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Desde el perdón, con un “gracias”

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Necesitamos recordar con frecuencia dos palabras que resumen nuestra aventura humana: perdón y gracias.

Necesitamos recordar con frecuencia dos palabras que resumen nuestra aventura humana: perdón y gracias.

Perdón, porque preferí mi egoísmo al servicio. Porque busqué mis intereses a pesar de ver a alguien necesitado de cariño o de comida. Porque ignoré al enfermo y me encerré en mis “obligaciones” cotidianas.

Perdón, porque dejé crecer mis pasiones y ya no supe controlarlas. Porque acumulé envidias en vez de darme al prójimo sin medida. Porque me encerré en mis faltas cuando estaba llamado a dar cada día un nuevo paso hacia la vida.

Perdón, porque no supe perdonar ni pedir perdón. Porque guardé rencores durante a?os. Porque hice daño con la lengua a quien vivía a mi lado.

Perdón, porque tantas veces confíe en mí mismo y acabé en el fracaso. Porque me olvidé de Dios y quise construir un mundo a mi medida. Porque no supe rezar en la hora de la prueba ni en los momentos de la dicha.

Perdón, porque busqué sentirme bien y aumentar mi “autoestima”, cuando muchos hermanos míos esperaban que me olvidase de mí mismo y dedicase todas mis energías a la hermosa vocación de amar hasta dar la vida.

Y gracias. Gracias porque existo, simplemente. Porque soy parte de un mundo lleno de vida, de amor y de maravillas.

Gracias, porque sale el sol por las mañanas, porque llegan nubes llenas de agua generosa, porque florece el almendro y vuelan las gaviotas.

Gracias, porque después de cada invierno viene la primavera con sus abejas ruidosas y sencillas. Y porque tras el calor del verano, el otoño llega con los frutos de la tierra.

Gracias, porque hay amor entre los hombres. Porque ese amor unió en matrimonio a mis padres. Porque un día nací rodeado de cariño y de hermanos. Porque fui cuidado, vestido, lavado, alimentado y educado por mil manos buenas.

Gracias, porque me llamaste a ser hijo en la Iglesia, porque me ofreciste la salvación desde el Calvario, porque me lavaste al ver mis muchos pecados, porque me entregaste Tu Cuerpo y Tu Sangre en la Eucaristía.

Gracias, porque nos alimentas de esperanza, nos acompañas en las pruebas, nos invitas al amor eterno. Porque nos has preparado un lugar, para siempre, en la casa de tu Padre, que es también el Padre nuestro…

P. Fernando Pascual (España)