Contrario a lo que muchos medios de comunicación en el mundo entero han dicho, a veces en tono irónico, no se trata de una lista de nuevos pecados; tampoco de un intento más, por parte de la Iglesia, de coartar libertades o restringir derechos, sino simplemente, una reflexión sobre nuevas las formas de trasgredir los 10 Mandamientos otorgados como un don de Dios para la felicidad del hombre. Hoy es oportuno que se tome conciencia de la presencia del “mal moral social” en espacios anteriormente desatendidos, para ponerle remedio lo más pronto posible, antes que siga influyendo, nefastamente, sobre toda la humanidad.
Padre Marsich s.x.
No es cierto que, en la era de la globalización, los pecados tradicionales se hayan descontinuados; tampoco los famosos y dantescos vicios capitales han sido superados. Lo que pasa, hoy, es que hemos tomado conciencia de actitudes y acciones que no se suelen llamar pecados y que sí lo son. En efecto, existen áreas de la vida personal y social donde se cometen arbitrariedades que ofenden la dignidad de las personas y que se repercuten nefastamente sobre la sociedad en general. Frente a estas nuevas realidades pecaminosas y fenómenos, cuyo despliegue viola derechos y valores que son, racional y religiosamente innegociables, no podemos quedarnos indiferentes. Me refiero a los abusos que se cometen en las nuevas áreas de la bioética y ecología; a los inaceptables fenómenos del tráfico y consumo de drogas, del atesoramiento excesivo y sin solidaridad, del cínico enriquecimiento especulativo y de la insensibilidad egoísta frente a la extrema pobreza de la mayor parte de la humanidad. No olvido, desde luego, las áreas tradicionales de la pecaminosidad humana, cuyas dimensiones, por cierto, se han escandalosamente amplificado: la injusticia social, la corrupción y el soborno, el armamentismo, las guerras inútiles, el desarrollo no sustentable y perjudicador de la naturaleza y la irresponsable supresión de seres humanos, sea en estados embrionarios que terminales.
El señalamiento de nuevas formas de pecar, hecho por la Penitenciaría Apostólica, en la persona del franciscano padre Girotti, ha sido indudablemente oportuno y necesario. La atención al pecado, en sus nuevas formas, se presenta, hoy más que ayer, urgente. Y lo es, propiamente, por sus repercusiones sociales que son, hoy, más amplias y devastadoras que en el pasado.
Como podemos constatar, no se trata de una lista de nuevos pecados; tampoco de un intento más, por parte de la Iglesia, de coartar libertades o restringir derechos. Simplemente, es más que oportuno, hoy, que se tome conciencia de la presencia del “mal moral social” en espacios anteriormente desatendidos, para ponerle remedio lo más pronto posible, antes que siga influyendo, nefastamente, sobre toda la humanidad.
La denuncia de la presencia del mal, en estas nuevas áreas de la sociedad contemporánea, no puede que ser favorable y beneficioso para todos. Lo será, en efecto, en la medida en que logremos combatirlo con eficacia y en solidariedad con todos los hombres de buena voluntad.
El tono burlesco, con que los medios de comunicación han tratado de manipular la entrevista al padre Girotti, y reportada por el periódico vaticanista “L’Osservatore Romano”, en fecha 9 de marzo 2008, no es seguramente índice de inteligencia ni de ética profesional. A los medios de comunicación, desde luego, volvemos a pedir objetividad y respeto, cuando se trata de informar acerca de temas sensibles y delicados, como aquellos que se repercuten en la conciencia, en la vida y en el destino de nuestros pueblos. La manipulación mediática de la verdad, permítame decirlo, es seguramente un pecado más, que deberíamos condenar e incluir en la enumeración señalada, muy oportunamente, por el padre Girotti.
La prensa, inoportunamente, ha inventado el rollo inexistente de los “nuevos pecados”. En realidad, son nuevas las formas de cometerlos; inédita la conciencia que se tiene de ellos y, alarmantes, los efectos sociales que provocan.
No se trata de nuevos pecados por que todos son conducibles en el espacio de los 10 Mandamientos de Dios y, de hecho, se oponen a ellos. Si pensamos que el decálogo ha sido un don de Dios al pueblo de Israel para que conservara la libertad recién conquistada, practicara fielmente la justicia alcanzada y viviera la fraternidad lograda, de ninguna manera podemos hablar de ellos de manera despectiva e irreverente.
La profundización que se lleve a cabo, respecto a una mejor comprensión de ellos, sólo beneficiará a cada persona y a la sociedad humana y cristiana en que vivimos. Ésta, más que nunca, tiene necesidad de justicia social, fraternidad, igualdad, solidariedad, respeto y paz. Sólo la fidelidad a los mandamientos será garantía de éxito y, la evitación del pecado, su salvación.