No pierden ni un momento en escucharlas, ni les interesan sus problemas, pero les empujan a acabar cruelmente con la vida de su hijo, con lo más precioso, inocente y hermoso.
No pierden ni un momento en escucharlas, ni les interesan sus problemas, pero les empujan a acabar cruelmente con la vida de su hijo, con lo más precioso, inocente y hermoso. Dicen que quieren defender a las mujeres de la cárcel y las condenan, no ya a pena de cárcel, sino a cadena perpetua y pena de muerte a un tiempo, algo incompatible en derecho, pero posible en la vida. Cadena perpetua de pesadillas, remordimientos y tristeza infinita o bien frialdad y dureza, indiferencia, maltrato, agresividad o locura porque todo cabe, todo es posible tras un aborto. Pero cuando salen por la puerta vacías y sangrando en su vientre y su alma, terriblemente solas, ya no importan para casi nadie, al menos no para los verdugos ni para quien los cobija, porque el negocio está hecho y están mejor ahí, tiradas y amordazadas, listas para seguir el círculo vicioso que probablemente las llevará de nuevo a solicitar sus “servicios”. Esa cadena perpetua que las ata a un momento desgraciado que cambió para siempre su futuro, es a la vez pena de muerte porque están muertas para sí mismas y para todo lo hermoso. Muchas se odian y odian al mundo. Muertas a los niños, a los sueños, a la vida; esclavas de los hombres o enemigas suyas, rompen relaciones o las tienen con cualquiera. Vidas rotas, soledad amarga, sima sin fondo. Pero los que llaman al aborto libertad, también mienten y dicen que ese dolor no existe y les niegan de nuevo su ayuda.
Las mujeres no han ido nunca a la cárcel por el aborto, no mientan, que toda mentira es mala pero esta es perversa y clama al Cielo. Digan que no quieren que vayan a la cárcel sus invitados de honor y asesores “de lujo” (de mucho lujo), los que tienen sus manos manchadas de la sangre más inocente y el dolor más evitable. Esos que experimentan con las mujeres los fármacos prohibidos, los que firman en blanco la sentencia de muerte, los que tiran a la basura los restos de unos hijos que siempre vivirán en el corazón de sus madres. ¿Pueden callar la voz de su conciencia como cierran la bolsa de la basura? ¿no les quema ese dinero?
Todos sus eufemismos y argucias no cambian la realidad. Toda su prepotencia y abuso de poder caerán desplomados ante sí mismos y ante el juicio de la historia, por querer convertir sus crímenes en derechos, por diezmar generaciones enteras como sólo ocurre tras una guerra, por negar terapia a quienes necesitan llorar su dolor y encontrar la paz y por querer promulgar leyes que libran de la cárcel a asesinos y estafadores, cuando su deber es velar por el bien común.
Quiero creer, porque he visto florecer mucho bien entre tanto dolor, que esos hombres y mujeres arrepentidos, el amor de los que ayudan en la sombra y el incuestionable poder de plegarias y corazones unidos, cambiarán el luto por esperanza, derrotarán las leyes injustas y conseguirán que muchos rectifiquen el rumbo de sus vidas, en el tiempo que aún les queda.
Por Alicia Latorre, presidenta de la Federación Española de Asociaciones Provida