El Espíritu Santo está presente desde siempre. Es una persona de la Santísima Trinidad y participa en la creación y es el que se manifiesta en Moisés y en los demás profetas.
El Espíritu Santo está presente desde siempre. Es una persona de la Santísima Trinidad y participa en la creación y es el que se manifiesta en Moisés y en los demás profetas. Tiene una participación trascendental al llegar la plenitud de los tiempos cuando desciende sobre una virgen llamada María y ella concibe a Dios en su seno. Es Él quien guía a Jesús a lo largo de su vida terrena y quien lo resucita de entre los muertos. Jesús lo anuncia a sus discípulos como el Paráclito, el Espíritu de la Verdad, que los guiará a la Verdad completa, y después de resucitado lo “sopla” sobre ellos y les anunció: «Miren, voy a enviar sobre ustedes la Promesa de mi Padre. Por su parte permanezcan en la ciudad hasta que sean revestidos de poder desde lo alto.» Y es en Pentecostés, la fiesta de la cosecha, cuando tiene su manifestación suprema, convirtiendo a aquel grupo de hombres confundidos y acobardados, en Apóstoles de Cristo que se pusieron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les concedía expresarse, y a predicar las maravillas de Dios. Y ese día se les unieron unas 3,000 almas.
Es —como siempre— San Pablo quien nos enseña más sobre Él.
Según San Pablo, del Espíritu Santo proviene la fuerza de su predicación: Y mi palabra y mi predicación no tuvieron nada de los persuasivos discursos de la sabiduría, sino que fueron una demostración del Espíritu y del poder (1Co. 2, 4).
Él es quien nos revela los misterios de Dios: …hablamos de una sabiduría de Dios, misteriosa, escondida, destinada por Dios desde antes de los siglos para gloria nuestra, porque a nosotros nos lo reveló Dios por medio del Espíritu; y el Espíritu todo lo sondea, hasta las profundidades de Dios (1Co. 2, 7.10).
Es el Espíritu quien nos da vida y fuerza interior: Y si el Espíritu de Aquel que resucitó a Jesús de entre los muertos habita en ustedes, Aquel que resucitó a Cristo de entre los muertos dará también la vida a sus cuerpos mortales por su Espíritu que habita en ustedes (Rm. 8, 11) para que les conceda, según la riqueza de su gloria, que sean fortalecidos por la acción de su Espíritu en el hombre interior (Ef. 3, 16).
Por Él sabemos que somos hijos de Dios: La prueba de que son hijos es que Dios ha enviado a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo que clama: ¡Abbá, Padre! (Ga. 4, 6) Pues no recibieron un espíritu de esclavos para recaer en el temor; antes bien, recibieron un espíritu de hijos adoptivos… El Espíritu mismo se une a nuestro espíritu para dar testimonio de que somos hijos de Dios (Rm. 8, 15-16).