Esta crisis sigue a un período en que todo una buena parte de la humanidad se ha beneficiado del crecimiento productivo -Lectura de la crisis financiera actual a la luz de la Doctrina de la Iglesia-
En su libro de metafísica Aristóteles habla del sentido de la analogía. Usa como ejemplo la palabra sano, que se aplica en diferentes contextos, pero siempre con relación a un significado principal. En el enseñamiento social católico se habla repetidas veces de una sana economía. En este sentido, se comprende que la economía sana es aquella que goza de un equilibrio entre todos los diferentes sectores de producción, venta y servicios. Pero faz a la crisis, debemos interpretar el término sana economía como referida al hombre, a las personas concretas que vemos y tocamos todos los días.
Me permito citar este texto del compendio de la doctrina social católica, que parece profético tras todos los escenarios que a lo largo de este año han tenido como telón de fondo la crisis. Dice el número 299: El trabajo agrícola merece una especial atención, debido a la función social, cultural y económica que desempeña en los sistemas económicos de muchos países, a los numerosos problemas que debe afrontar en el contexto de una economía cada vez más globalizada, y a su importancia creciente en la salvaguardia del ambiente natural: « Por consiguiente, en muchas situaciones son necesarios cambios radicales y urgentes para volver a dar a la agricultura —y a los hombres del campo— el justo valor como base de una sana economía, en el conjunto del desarrollo de la comunidad social ».
Llama la atención esta visión de la economía como actividad humana, el trabajo como dimensión del hombre y en concreto el trabajo agrícola. Tras la crisis escandalosa de alimentos de este año, no cabe duda que hay que revisar no sólo cuáles son las prioridades económicas, sino la misma actividad económica en cuanto actividad humana a la luz de un humanismo integral. No quiere ello decir que hay que comenzar de cero. No son las rupturas radicales las que han dejado los recuerdos más gratos a la historia, sino los cambios coyunturales con que han ido al fundamento de los problemas con una amplia referencia a los valores del pasado. No se trata de invadir Wall Street o de acabar con el Nobel de economía. Hay que analizar más bien por qué dentro de los estudios galardonados por este último sólo el trabajo de Simon Kuznets en 1971 hace un estudio del proceso económico y social dentro del desarrollo económico. Desde entonces los trabajos sobre modelos macroeconómicos y econométricos han puesto los límites de los estudiosos. Caso aparte es el estudio de Daniel Kahneman de la Princeton University, que parece haber abierto una nueva brecha de investigación con su estudio sobre el juicio humano y toma de decisiones bajo incertidumbre. Del econométrico al psiconométrico. Esto justifica las risas de todos aquellos que no creían a Nouriel Roubini, economista de la New York University, cuando hablaba de “tormenta económica perfecta que comenzaría con una crisis hipotecaria que terminaría arrasando el sistema financiero global, secando los mercados de capitales, hundiendo la confianza de los consumidores y provocando, al final, una profunda recesión” en septiembre de 2006. Es normal, no presentó modelos econométricos.
Pero seamos justo: hay que darle la vuelta a la moneda. Esta crisis sigue a un período en que todo una buena parte de la humanidad se ha beneficiado del crecimiento productivo. El desarrollo de países emergentes no puede quedar detrás de la cortina de humo de la crisis. El aumento de los empleos y la disminución de la desnutrición a nivel mundial tampoco. No se trata de negar todo el valor de los estudios económicos de las últimas décadas. La propuesta es más bien de tipo sistemático y de cambio de orientación con respecto al lugar de la persona en la producción económica. Si hablamos de sana economía, utilicemos el término referido al hombre, a todo hombre y no simplemente al conjunto armónico de los procesos productivos, mercantiles y de servicio. Hay que formular un principio de sana economía en que la persona sea el punto de partida y de llegada de nuestra reflexión y no sólo el punto tangencial de una recta que va al infinito. Este es el gran drama que la crisis nos revela: la actividad económica representa el centro de todos los intereses y hemos olvidado que antes que actividad económica es actividad humana. En palabras de un grande filósofo de nuestros tiempos: “el drama del mundo contemporáneo es que, la eficacia, es decir la suma de las acciones transitivas de las que el hombre tiene control, se ha multiplicado de una manera gigantesca, pero escapándose al amor” (Cf. Joseph de Finance, Essai sur l’agir humain, Culture et Vérité, Paris 1992, p. 375.)
Rogelio Villegas / GAMA Análisis y Actualidad