Los jueces deben seguir una serie de normas más o menos estrictas antes de sentenciar si una persona es culpable o inocente. Si los jueces son honestos, y si las normas se basan en principios buenos y claros, la mayoría de las veces podrán condenar a los culpables y absolver a los inocentes.
Por desgracia, es casi imposible eliminar un margen de error en las condenas, sea por la complejidad de algunos asuntos, sea por la habilidad de algunos abogados o fiscales, sea porque los mismos jueces a veces se dejan arrastrar por prejuicios o por sobornos.
En el mundo de Internet, ¿se pueden aplicar estas ideas? Es cierto que las páginas de Internet no son tribunales que dictaminan sentencias vinculantes. Pero también es cierto que en Internet millones de personas dan su opinión sobre la culpabilidad o la inocencia de otras personas.
Ya casi resulta normal ver cómo en blogs, foros, chats, redes sociales, páginas de prensa que admiten comentarios, la gente “vota” o se pronuncia con mayor o menor seguridad sobre la inocencia o la culpabilidad de personas concretas, de grupos, de gobiernos, o sobre la bondad o la maldad de los protagonistas del pasado.
Si analizamos la situación del mundo así llamado virtual, pero que tiene tras de sí personas muy reales (con todas sus pasiones, sus odios, sus amores y sus proyectos), descubrimos que existen auténticos “tribunales cibernéticos” en los que se emiten sentencias de todo tipo.
Esos tribunales, sin embargo, carecen muchas veces de reglas. En ocasiones los propietarios de las páginas eliminan comentarios que calumnian a personas, que promueven la difamación, que insultan o promueven el odio. Pero en otras ocasiones tales comentarios gozan de una enorme libertad, con lo que resulta sumamente fácil denigrar y destruir a personas concretas.
Hay que reconocer que también en Internet es posible denunciar acciones injustas que no son perseguidas por quienes, en nombre del Estado, deberían condenarlas y no lo hacen. La acción positiva de sana denuncia puede llevar a movilizaciones colectivas a favor de las víctimas y en contra de los delincuentes, por ejemplo desde adecuadas formas de presión (como el boicot, por ejemplo) contra tal empresa o grupo político.
Sin embargo, la acción positiva que puede desarrollarse en Internet no oculta los peligros de un sistema de “linchamiento” electrónico con el que algunos se dedican a destruir la buena fama de personas inocentes. Las víctimas de estos “tribunales populares cibernéticos” ven con pena cómo en cuestión de horas son abucheadas y ridiculizadas por comentarios (muchos anónimos) de quienes se dejan llevar por el odio, por prejuicios sin fundamento, o simplemente por grupos de poder que lanzan al ruedo una calumnia y luego la atizan con astucia diabólica.
No es nada fácil establecer maneras concretas para evitar estos peligros y para castigar a quienes incurran en delitos concretos al calumniar y destruir la buena imagen de inocentes. Un mal entendido respeto a la libertad de expresión ha provocado que en Internet haya amplios espacios en los que muchos tiran la piedra y esconden la mano.
Existen algunos sistemas de control con los que puede llegar a descubrir y castigar convenientemente a quienes instigan al odio, a quienes promueven infamias, a quienes difunden mentiras que destrozan la vida de ciudadanos indefensos.
Junto a estos sistemas punitivos, el camino más eficaz para evitar estos males consiste en la autocensura, con la cual los verdaderos defensores de la justicia piensan dos veces antes de lanzar al ruedo comentarios que sólo reflejan prejuicios internos y odios fuertemente arraigados, o que repiten lo que otros dicen sin fundamento ni prueba alguna.
Desde actitudes honestas, que nacen del amor a la verdad y a la justicia, habrá más corazones que asuman como regla personal una sana autocensura, al mismo tiempo que habrá más personas dispuestas a defender, con valor y con medidas adecuadas, la fama de inocentes.