Priscila , conocedora de lo que supone las relaciones de amistad, no dudó en ahogar las injurias, las burlas y los sufrimientos del apóstol en abundancia de bien.
“Después de esto marchó de Atenas y llegó a Corinto. Se encontró con un judío llamado Aquila, originario del Ponto, que acababa de llegar de Italia, y con su mujer Priscila, por haber decretado Claudio que todos los judíos saliesen de Roma; se llegó a ellos y como era del mismo oficio, se quedó a vivir y a trabajar con ellos. El oficio de ellos era fabricar tiendas. Cada sábado en la sinagoga discutía, y se esforzaba por convencer a judíos y griegos.”. (Hechos 18,1-4)
“Saluden a Prisca y a Aquila, mis colaboradores en Cristo Jesús. Ellos arriesgaron su vida para salvarme, y no sólo yo, sino también todas las Iglesias de origen pagano, tienen con ellos una deuda de gratitud. Saluden, igualmente, a la Iglesia que se reúne en su casa.”
( Rm 16, 3-5)
Es curioso observar la naturalidad y gratitud con que San Pablo trataba a los miembros de su comunidad, especialmente, a las mujeres, ya que con su aportación generosa, su compañía, y sus cuidados permitían al Apóstol desarrollar más libremente su labor al servicio de Cristo
Retomando la lista de las mujeres relacionadas con San Pablo debo confesar que Priscila, esposa de Aquila, es la que más me ha cautivado hasta ahora. Tal vez sea porque su matrimonio ejemplar tiene mucho que enseñarme todavía sobre el compromiso y la entrega de los esposos al servicio del Reino de Dios. O tal vez, porque me ilusiona pensar que mi hogar puede trasformarse en una pequeña comunidad con proyección evangelizadora, una iglesia domestica, con las puertas siempre abiertas a las necesidades materiales y espirituales de todos los que la componen y se acerquen a ella.
Por ello, no me resulta extraño encontrar la referencia a este matrimonio en seis pasajes del Evangelio: Hechos 18,21; Corintios 16,19; Hechos 18,8; Hechos 18,26; Romanos 16,3 y 2 Timoteo 4,19.
Me llena de satisfacción suponer que para San Pablo el encuentro con Priscila y Aquila, unos judíos procedentes de Roma, probablemente ya cristianos, debió ser un grandísimo descanso físico y psíquico en su ardua tarea. No solo le hospedaron en su casa y le dieron trabajo en su pequeña empresa de construcción de tiendas; sino que esta extraordinaria pareja se convirtió en su confidente discreto, en su báculo férreo, su auxilio, su refugio,… anticipándose con generosidad a sus necesidades, llegando incluso a defenderlo y a arriesgar sus vidas por él.
De tal manera que, a través del ejemplo de la amistad leal y sincera, y la complicidad de este matrimonio, el apóstol nos invita a ver “el rostro amable de Jesucristo”, a vivir "los mismos sentimientos que Cristo tenía en su corazón" (Col. 1, 9) y a exprimir nuestra vida por el bienestar de la Iglesia.
Y como suele pasar habitualmente, el roce hace el cariño. Además de pasar largas horas trabajando codo con codo tejiendo lonas para ganarse el pan, de charlar con sosiego durante horas de lo humano y de lo divino, de aconsejarse mutuamente, de servirse en recíproca atención los unos con los otros, Priscila y Aquila compartieron con el apóstol el desarrollo de la recién nacida Iglesia, reuniendo en su casa a los que deseaban escuchar la Palabra de Dios y celebrar la Eucaristía.
Y esto, merece “una deuda de gratitud” de por vida.
Es más, me uno a las maravillosas palabras de agradecimiento de Benedicto XVI que afirma: “a la gratitud de esas primeras Iglesias, de la que habla san Pablo, se debe unir también la nuestra, pues gracias a la fe y al compromiso apostólico de los fieles laicos, de familias, de esposos como Priscila y Aquila, el cristianismo ha llegado a nuestra generación… En particular, esta pareja demuestra la importancia de la acción de los esposos cristianos… Así sucedió en la primera generación y así sucederá frecuentemente”.
