El asesinato del valiente ministro católico paquistaní, a inicios de marzo de 2011, ha conmovido al mundo. Pero más que destacar la violencia del modo como fue ejecutado, con todo el odio que hay detrás y la impunidad consiguiente en aquel país de inmensa mayoría musulmana, lo más notable del caso es el testimonio martirial que nos ha dejado Shahbaz Bhatti.
Su amor y fe en Jesucristo eran más fuertes y firmes que su miedo natural a la muerte y a las amenazas recibidas debido a su cargo ministerial y su lucha inteligente por cancelar la odiosa ley de la blasfemia en Pakistán. Me han pedido que ponga fin a mi lucha, pero siempre me he negado, aun a riesgo de mi vida. Mi respuesta ha sido siempre la misma. No busco popularidad ni posiciones de poder. Solo busco un sitio a los pies de Jesús. Quiero que mi vida, mi carácter y mis acciones hablen por mí, y que digan fuerte y claro que sigo a Jesucristo. Este deseo es tan fuerte en mí que me consideraría un privilegiado si -debido a este esfuerzo combativo para ayudar a los necesitados, los pobres y los cristianos perseguidos de Pakistán- Jesús quisiera aceptar el sacrificio de mi vida (del testamento espiritual de Shahbaz Bhatti).
“Sólo busco un sitio a los pies de Jesús”, confesó con total humildad, y el Señor le tomó la palabra, aceptó el sacrificio de su vida y le concedió el don y la palma del martirio. Juzgándolo humanamente alguno se lamentaría que ese buen esfuerzo en defensa de las minorías haya quedado truncado de modo brutal; otro se preguntaría ¿valió la pena exponerse tanto si al final arriesgó su vida?, o con amargura se podría pensar que las cosas seguirán igual y las leyes no variarán en aquellos países donde es un peligro ser cristiano. Pero sólo desde la óptica superior de la fe se puede ver al martirio como un don para la comunidad eclesial, pues encierra la promesa de un florecimiento del amor y de la verdad, virtudes cristianas por excelencia.
Toda la historia demuestra que donde ha habido mártires victimados por odio a la fe y a la verdad, allí se produce después una renovación de la vida cristiana. Un autor cristiano de los primeros siglos, Tertuliano, lo inmortalizó con una frase “la sangre de los mártires es semilla de nuevos cristianos”. En virtud del supremo testimonio que dan los mártires de Cristo ofrecen el testimonio más eficaz en absoluto sobre la verdad de la fe y del amor que redime. Aunque suene paradójico, el martirio en todas las épocas es un auténtico servicio donado a la comunidad eclesial, mediante el valiente testimonio público de fe y la intercesión, que comprenden también la oración y el perdón por los enemigos o perseguidores.
El mártir construye la Iglesia porque la edifica con su sangre generosa vertida a imitación de Jesús, el prototipo y Modelo de todos los mártires. El mártir cristiano es el perfecto imitador de Jesús y recibe del mismo Señor la fortaleza que necesita para cumplir con esta vocación, porque no a todos es dado testimoniar la fe cristiana hasta el derramamiento de la propia sangre. En la muerte de Shahbaz Bhatti podemos encontrar los elementos que constituyen al mártir de Cristo: un deseo consciente de confesar y defender su fe, incluso hasta el fin; el testimonio público, la verdad y el amor que se oponen a la mentira y al odio; el perdón para los enemigos. Quiero vivir en Cristo y quiero morir en El. No siento miedo en este país. Los extremistas han intentado matarme muchas veces, me han encarcelado, amenazado, perseguido, y han aterrorizado a mi familia. Yo solo digo que, mientras esté con vida, hasta mi último suspiro, seguiré sirviendo a Jesús y a esta pobre y sufriente humanidad, a los cristianos, a los necesitados, a los pobres (del testamento espiritual de Shahbaz Bhatti).
Este caso demuestra también que el martirio no es un hecho del pasado lejano, cuando los emperadores romanos condenaban a las fieras del circo a los primeros cristianos quienes dejaban roja de sangre la arena. Hoy se muere mártir por Cristo también en pleno siglo veintiuno, en los países donde es un riesgo ser y profesarse cristianos, mientras que el opulento Occidente calla cobardemente por el maltrato a los cristianos, con sus laicistas al frente de instituciones europeas, e incluso promueve otro tipo de persecuciones donde se discrimina a los católicos o se les quiere hacer callar a la fuerza.
Que la Iglesia sea perseguida y que haya mártires por confesar a Cristo entra dentro de los cálculos de la fe ante un mundo que se opone a Jesús y su mensaje evangélico que pide la conversión del corazón. Que en países de mayoría musulmana se discrimine duramente a los cristianos, con leyes inicuas como la de la blasfemia, tampoco es una novedad. Lo que preocupa es la tibieza e indiferencia de muchos cristianos en países occidentales ante estos hechos tan graves. Que la identidad del mundo occidental ya no se identifique tanto como en otros tiempos con el cristianismo se puede comprender. Lo que no se puede entender es que, ya no solamente las raíces cristianas de Occidente, sino también su sentido humano se vea terriblemente lacerado (cf. Leonardo Lima en A&A, 20/III/2011).
