Así como en los hogares hay algunos insectos que lejos de ayudar a la vida cotidiana, la perjudican, de igual forma en la Iglesia, hay algunas situaciones, actitudes y hasta estilos de vida que es necesario fumigar.
¡Hasta en las mejores casas sucede! Versaba un anuncio comercial de hace algunos años, haciendo referencia a las cucarachas y otros insectos que se cuelan a los hogares. Creo que todos en algún momento, en mayor o menor grado, hemos padecido la molesta presencia de algunos insectos en el hogar. Pero esta lucha no es nueva. Desde hace diez mil años, después del inicio de la agricultura, con el establecimiento de los primeros grandes rebaños y el inicio de un tipo de vida en el que era necesario almacenar granos y otras materias primas, surge la necesidad de concentrar los esfuerzos para combatir una gran variedad de animales vertebrados e invertebrados. Aunque en el inicio de la batalla se hacían ofrendas a los dioses –en una actitud mística o supersticiosa- los problemas eran tales que fue necesario hacer frente a las plagas de otra forma. Antes del periodo 2500 AC los sumerios usaron los compuestos derivados del sulfuro para el combate de insectos y ácaros. Para 1200 AC los chinos empezaron a utilizar los derivados de las plantas con propiedades insecticidas o fumigantes. Los chinos también iniciaron el uso del gis y cenizas de madera para la prevención y combate de los insectos dentro y fuera de los almacenes. Los compuestos de mercurio y arsénico se utilizaron para el combate de las pulgas y otras plagas del cuerpo humano. Resulta de interés mencionar que los chinos hicieron las observaciones sobre los ciclos de las cosechas muchos años antes de nuestra era y consecuentemente inician el cambio de los periodos de siembra para evitar apariciones estacionales de plagas. Técnicas similares fueron empleadas por los griegos y los romanos contemporáneos. Homero (950 AC) observó el valor de la quema de las praderas para la eliminación de la langosta. Herodoto (450 AC) menciona el uso de mosquiteros. Increíblemente, los insectos representan el 75% de las especies animales en el mundo.
Este breve extracto de una investigación de la Doctora Beatriz Villa, será nuestro punto de partida para nuestra reflexión de hoy. Así como en los hogares hay algunos insectos que lejos de ayudar a la vida cotidiana, la perjudican, de igual forma en la Iglesia, hay algunas situaciones, actitudes y hasta estilos de vida que es necesario fumigar. El Apóstol Pedro escribe: “Rechacen, pues, toda maldad y engaño, la hipocresía, la envidia y toda clase de chismes” (1 Pe 2,1) En el mismo tenor San Pablo exhorta: “Arranquen de raíz de entre ustedes disgustos, arrebatos, enojos, gritos, ofensas y toda clase de maldad. Más bien sean buenos y comprensivos unos con otros, perdónense mutuamente como Dios los perdonó en Cristo” (Ef 4, 31,32) Constantemente escucho sobre los problemas que aquejan a los grupos de diferentes comunidades, en esta y otras diócesis. Y, casi siempre el meollo del asunto, es la forma de vida de los bautizados. Se precisa hoy un esfuerzo personal y grupal por hacer vida lo que Pedro y Pablo nos recomiendan. Será necesario para la Iglesia –presbíteros y lacios- fumigar del propio corazón en primer lugar, de los grupos parroquiales y de las parroquias mismas en segundo, toda clase de egoísmo, soberbia, desesperanza, rencor, envidia, rivalidad y vanagloria. “Examinen, pues, con mucho esmero su conducta. No anden como tontos, sino como hombres sensatos. Por tanto no sean irresponsables, sino traten de comprender cuál es la voluntad del Señor” (Ef 5, 15.17)
“En esto reconocerán todos que son mis discípulos: en que se aman unos a otros” (Jn 13, 35) dice nuestro Señor Jesucristo. Y más adelante, con cierta ternura de padre escribe San Juan: “Hijitos, no amemos con puras palabras y de labios para afuera, sino de verdad y con hechos” (1 Jn 3,18) No nos hagamos ilusiones. No seremos reconocidos como hijos de Dios por el hecho de salir de un grupo parroquial semanalmente, por salir de la Misa cada domingo y por frecuentes prácticas piadosas. No. Será la medida del amor efectivo y concreto, transformado en acciones precisas y humildes, por las que seremos reconocidos como auténticos discípulos de Cristo; por el trato cortes; por el respeto mutuo a las diferencias personales, grupales y entre movimientos eclesiales; por la caridad con los que no creen y con los más pobres; en fin, por una vida de renuncia constante y alegre. “Tú me haces comprender, oh Jesús, que la caridad no ha de quedar encerrada en el fondo del corazón. <<Nadie –has dicho- enciende su candela para ponerla debajo del celemín, sino que la pone sobre el candelero para que alumbre a todos los que están en la casa>. Me parece que esta candela es al caridad, la cual ha de alumbrar y alegrar, no sólo a los que me son más queridos, sino a todos los que están en la casa, sin excluir a nadie” (Santa Teresa del Niño Jesús. Manuscritos Autobiográficos C, IX, 25.33)
Ojala queridos hermanos, que estemos atentos a cualquier “plaga” que pretenda mermar la vida de comunidad cristiana y la erradiquemos con la fuerza Espíritu Santo y una férrea voluntad por hacer la Voluntad del Padre. Que así sea por intercesión de San Francisco de Sales y San Rafael Guízar, hombres humildes y bondadosos.