El primer paso para resolver cualquier problema es el reconocimiento de su naturaleza específica y hacer los cambios pertinentes.
El más reciente libro del P. Flaviano Amatulli Valente, titulado “Cambiar o Morir. La Iglesia ante el Futuro” es una aplicación muy interesante del método ver, juzgar y actuar, empleado en diversos documentos eclesiásticos.
“Este método —dice el Documento de Aparecida, n. 19— nos permite articular, de modo sistemático, la perspectiva creyente de ver la realidad; la asunción de criterios que provienen de la fe y de la razón para su discernimiento y valoración con sentido crítico; y, en consecuencia, la proyección del actuar como discípulos misioneros de Jesucristo”.
El P. Amatulli lo resume en estas interrogantes: ¿Dónde estamos? ¿Adónde vamos? ¿Por cuáles caminos queremos llegar?, que señalan el itinerario de este folleto, dividido en tres partes.
Ver
Un modelo eclesial agotado
Echando un vistazo al índice podemos tener una idea clara de la lectura de la realidad que hace el P. Amatulli. Como sabemos, lo que privilegia el P. Amatulli es la realidad eclesial, pero sin infravalorar la realidad en sus aspectos socio-económicos y políticos.
Es la mirada del pastor, siempre dispuesto a dar la vida por las ovejas (Jn 10, 11); es el examen minucioso del misionero llamado a anunciar las insondables riquezas de Cristo (Ef 3,8); es la exploración que realiza el presbítero, llamado a cuidar el rebaño que el Espíritu Santo le encomendó (Hch 20, 28).
¿Qué es lo que observa al analizar la compleja realidad eclesial desde la perspectiva de quien está consciente de haber sido llamado a anunciar la Buena Noticia (1Cor 1, 17)?
El abandono pastoral en que se encuentran amplios sectores del Pueblo de Dios; la profunda ignorancia religiosa de las masas católicas, el autoritarismo que se niega a desaparecer en una institución con una estructura piramidal, donde la autoridad se ejerce de modo discrecional; la corrupción, la explotación, el poco respeto a los derechos humanos y a la dignidad de la persona, que también están presentes en la relaciones entre los miembros de la Iglesia, puesto que el pensamiento autoritario se cristaliza en formas autoritarias de gobierno.
He aquí un párrafo revelador:
De hecho, en la Iglesia se habla más de obediencia que de búsqueda o concertación, de unidad que de diversidad, de monopolio que de libre competencia. Basta ver el asunto de la catequesis. Texto único, sin importar las diferencias existentes entre los distintos destinatarios, que viven en ambientes muy diferentes o cuentan con diferente tipo de compromiso cristiano (católicos de la masa y católicos integrados a los grupos apostólicos). Yo mando y ya. Lo que vale es la ley, no la persona (Cambiar o Morir. La Iglesia ante el Futuro, p. 9).
¿Qué más se observa cuando se mira con los ojos del pastor, para quien la salus animarum es la ley suprema de todo el quehacer eclesial (Código de Derecho Canónico, c. 1752)? Un panorama bastante desolador con respecto a la religiosidad popular, a contracorriente de lo que dicen los documentos eclesiales.
“La piedad popular —dice el Documento de Aparecida, n. 264— es una manera legítima de vivir la fe, un modo de sentirse parte de la Iglesia y una forma de ser misioneros, donde se recogen las más hondas vibraciones de la América profunda”.
De acuerdo, pero la religiosidad popular no representa el non plus ultra del catolicismo, la forma más acabada de vivir la fe católica. Como lo reconocen diversos documentos eclesiales: “hay que evangelizarla o purificarla”. Es que se trata, en muchos casos, de un auténtico paganismo con pantalla cristiana, pero que es intocable en vistas a su utilidad para llenar las arcas de la Iglesia y acrecentar las finanzas del clero.
También salta a la vista el éxodo masivo de católicos hacia las más variadas propuestas religiosas, la vocación de suicidio de algunos sectores de la Iglesia, que están volcados en una forma ingenua de vivir el ecumenismo y el diálogo interreligioso, mientras dejan al pueblo católico en el más absoluto desamparo.
En suma, se observa un catolicismo en bancarrota. ¿La causa? El problema es multicausal, pero una cosa es cierta: existe actualmente un modelo eclesial agotado.