No creo que exagere ni un ápice si afirmo que Priscila, como suele ocurrir en todas las familias, tomó la iniciativa en las costumbres familiares de la vida de piedad, e incluso, mucho me temo que en la decisión de realizar el voto de “nazir”, por el que ambos se consagraron a Dios (Hechos 18,18) contribuyendo de una manera única al servicio de la Iglesia, cuyo ejemplo y compromiso valiente sí podemos imitar.
Por lo tanto, no nos debe extrañar que Priscila , conocedora de lo que supone las relaciones de amistad, no dudara en ahogar las injurias, las burlas y los sufrimientos del apóstol en abundancia de bien.
Es más, su sentido de la responsabilidad ante la Iglesia de Jesucristo, les llevó a no dejar pasar la ocasión de evitar, con gran discreción, el escándalo que pudieran producir las palabras de Apolos en los fieles que le escuchaban en la sinagoga.
La corrección fraterna , un ejemplo a seguir.
"Llegó entonces a Efeso un judío llamado Apolos, natural de Alejandría, varón elocuente, poderoso en las Escrituras. Este había sido instruido en el camino del Señor; y siendo de espíritu fervoroso, hablaba y enseñaba diligentemente lo concerniente al Señor, aunque solamente conocía el bautismo de Juan. Y comenzó a hablar con denuedo en la sinagoga; pero cuando le oyeron Priscila y Aquila, le tomaron aparte y le expusieron más exactamente el camino de Dios. Y queriendo él pasar a Acaya, los hermanos le animaron, y escribieron a los discípulos que le recibiesen; y llegado él allá, fue de gran provecho a los que por la gracia habían creído; porque con gran vehemencia refutaba públicamente a los judíos, demostrando por las Escrituras que Jesús era el Cristo".(18:24-28)
Gracias a la lectura de los Hechos de los Apóstoles hemos podido conocer un poco más el amor de Aquila y Priscila por la obra de Dios y el respeto por los siervos del Señor. Por lo que resulta más que comprensible que al escuchar al joven y elocuente Apolos, le manifestaran su cariño y fraternidad cristiana corrigiendo sus errores doctrinales.
Es más, debo confesar que me admira la valentía, la benevolencia, la justicia y la equidad que demostró este matrimonio cuando se trata de ayudar al prójimo en su vida cristiana, conscientes en todo momento de que serán muchos los que a través de este joven discípulo se acercaran a la Iglesia.
No permanecer indiferentes ante el error – les hubiera resultado más cómodo hacer como que no han oído ni visto lo que ocurría en la sinagoga- no les impidió “hacerse violencia” para servir a la verdad, con la humildad del que se sabe un instrumento en manos de Dios. Pues como aconsejaba San Pablo: “Hijo mío, no menosprecies la corrección del Señor y no te abatas cuando seas por Él reprendido; porque el Señor reprende a los que ama, y castiga a todo el que por hijo acoge” (Hb 12, 5-6)
Eso si, “Por respeto al buen nombre del hermano, de su dignidad” optaron por no decirle nada en la sinagoga, sino que al concluir su predicación, en la intimidad de su hogar “le expusieron más exactamente el camino de Dios”, para un ministerio más eficaz, como hicieron después con muchos otros discípulos.
Porque ya se sabe que las personas se rinden al cariño que se les da. Y este ejemplo es, además de una declaración de confianza en Dios y confianza en los demás, el mejor ejemplo de amor y amistad que nos pueden dar los protagonistas de esta historia a la hora de corregir al hermano para reconstruir la unidad de la Iglesia.
¡Cuánta delicadeza, cuánta ternura, Señor!
Por Remedios Falaguera Silla (España)