sentido mejor de la palabra, como algo que no existe en la actualidad y que sin embargo un día podrá existir, a condición de echarle ganas y estar decididos a enfrentar seriamente los retos que presenta la actual problemática eclesial. La pregunta es: entre los miembros del clero, ¿cuántos están realmente dispuestos a “rifársela”, con tal de cambiar radicalmente la perspectiva para el futuro, volviéndola de derrotista en exitosa?
Según mi experiencia, solamente unos cuantos tienen el coraje moral para enfrentarse a todas las consecuencias que puedan darse a raíz de una decisión de este tipo, mientras la gran mayoría prefiere seguir como antes, aunque esto implique el colapso del catolicismo. De todos modos, con unos cuantos pastores de almas decididos, se puede empezar la gran aventura del cambio dentro de la Iglesia, pasando de un catolicismo de tradición a un catolicismo de convicción, de un catolicismo de fachada a un catolicismo auténtico, de un catolicismo clerical a un catolicismo eclesial, en que todos lo miembros de la Iglesia tengan la oportunidad de prestar un servicio a la comunidad, en un plan de dignidad, es decir con un reconocimiento jurídico oficial y contando con una correspondiente remuneración económica, según la propia necesidad y el servicio prestado.
La meta es muy clara: que el clero ya no sea el único detentor del ministerio dentro de la Iglesia y aprenda a compartir las responsabilidades con las demás fuerzas vivas de la comunidad. Aquí está el grande reto para que la Iglesia católica pueda salir de la actual situación de estancamiento en que se encuentra y pueda mirar con confianza hacia el futuro. Que, contando con más ministros, oportunamente capacitados y debidamente remunerados, ya nadie quede sin la debida atención pastoral.
3.- INICIATIVAS PRÁCTICAS (2)
1.- Primacía de la Palabra de Dios.
Mi lema es: Biblia para todos y Biblia para todo; todo con la Biblia y nada sin la Biblia. Biblia para niños, adolescentes, jóvenes y adultos; Biblia para la religiosidad popular (3), la catequesis presacramental (4), la oración personal y comunitaria; Biblia para la santa misa y la celebración de la Palabra.
Que todo católico se familiarice con la Biblia y ésta se vuelva en la principal fuente de inspiración en todo el quehacer eclesial. Solamente así el católico podrá sentirse seguro interiormente y estar en condiciones de entablar un diálogo efectivo y constructivo con quien sea.
2.- Purificación de las costumbres
Por lo general, como hay poco compromiso en aclarar el aspecto doctrinal, lo mismo está pasando en el asunto de las costumbres. Existe mucha dejadez. Con toda facilidad se pasa de la celebración del sacramento a la fiesta pagana, con borrachera y todo tipo de desorden. ¿El pretexto? Así es nuestra gente; no hay celebración sin licor. Y se deja que todo fluya por su cuenta.
Lo peor del caso es que en ocasiones esto se da también entre católicos supuestamente comprometidos y hasta en ambientes clericales, causando grave escándalo entre la feligresía en general. Por eso muchas veces los de la competencia nos tildan de “paganos”.
Si queremos un cambio real dentro de la Iglesia, tenemos que aprender a dar pasos concretos hacia la autenticidad doctrinal y la práctica de la vida cristiana, empezando por eliminar los aspectos negativos, que más saltan a la vista y representan un motivo de escándalo para todos, como por ejemplo los bailes con borrachera con ocasión de las fiestas religiosas, bailes promovidos muchas veces por los mismos clérigos con el cuento de “sacar fondos para las obras parroquiales”, la utilización de las imágenes y las devociones populares con fines mercantilistas y en general todo lo que tiene que ver con la explotación de la credulidad de la gente con tal de procurar más entradas económicas.
