Jason dice que ser autista a veces le hace sentirse diferente. Pero mientras estaba ahí, a hombros y aclamado por todos, se daba cuenta que nunca se había sentido tan diferente, tan increíblemente diferente.
Una. ¡Dos! ¡¡Tres!! ¡¡¡Cuatro!!! ¡¡¡¡Ciiinco!!! ¡¡SEEEIIS!!… Ejem, perdón. Lo que pasa es que no puedo creérmelo. ¡Metió seis canastas en el partido! Sí, claro, no es un número muy grande, pero para él es increíble. Pero… permítanme que les presente a Jason McElwain.
Jason es el ayudante de Jim Johnson, el entrenador del equipo de baloncesto del Greece Athena Highschool, en Rochester, (Nueva York, Estados Unidos). Echa una mano en todo lo que el equipo necesita: traer agua, ir pasando el balón en los entrenamientos, etc. Esto no es nada extraordinario, claro. Pero hay un pequeño detalle, algo perceptible en su mirada: Jason tiene autismo.
El padre de Jason cuenta que su hijo no tiene ningún problema en mostrar sus sentimientos y emociones en los partidos: «Si llegaba a casa después de una derrota, era terrible. Se pasaba todo el día gritando».
El tiempo pasaba y al entrenador Jim se le ocurrió una gran idea. Jason ha dedicado mucho tiempo al equipo, así que le daría la oportunidad de sentir lo que significaba estar en el banquillo y con el uniforme puesto. Lo haría en el último partido de la temporada.
Todo parecía normal. Jason seguía el partido sentado en el banquillo. Pero cuatro minutos antes de terminar, Jim se puso de pie y señaló al número 52: Jason McElwain. Después de haber estado años trayendo agua y pasando balones, iba entrar al campo de juego.
Las dos primeras veces que tiró a canasta Jason falló. Jim rezaba: «Señor, por favor, que haga una canasta». El balón le llegó de nuevo a Jason y tiró… ¡Una canasta de tres puntos! Todo el público gritó entusiasmado: Jason había anotado.
Pero Jason no se dio por satisfecho: terminó metiendo seis canastas de tres puntos: una detrás de otra. Y en cada canasta, todo el público -sus amigos, familiares, incluso los contrincantes- saltaban de entusiasmo. La última canasta, justo cuando sonó el pitido final, causó la locura absoluta. Todos entraron al campo y lo levantaron en hombros.
Jason dice que ser autista a veces le hace sentirse diferente. Pero mientras estaba ahí, a hombros y aclamado por todos, se daba cuenta que nunca se había sentido tan diferente, tan increíblemente diferente.
Juan Antonio Ruiz, L.C. / Buenas Noticias