El pueblo fiel recurre constantemente a la Santísima Virgen María en busca de alivio a sus múltiples penas. Y vaya si hay motivos para esta práctica saludable: María es la mujer al pie de la cruz que, cuando casi todos han abandonado al Maestro, prodiga el consuelo, el alivio en el momento sublime de la cruz, a nuestro Redentor.
Novena a la Virgen María
Guillermo Juan Morado
Si quisiésemos escribir una novena para cada advocación de la Virgen no nos llegarían los días de una vida entera, por larga que ésta fuese. La devoción a Nuestra Señora está tan difundida que abarca las diversas épocas de año y se extiende por toda la geografía: “A su bondad materna, así como a su pureza y belleza virginal, se dirigen los hombres de todos los tiempos y de todas las partes del mundo en sus necesidades y esperanzas, en sus alegrías y contratiempos, en su soledad y en su convivencia”, escribe Benedicto XVI al final de su encíclica Deus caritas est.
Por ello, en esta Novena a la Virgen María, que acaba de ser publicada (editorial CCS, colección Mesa y Palabra, nº17, Madrid 2008, 74 páginas), hemos seleccionado sólo algunos motivos, algunas razones que brotan de la fe, de entre las muchas que los cristianos tenemos para honrar a la Madre de Dios. María, escogida desde toda la eternidad para ser la Madre del Señor, es la llena de gracia, la siempre virgen, cuya fe obediente se convierte en primicia y modelo de la fe de la Iglesia. La única mediación de Jesucristo incluye, subordinada pero realmente, la mediación de su Madre, de la Mujer que ya en Caná intercede por nosotros ante su Hijo. Al saludarla como Bienaventurada no hacemos otra cosa que reconocer la grandeza de Dios, cuyo poder realiza obras grandes en sus criaturas.
En la letanía al Inmaculado Corazón de María se invoca a la Santísima Virgen como “alivio de los que sufren”. El alivio es lo que aligera, lo que hace menos pesado, lo que mitiga la fatiga o la aflicción. Si pensamos en Jesucristo, sobre todo en su Pasión, descubriremos a María como el único alivio que, desde la tierra, consuela a nuestro Redentor. La Virgen está junto a la Cruz de su Hijo (cf. Juan 19, 25), firme en la fe, en la esperanza y en el amor.
No falta en el mundo, ni en nuestra propia existencia, el sufrimiento. El mensaje cristiano es un mensaje de alegría y de esperanza, porque confiesa la victoria de Cristo sobre el mal, el dolor y la muerte. Pero es también un mensaje de alivio, de consuelo, de compasión. Abrirse al sufrimiento de los otros e intentar, en lo posible, aligerar su carga nos hace crecer en humanidad y nos asimila al Hombre perfecto, Jesucristo, nuestro Señor.
Hace ya algunos años, tuve ocasión de meditar sobre este aspecto participando en la fiesta de la Virgen del Alivio que, en septiembre, cuando ya ceden los rigores del verano, celebran en la parroquia de Santa María de Tomiño, en la diócesis de Tui-Vigo. Me parece una advocación muy hermosa. ¡Qué Nuestra Señora nos ayude a testimoniar el “consuelo de Dios”!