A partir del 15 de abril, Benedicto XVI está en visita pastoral en los Estados Unidos, en la nación símbolo de la modernidad. Desde ahí, una vez más, aboga por la construcción de un mundo donde el amor, el respeto a la vida, la reconciliación y la solidaridad sean las normas que lleven al verdadero progreso de la familia humana.
H. Alejandro Juárez, LC
El 2 de abril de 2005 fue el día en que los hombres perdieron la esperanza. La muerte de Juan Pablo II trajo consigo el desconsuelo y la congoja. Habíamos perdido a un Padre, al Buen Pastor que siempre nos cargó en sus hombros y nos alentaba en la lucha de cada día. Del mismo modo, se veía morir con él, la esperanza.
El mundo estaba estupefacto, no concebía lo que pasaba. Pero el 19 de abril del mismo año, se abría la puerta que nos rejuvenecería la esperanza. El corazón latía al máximo. Habemus Papam! Hombres y mujeres reunidos en la Plaza de San Pedro, alrededor de una televisión, radio o computadora buscaban adivinar el nombre del nuevo Papa. ¡Cardenal Joseph Ratzinger… Benedicto XVI! La gente permaneció boquiabierta al no escuchar el nombre de Juan Pablo III. Pero lo más maravilloso era ver el júbilo por saber que Dios no nos había dejado solos, que nos manda un nuevo Papa, un nuevo Pastor.
Tres años más tarde el Papa viene a los Estados Unidos para traer el mensaje de salvación, un mensaje de amor y de esperanza. Los americanos esperan la llegada del Vicario de Cristo el martes, 15 de abril en la Ciudad de Washington, D.C. La mayoría de los americanos (incluso los no católicos), esperan que el Papa venga a hablarles de Dios en su vida diaria.
Aquí en Nueva York se vienen a la mente las palabras de los discípulos de Emaús: “«Ven»… Quédate con nosotros”. Esto es lo que se percibe en los católicos de este país. Ven, permanece más tiempo a nuestro lado. Quédate, que tenemos y queremos aprender de ti. Ven y trae contigo tú proclamación de amor y esperanza. Quédate y enséñanos a estar más cerca de Cristo.
El Papa, además de ser un gran intelectual, sabe llegar a los corazones de los hombres y encontrar la necesidad de cada uno de nosotros. Así lo encontramos en sus dos encíclicas escritas: “Deus Caritas est” (Dios es amor) y “Spes Salvi (Salvados en la esperanza)”. En ellas se proclama su «edicto», vivir en el amor con la esperanza puesta en el abrazo eterno con el Padre Celestial. El Papa sigue escribiendo en los corazones de los hombres dejando en ellos el mensaje de «seguir» a Cristo a pesar de los momentos difíciles de la vida.
La visita del Santo Padre a los Estados Unidos no se queda sólo en palabras o discursos bonitos, en eventos masivos, misas o reuniones privadas, sino que viene a repetir la palabra de Cristo: «Sígueme».
«Sígueme». Comentará al Presidente de los Estados Unidos, George Bush en su reunión en la Casa Blanca su deseo de que los Estados Unidos sean un país de esperanza para el mundo, pidiendo una vez más por la paz mundial e intercediendo por los más necesitados. También exigirá a las Naciones Unidas que sigan el camino establecido por Dios, dejando a un lado la guerra, el aborto, las drogas y todo aquello que tanto está dañando al hombre en su búsqueda de Cristo.
«Sígueme». Palabra con la cual exhortará a todos los obispos del país y les pedirá que no dejen de caminar junto a la Iglesia y el Papa. Que no le dejen solo en la lucha por extender el mensaje de amor y esperanza en los hombres. En pocas palabras, que todos sean Uno, como los primeros creyentes.
«Sígueme». No dejará de proclamar su mensaje de esperanza a todas esas multitudes que estarán en las calles, en los estados, en las misas y santuarios. Les insistirá que no dejen sólo a Cristo, que él es el Camino, la Verdad y la Vida. Que no se dejen engañar por todos aquellos que se hacen pasar por Cristo, cuando lo único que hacen es separarlos de su amor.
«Sígueme». Palabra que no se cansará de repetir a todos los sacerdotes, seminaristas, consagrados y consagradas en la vida religiosa, para que sean fieles y santos en el seguimiento de Cristo. Igualmente para que siempre brille la jovialidad, el entusiasmo y la alegría el servicio y donación a la Iglesia.
«Sígueme» dirá a todos los hombres y mujeres que habitamos esta tierra durante su visita al lugar donde se situaban las Torres Gemelas, para que dejando todo odio, rencor, envidia y mal, podamos llegar algún día todos a la Casa del Padre.
«Sígueme» a donde quiera que vaya, porque no soy yo, Juan Pablo II o Benedicto XVI, quien te llama, sino el mismo Cristo quien te espera con los brazos abiertos.