Esta reflexión sobre el martirio del ministro paquistaní me ofrece la ocasión para rebatir un peligroso equívoco que se difunde entre la opinión pública: no hay parangón posible entre el mártir cristiano y el suicida kamikaze. El kamikaze inspira su gesto fatal en la ley del talión, y se cree justificado a emplear la violencia salvaje contra inocentes para aterrar y desesperar al enemigo de su causa. Su gesto terrible está inspirado por el odio. El mártir cristiano inspira su acción en el amor, y tiene la certeza de que su sangre generosa sirve para fortalecer la fe de sus hermanos. Al mártir le quitan la vida, mientras que el kamikaze muere asesinando inocentes.
El mártir muere perdonando a sus perseguidores; el kamikaze musulmán muere odiando a quienes acusa de enemigos. El kamikaze deja un mensaje de venganza, de odio y desesperación; desata una espiral de violencia que genera más violencia. El mártir cristiano deja un mensaje de amor, de reconciliación y de perdón. Un testimonio para la posteridad, porque sólo el amor y el perdón -nunca el odio- pueden mejorar el mundo. Los mártires cristianos son una expresión de este amor más grande, a imitación de Jesucristo, el rey de los mártires. Este es el testimonio de Shahbaz Bhatti.
El suicida o kamikaze decide morir porque piensa que su inmolación representa un bien para su causa además de un gesto heroico digno de imitar por otros seguidores. Es cierto que se puede inspirar en motivos culturales y políticos, como el ideal de una patria libre, pero en el fondo actúa movido por un odio impecable contra su enemigo. El mártir cristiano se sitúa en un plano mental y moral completamente diverso. No se mata ni mata a nadie, sino que acepta libremente perder la vida por mantenerse fiel a Jesucristo. Su gesto le convierte en “testigo” (es el significado de la palabra griega mártir) del amor más grande. No del odio que destruye, pues Cristo nos mandó también amar a los enemigos.
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» Me llamo Shahbaz Bhatti. Nací en una familia católica. Mi padre era un profesor jubilado, y mi madre un ama de casa, que fue educada de acuerdo a los valores cristianos y las enseñanzas de la Biblia; ambas cosas tuvieron gran influencia en mi infancia. Desde pequeño solía ir a la iglesia, y allí encontraba profunda inspiración en las enseñanzas, el sacrificio y la crucifixión de Jesús. Fue el amor a Jesucristo lo que me indujo a ofrecer mis servicios a la Iglesia. Las terribles condiciones en que vivían los cristianos de Pakistán me impactaron. Recuerdo un Viernes Santo, cuando tenía 13 años, que escuché un sermón sobre el sacrificio de Jesús para nuestra redención y la salvación del mundo. Pensé que debía corresponder a ese amor, amando a nuestros hermanos y hermanas, poniéndome al servicio de los cristianos, especialmente de los pobres, los necesitados y los perseguidos de este país islámico.
Me han pedido que ponga fin a mi lucha, pero siempre me he negado, aun a riesgo de mi vida. Mi respuesta ha sido siempre la misma. No busco popularidad ni posiciones de poder. Solo busco un sitio a los pies de Jesús. Quiero que mi vida, mi carácter y mis acciones hablen por mí, y que digan fuerte y claro que sigo a Jesucristo. Este deseo es tan fuerte en mí que me consideraría un privilegiado si -debido a este esfuerzo combativo para ayudar a los necesitados, los pobres y los cristianos perseguidos de Pakistán- Jesús quisiera aceptar el sacrificio de mi vida.
Quiero vivir en Cristo y quiero morir en El. No siento miedo en este país. Los extremistas han intentado matarme muchas veces, me han encarcelado, amenazado, perseguido, y han aterrorizado a mi familia. Yo solo digo que, mientras esté con vida, hasta mi último suspiro, seguiré sirviendo a Jesús y a esta pobre y sufriente humanidad, a los cristianos, a los necesitados, a los pobres.
Creo que los cristianos de todo el mundo que en 2005 le tendieron la mano a los musulmanes víctimas del terremoto han construido un puente de solidaridad, amor, comprensión, colaboración y tolerancia entre ambas religiones. Si estos esfuerzos se mantienen tengo la convicción de que ganaremos los corazones y las mentes de los extremistas. Esto nos llevará a un cambio positivo: la gente no se odiará, no se matará en nombre de la religión, sino que se amarán los unos a los otros, traerán armonía, cultivarán la paz y la comprensión en esta región del mundo.
Creo que los más necesitados, los pobres, los huérfanos, sea cual sea su religión, deben ser tratados por encima de todo como seres humanos. Estas personas son parte de mi cuerpo en Cristo, son la parte perseguida y necesitada del cuerpo de Cristo. Si llevamos a cabo esta misión, entonces nos habremos ganado un sitio a los pies de Jesús y yo podré mirar Su rostro sin sentir vergüenza».
Testamento espiritual de Shahbaz Bhatti
A&A | Por Luis Alfonso Orozco