Es inútil que nos hagamos ilusiones: nos encontramos en caída libre y nadie sabe cuándo nos vamos a parar. Templos que se cierran, parroquias que se juntan, seminarios vacíos, órdenes y congregaciones religiosas de puros ancianos, gente que cada día más se va alejando de nosotros sin despedirse siquiera. Hay que estar ciegos para seguir pensando que todo anda bien en nuestra casa, mientras tratamos de apuntalar un andamio que ya se nos está cayendo encima a la vista de todos.
Es inútil tratar de maquillar, camuflar o esconder una realidad eclesial, extremadamente precaria. Lo mejor es tomar conciencia de ella y tratar de intervenir con sentido de responsabilidad y audacia cristiana. De otra manera, me temo que, de seguir así, nuestro changarrito poco a poco se va a reducir a los mínimos términos (Cambiar o Morir. La Iglesia ante el Futuro, p. 19-20).
Juzgar
El plan de Dios
El proyecto salvífico de Dios es la medida para calificar la realidad eclesial, para descubrir qué tanto nos falta para llegar a la meta que Dios nos propone. Pues bien, ¿cuál es el proyecto de Dios para su pueblo? Vida abundante en Cristo y su Iglesia (Jn 10, 10b; 1Tim 3, 15).
Por eso, en esta segunda parte, el P. Amatulli nos presenta a Cristo y a la Iglesia católica como lo que realmente son: a Cristo como el único salvador del mundo (Hch 4, 12; Jn 14, 6) y a la Iglesia como un camino privilegiado de salvación.
Por lo tanto, ser discípulo de Cristo en la Iglesia fundada por Él, representa lo máximo para el ser humano, un enorme privilegio, que hay que agradecer a Dios constantemente. Es otra manera, muy diferente, de pensar, vivir y situarse en el mundo. Es otra manera de ver el más allá y prepararse al encuentro definitivo con Dios. Es otra manera de establecer, vivir y sentir la propia relación con la divinidad: “Miren qué amor tan grande nos ha tenido el Padre para llamarnos hijos de Dios, pues ¡lo somos!” (1Jn 3, 1) (Cambiar o Morir. La Iglesia ante el Futuro, p. 27).
Además, en este contexto, el P. Amatulli nos ayuda a descubrir con nuevos ojos la excelencia de la fe católica, que no es una invención humana, sino algo que viene de Dios. Al mismo tiempo, a la luz de la Sagrada Escritura, nos lleva a examinar diversas imágenes de la Iglesia que presentan lo que Dios quiere para su pueblo, el sueño que debe hacerse realidad en la historia de la salvación.
En efecto, la Iglesia está llamada a ser el rebaño de Dios, donde las ovejas estén seguras y tranquilas, bajo el cuidado de un pastor dispuesto a dar la vida para protegerlas; la viña, donde Dios es el viñador, que la cuida de la mejor manera posible para que dé frutos; la familia y el templo de Dios.
Este es el ideal. Pero, ¿cuál es la realidad concreta? Ovejas dispersas y errantes (Ez 34, 5-6); viña que, en lugar de dar uvas, da racimos amargos (Is 5, 2); y templo en que se honra a Dios solamente con los labios (Is 29, 13).
¿La culpa? De todos, pero de una manera especial de:
los encargados, que se adueñan de la viña (Lc 20, 9-19);
los malos pastores, que se apacientan a sí mismos y descuidan a las ovejas (Ez 34, 2), volviéndose mercenarios (Jn 10, 12; Os 4, 6);
los mayordomos, que, en lugar de proporcionar a la servidumbre el alimento a su debido tiempo, se aprovechan de su cargo para tener una vida disoluta, descuidando gravemente su deber (Mt 24, 49; Lc 12, 45) (Cambiar o Morir. La Iglesia ante el Futuro, p. 33).
Y todo esto se debe a que existe en la Iglesia una verdadera casta sacerdotal, poco sensible a las necesidades espirituales del pueblo, y que dedica mucho tiempo a buscar y conservar privilegios.
Actuar
Hacia un Nuevo Modelo de Iglesia
¿Qué hacer para acortar las distancias entre el plan de Dios y la situación actual de la Iglesia? Una restructuración general de la vida de la Iglesia. La idea-fuerza que sugerirá las estrategias a seguir es muy sencilla, pero desafiante: luchar para garantizar la atención personalizada de todos y cada uno de los bautizados.
