Nos damos cuenta que demasiados años de política antirreligiosa, ambición desmedida, corrupción endémica y embrutecimiento deliberado han dejado taras imposibles de ignorar y difíciles de erradicar.
Altisonante y simpática expresión del folclor mexicano es ese grito que cada año leemos o escuchamos: “Viva México, @&*#%”. Algunos estudiosos han intentado averiguar quiénes son los @&*#% y han elaborado una lista tentativa. Los más socorridos parecen ser los extranjeros en general, los gringos, los españoles, los malos mexicanos, los que tienen más que yo, los que no aman nuestras costumbres, los de ultraderecha… La lista no es exacta, es cuestión de interpretación.
Hoy nos cuesta un poco de trabajo gritar “Viva México” porque ¿sabe usted? A Dios lo amamos porque nos ha dado la vida, y al prójimo porque son criaturas de Dios. A las instituciones humanas se les ama en la medida en que cumplen su misión de generar bienestar para cada persona que se relaciona con ellas; y con los últimos acontecimientos, como la promoción del aborto (y el desenfreno sexual que lo causa) por parte del gobierno del DF y su aprobación por la SCJN y la ola de crímenes y secuestros y las tomas de tribunas en el congreso y los paros de maestros y los fracasos de nuestros estudiantes, no podemos pedir que México viva, o al menos que viva como lo viene haciendo. Nos damos cuenta que demasiados años de política antirreligiosa, ambición desmedida, corrupción endémica y embrutecimiento deliberado han dejado taras imposibles de ignorar y difíciles de erradicar. Y vemos que muchos de los actores que han creado este caos siguen vivos y vigentes en nuestro panorama nacional. Para que México y el mexicano vivan, realmente vivan, falta cambiar muchas cosas.
Los que creemos en Cristo sabemos que sólo hay una solución: que Cristo reine en cada institución, en cada familia, en cada persona y en cada rincón de nuestra sociedad. Que los hombres recuperen el “santo temor de Dios” que es principio de la sabiduría. Que se apliquen sus mandamientos y los valores que emanan de ellos. La solución la encontramos desde el título en la última Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y El Caribe: “Ser discípulos y misioneros de Cristo para que nuestros pueblos en Él tengan vida.” El día que esta meta se cumpla, entonces sí México vivirá. Pero para esto, habrá que empezar por eliminar, anular, mover o convertir a muchos que quisieran que México siguiera siendo el que hasta ahora, el de la dictadura, la persecución religiosa, la inmoralidad, el control absoluto, los sindicatos vendidos, la educación enajenante… A esos tales, quisiéramos gritarles: ¡Dejen vivir a México, @&*#%!
Walter Turnbull / El Observador