A veces me pregunto: ¿por qué, en lugar de ser indulgentes con los vicios de nuestra gente, no hacemos algo para ayudarla a liberarse de ellos, mediante retiros espirituales, asesoría espiritual o atención sicológica? ¿Por qué nosotros, en lugar de limitarnos a criticar o admirar los métodos que utiliza la competencia con fines proselitistas para sacar a la gente del vicio, no inventamos algo, dentro de la Iglesia o con el patrocinio de ella, con miras a liberar a la gente de alguna adicción, que tiene que ver con el alcoholismo o la drogadicción? Según mi opinión, esto es lo que más necesita la Iglesia para adquirir credibilidad ante el pueblo, no tanto el profetismo puro, manifestando la propia inconformidad contra las autoridades o las estructuras injustas.
3.- Documentos de la Iglesia
Por lo general, los documentos de la Iglesia no son operativos, sino simplemente doctrinales y exhortativos. Ahora bien, en este nuevo contexto histórico, para poder avanzar con miras a crear un nuevo modelo de Iglesia, más actual y funcional, es necesario que sean más precisos, teniendo en cuenta los diferentes destinatarios y el objetivo de cada documento.
En este aspecto la competencia, sin duda, puede representar un ejemplo para nosotros en la manera realista de realizar los análisis y establecer objetivos precisos con estrategias concretas para alcanzarlos, dando pasos y evaluando continuamente los resultados.
4.- El diaconado permanente,
pieza fundamental para el cambio
Dada la urgencia de contar con más agentes de pastoral para hacer frente a las enormes necesidades de la Iglesia actual, especialmente en la línea de la evangelización y el pastoreo, veo conveniente empezar confiriendo el ministerio del diaconado permanente a gente de conducta probada, entrega generosa al servicio de la Iglesia y años de experiencia.
Actuando como puente entre la jerarquía y laicado, sin duda pueden resultar de mucha utilidad para enfrentar los nuevos retos que se presentan a la Iglesia, siendo más sensibles para detectar los problemas y encontrar soluciones prácticas a las distintas necesidades de los feligreses. Contando con su experiencia y espíritu de discernimiento, será más fácil para todos realizar una reestructuración general del aparato pastoral y ministerial de la Iglesia.
CONCLUSIÓN
Posiblemente algunos de ustedes, al leer lo anterior, pensarán: ¿Por qué el p. Amatulli habla con tanta claridad acerca de ciertos aspectos negativos presentes en la Iglesia? ¿No sería mejor que tuviera en cuenta el refrán que dice: “Los trapos sucios se lavan en casa”?
Mi respuesta es muy sencilla: aquí no se trata de trapos sucios, sino de toda una realidad eclesial que es urgente examinar atentamente y enfrentar con decisión, antes que sea demasiado tarde. Puesto que se trata de un asunto que afecta profundamente a toda la Iglesia en su presente y en su futuro, es necesario que todo el mundo católico se entere y se involucre en su análisis y búsqueda de soluciones. Que mañana alguien no me acuse de haber detectado el peligro a tiempo y no haber intervenido por cobardía u otros intereses inconfesados (Ez 3, 16-21).
Alguien podría cuestionarme también acerca de la eficacia de una acción, que para muchos puede parecer suicida por el tipo de reacciones que podría desencadenar. De hecho, al leer mis escritos acerca de estos temas, generalmente los comentarios van en el sentido de que son “fuertes”, “muy fuertes”, “atrevidos”, etc. De todos modos, aquí no se trata de saber de antemano si todo lo que hago va a tener éxito o no, va a ser aceptado o rechazado.
Estoy tratando simplemente de provocar una lucha de conciencia en el intento de remover las aguas estancadas, confiando en el “esplendor de la verdad”. Y todo esto, por amor a Cristo y a su Iglesia. Que vaya a tener éxito o no, dependerá de muchas circunstancias y no solamente de mi buena voluntad y atrevimiento.
“Por amor de Sión no callaré,
por amor de Jerusalén no descansaré,
hasta que despunte la aurora de su justicia
y su salvación llamee como antorcha” (Is 62,1).
En espera de algún comentario al respecto, les pido su pastoral bendición y les aseguro un recuerdo especial en mis oraciones.
Su devmo. en Cristo
P. Flaviano Amatulli Valente, fmap (México)