(Segunda parte) Vida y palabra de Guido Maria Conforti, obispo de la ciudad de Parma (Italia), fundador de los Misioneros Javerianos, que será canonizado, por Su Santidad Benedicto XVI, el día próximo 23 de octubre 2011, en la plaza de s. Pedro, Roma.
2. Los años del seminario en la ciudad de Parma.
La visita que hizo el pequeño Guido al seminario menor de la diócesis de Parma, sucedida en la fiesta de la Candelaria, le había impactado favorablemente aun en su joven vida. En noviembre de 1876, en efecto, con sólo once años y ocho meses de edad, fue recibido por el rector de la casa, el sacerdote Andrés Ferrari. Aquel año, el invierno fue de mucho frío. “¿Tienes frío, Guido?”, le preguntaba el Superior de la casa. “Un poquito”, contestaba. Recordó tanto aquel invierno que, ya como obispo de Parma, hizo instalar la calefacción central en el seminario.
El joven Conforti manifestó siempre una gran capacidad para al estudio. Sus calificaciones, en efecto, fueron siempre de excelencia. Al final del tercer año de secundaria, por cierto, fue premiado, por estudioso, y recibió, en regalo, la biografía de “San Francisco Javier”. Fue un regalo tan importante que, por cierto, le definió el rumbo a seguir en su vida: ¡ser como S. Francisco Javier! Aquel joven navarro, ambicioso e inteligente, que, después, fue insaciable en ganar almas para Dios en las lejanas Indias Orientales, lo hechizo. Conforti enviará, posteriormente, a sus primeros misioneros exactamente a China, allá donde Javier había llegado, a la isla de San-Chán, orilla del imperio chino.
En tiempo de su preparatoria, con motivo de un retiro espiritual, Guido le dijo al predicador quien, por cierto, era jesuita: “Padre, quiero ser jesuita como Francisco Javier, y quiero ir a China”. Pero el Padre Provincial de los jesuitas, al que dirigió la petición, le dijo: “los jesuitas no aceptan condiciones”. A pesar de la negativa, Conforti no se desanimó y se volvió al ya mundialmente conocido Juan Bosco, santo fundador de los Salesianos. Juan Bosco, en ese momento, se encontraba enfermo en Turín y, obviamente, nadie le respondió. Las primeras tentativas, encaminadas a realizar su sueño, por cierto, habían fracasado.
Con el pasar de los años, la salud del Conforti, improvisamente, empeoró por una grave crisis nerviosa juvenil. Se dirigió, entonces, a la Virgen, pero, nada. Fue a ver a la Madre Adorni, mujer que tenía fama de santidad y que, por demás, era una lejana pariente de su mamá Antonia. Con acento profético la mujer le dijo al joven seminarista: “vaya usted al santuario de Fontanellato, allá lo espera la Virgen del Rosario para curarlo, porque además, tendrá usted que ser obispo”. La buena madre Adorni, posteriormente, sería beatificada por su santidad Benedicto XVI.
Una vez ordenado sacerdote, el joven Conforti ¿en dónde podría celebrar mejor su primera misa sino en el mismo santuario, que queda a poco mas de 20 kilómetros de la ciudad de Parma? Así fue. En esa ocasión, estuvieron presentes el rector del seminario, Andrés Ferrari futuro arzobispo y cardenal de Milán, beatificado por Juan Pablo II, la mamá Antonia, las dos tías, Mérope y Paulina, varios sacerdotes más y amigos. Después de la misa, mientras los demás se retiraban a tomar algo, Conforti se quedó, por un largo rato, a dar gracias a Dios. Ante la urgencia de que el recién sacerdote Conforti viniera a bendecir los alimentos, el rector Ferrari dijo a todo mundo: “¡Déjenlo rezar, el P. Guido está muy apegado al Señor”.
Para el obispo Miotti, pastor de la diócesis de Parma, habían únicamente dos caminos para destinar al joven sacerdote: como vicario de una parroquia o profesor en el seminario. Pero, para el P. Conforti, había también una tercera alternativa, la de ser ‘misionero’: un deseo que había cultivado y soñado a lo largo de toda su formación del seminario. El obispo, sin embargo, no quiso saber nada de esto y, durante cinco años, intentó disuadirlo dándole cargos importantes: profesor y formador en el seminario menor, canónigo de la catedral, a la edad de sólo 27 años, y promotor de una institución benéfica.
El rector Ferrari, mientras, había sido nombrado obispo y su vicerrector, o sea, el padre Conforti, tuvo que sucederle en el cargo. Con un amigo sacerdote, de aquel tiempo, Conforti se quejaba porque, mientras los demás superiores y profesores se tomaban sus buenas vacaciones, él tenía que renunciar quedándose siempre en el seminario. Y concluía con el lema paulino que así suena: “También a mí me sería lícito hacer como los demás, pero no lo encuentro conveniente”.