Estamos por iniciar la Semana Santa, que las personas, en la piedad popular, tradicionalmente la llamaban Semana Mayor. Efectivamente, es la Semana por excelencia. Es la Semana del Amor, según lo que Cristo mismo dijo: “Nadie tiene mayor amor que quien da la vida por sus amigos” (Jn 15,13). En dicha Semana celebramos cómo Cristo Jesús dio la vida por nosotros, muriendo en la cruz. Ahora bien, no es un testimonio de amor que termina definitivamente en la muerte y se conserva como un recuerdo glorioso, pues Cristo resucitó al tercer día. De modo que celebramos la muerte de Cristo y también su resurrección. Esta es la Semana Mayor.
San Pablo, reflexionando en estos hechos, nos dice que “si nuestra esperanza en Cristo no va más allá de esta vida, somos los más miserables de todos los hombres. Pero no, Cristo ha resucitado de entre los muertos, como primer fruto de quienes duermen el sueño de la muerte” (1Cor 15,19-20).
Celebrar a Cristo resucitado no significa que se deja atrás y se supera totalmente el paso doloroso de la muerte en cruz, sino que a ésta se le da su pleno sentido. De hecho así se muestra Jesús resucitado, al aparecerse a los discípulos, mostrándoles las huellas de la crucifixión en manos, pies y costado.
Muerte en cruz y resurrección se reclaman mutuamente en Cristo y en nosotros, discípulos misioneros de Cristo. No podemos separar lo que Cristo Jesús ha unido: paso por el rechazo, el sufrimiento y la muerte para llegar al gozo de la vida nueva, resucitado. Esta es la vocación de los discípulos de Cristo, llamados a cargar la cruz –con Cristo y como Cristo- para culminar en la vida nueva.
Esta vida nueva, mientras estamos en la vida terrena, la experimentamos por la gracia, el gozo de la vivencia de las virtudes, por ejemplo el gozo de permanecer en la verdad, en la bondad, en la libertad, en la belleza de los hijos de Dios; esto no sin persecuciones, como ya Cristo mismo lo había anunciado y de ello nos dio testimonio. La plenitud de la vida nueva vendrá cuando experimentemos el paso definitivo de la muerte, en el cual Dios nos mantenga unidos al Misterio Pascual de Jesucristo.
Invito a usted a celebrar una Semana que en verdad sea Santa, recibiendo agradecidos estas muestras de amor de Cristo Jesús, para compartir luego ese amor a los demás, como testigos de Cristo en nuestra familia y ambiente de trabajo y relación humana.
Las diversas celebraciones y ritos, desde el Domingo de Ramos hasta el Domingo de Resurrección, nos ayuden a tener “fijos los ojos en Jesús, autor y perfeccionador de la fe… a fin de no dejarnos vencer por el desaliento” (Heb 12,2-3).