Estructurar la comunidad cristiana, haciendo de ella una comunidad de servidores, en la que todos están llamados a dar y recibir, y donde esté garantizado el pastoreo y la evangelización, donde se viva la autoridad como un servicio y no como poder y privilegio y se pueda garantizar la celebración eucarística a todas y cada una de las comunidades, resolviendo la falta de ministros ordenados para confeccionar la Eucaristía. Esto implica también la presencia de ministros no ordenados, para quienes es necesario un marco jurídico que les dé un mínimo de garantías y salvaguarde su dignidad como agentes de pastoral, al mismo tiempo que contemple recompensarlos económicamente.
Descentralizar el culto, delegando funciones y haciendo realidad en la praxis el concepto de Iglesia doméstica, al mismo tiempo que la capilla se vuelve en lugar de encuentro y celebración cultual a nivel de pueblo en general y de los diversos grupos humanos (asociaciones, gremios, etc.), favoreciendo que la celebración de la fe se haga más cercana al pueblo y, por lo tanto, más participativa, mientras se da una mayor intervención a los laicos comprometidos.
Reorganizar el proceso formativo, superando el desfase cultural y utilizando los moldes culturales contemporáneos (psicología, oratoria, comunicación, literatura, etc.), equilibrando el aspecto intelectual y el aspecto práctico, viendo la formación como un camino de fe y no como un medio para transmitir meros conocimientos. Por otra parte, teniendo presente la realidad latinoamericana, es importante implementar cursos de Biblia y apologética para enfrentar el proselitismo religiosos y formar auténticos discípulos y misioneros de Cristo.
Organizar la misión, haciendo realidad la evangelización de nuestro pueblo, mediante un anuncio acompañado siempre del testimonio y la oración, dirigido a todos, sin excepción. Para lograrlo, es necesario favorecer el surgimiento de un carisma especial, el carisma misionero, cuya tarea es ensanchar los confines de la comunidad cristiana y cuyos destinatarios son los católicos alejados o no practicantes y los no católicos, sean ateos, indiferentes religiosamente, ex católicos o miembros de otra religión. Evidentemente, es algo que supone el don de Dios, ciertas dotes naturales, una debida preparación teórica y muchos ensayos con entrenamiento práctico. Sólo así será posible que la Misión Continental no se quede en el papel y en uno más de múltiples intentos fallidos.
Impulsar los carismas, evitando el clericalismo, que consiste en acaparamiento de funciones de parte del clero. Es tiempo de volver al estilo que vivieron las primeras comunidades cristianas, impulsando, como ocurrió en la Iglesia primitiva, los más variados carismas. Para hacerlo realidad es insustituible la labor de las asociaciones y movimientos apostólicos, en un clima de sana competencia y espíritu de colaboración.
Crear una cultura católica, aprendiendo a manejar el lenguaje cultural actual (novela, cuento, telenovela, película, teatro, etc.) y haciendo realidad una organización al estilo empresarial y utilizando los innumerables recursos de la tecnología moderna.
Informes oficiales. Se requiere un formato más adecuado, con los indicadores que permitan conocer la situación real en que se encuentra la parroquia, el decanato, la diócesis, etc., y favorezca una adecuada organización pastoral.
Concientizar la Iglesia
Es la tarea de este folleto y de los recientes libros publicados por el P. Amatulli: La Iglesia y las Sectas, México 1993; La Iglesia ante la Historia, México 2004; Hacia un Nuevo Modelo de Iglesia, México 2006; Documento de Aparecida. Extracto operativo, México 2007; Charlas de Sobremesa entre Curas, México 2007; Inculturar la Iglesia, México 2008; ¡Alerta! La Iglesia se desmorona, México 2008; Vino nuevo en odres nuevos, de próxima aparición.
Es algo realmente triste: por lo general, el clero y la vida consagrada, que tendrían que representar la vanguardia en la acción evangelizadora de la Iglesia, se han vuelto en el principal factor de resistencia ante el cambio. Es que representan los más favorecidos en el actual modelo eclesial. Por eso su visión de la realidad es muy diferente, se niegan a reconocer su fracaso pastoral y se cierran ante la perspectiva del cambio.
El laicado, al contrario, por lo general ve con buenos ojos el esfuerzo que se está haciendo por profundizar la realidad eclesial y anhela el cambio. Pues bien, para alentar esta esperanza, no dejo de pensar, escribir y correr por todos lados, luchando para que no se apague la llama que aún humea (Is 42, 3).
Por el P. Jorge Luis Zarazúa Campa, fmap (México)