Ella quería mostrar su gratitud a Dios, compartiendo con el Papa el itinerario espiritual que había recorrido a lo largo de su cautiverio
Este lunes (1 de septiembre) tenía lugar en la residencia pontificia de Castelgandofo, una entrañable entrevista entre Benedicto XVI e Íngrid Betancourt. Al poco tiempo de su rescate, con el que se ponía fin a más de seis años de secuestro, Betancourt había manifestado su deseo de encontrarse con el Papa. Fueron 25 minutos de conversación privada, seguidos de un encuentro con su familia, desplazada desde Colombia para compartir con ella este entrañable encuentro.
No parece que su conversación con el Santo Padre se centrase en detalles morbosos sobre las penalidades del cautiverio. A tenor de lo que Íngrid expresó en la posterior rueda de prensa, ella quería mostrar su gratitud a Dios, compartiendo con el Papa el itinerario espiritual que había recorrido a lo largo de su cautiverio: en efecto, antes de su secuestro, su fe era muy escasa. Sin embargo, como tantas veces ocurre en nuestras vidas, la situación límite fue ocasión de gracia para redescubrir el sentido religioso de la existencia, ayudada de la lectura de una Biblia que le había sido facilitada.
En plena selva, por la noche, los secuestradores permitían a sus rehenes escuchar la radio mientras reposaban en sus hamacas. El 1 de junio, un mes antes de su liberación, Íngrid estaba oyendo la emisora “Radio Católica Mundial”. Era el inicio del mes de junio, tradicionalmente dedicado al Corazón de Jesús, y se invitaba a los oyentes a consagrarse al Corazón de Cristo, recordándoles las Doce Promesas que el Sagrado Corazón había realizado en el siglo XVII a Santa Margarita María de Alacoque.
Al escucharlas aquella noche, enumeradas una tras otra, algunas le llamaron especialmente la atención; en concreto, las que se referían a que el Corazón de Cristo tocaría los corazones endurecidos, y que nos ayudaría a cargar con nuestra cruz, además de bendecir nuestros proyectos. ¡Íngrid no lo dudó dos veces! Su conclusión fue categórica: "Esto es para mí. Yo necesito que Dios toque el corazón duro de la guerrilla, que toque el corazón duro de todos aquellos que no dejan que se produzca nuestra liberación (…) Yo necesito que Él me acompañe a llevar esta cruz porque yo sola ya no puedo más".
En la rueda de prensa, Betancourt compartía con todos nosotros la reflexión que el Papa le había dirigido al escuchar su relato: "Él te hizo el milagro de tu liberación, porque tú supiste pedirle. Porque tú no le pediste tu liberación, tú le pediste que se hiciera su voluntad y que te ayudara a entender su voluntad". El encuentro con Benedicto XVI había tenido lugar en un clima de confianza que facilitaba las consultas espirituales. Por ello, dado que Íngrid había realizado aquel 1 de junio la consagración al Corazón de Jesús, prometiéndole que si era escuchada “sería suya”, ahora le manifestaba al Papa: "Yo no sé lo que quiere decir ser de Cristo". Él le respondió: "Él te va a mostrar el camino".
El 27 de junio un comandante de las FARC le comunicaba a la prisionera que una comisión internacional había anunciado una visita a los prisioneros, y que era probable que algunos de ellos fuesen liberados. En realidad, se trataba de la operación militar encubierta, que gracias a la inteligencia y a la infiltración, se disponía a rescatarle junto con otros catorce rehenes.
Hemos de agradecer a Íngrid Betancourt su público testimonio de fe, en el que ha compartido con nosotros cómo Dios ha tocado su corazón. De una forma muy especial, le agradecemos que nos haya recordado, uno de esos tesoros olvidados de nuestra fe católica: las Doce Promesas del Corazón de Cristo.
Dios quiso que aquellas promesas llegasen hasta la selva colombiana… Ahora, desde allí, se han difundido por otros muchos rincones del planeta. ¿Acaso nosotros no habitamos en otras “selvas” e, igualmente, anhelamos una liberación? Con la misma atención con que aquella mujer escuchaba el mensaje de Las Doce Promesas dirigidas a Santa Margarita María de Alacoque (1647-1690), así también, hoy podemos acogerlas nosotros:
1.- A las almas consagradas a mi Corazón, les daré las gracias necesarias para su estado. 2.- Daré la paz a las familias.
3.- Las consolaré en todas sus aflicciones.
4.- Seré su amparo y refugio seguro durante la vida, y principalmente en la hora de la muerte.
5.- Derramaré bendiciones abundantes sobre sus empresas.
6.- Los pecadores hallarán en mi Corazón la fuente y el océano infinito de la misericordia.
7.- Las almas tibias se harán fervorosas.
8.- Las almas fervorosas se elevarán rápidamente a gran perfección
9.- Bendeciré las casas en que la imagen de mi Sagrado Corazón esté expuesta y sea honrada.
10.- Daré a los sacerdotes la gracia de mover los corazones empedernidos
11.- Las personas que propaguen esta devoción, tendrán escrito su nombre en mi Corazón y jamás será borrado de él.
12.- A todos los que comulguen nueve primeros viernes de mes continuos, el amor omnipotente de mi Corazón les concederá la gracia de la perseverancia final.
¡Sagrado Corazón de Jesús, en ti confío!
+ José Ignacio Munilla, obispo de Palencia (España)