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¿Sirve hablar contra la droga?

A muchos les habrá surgido la pregunta: ¿sirve de algo hablar contra la droga? Para algunos, no serviría de casi nada. La fuerza económica de las drogas, la adicción que provocan en millones de personas, la facilidad con la que adolescentes, jóvenes y adultos empiezan a introducirse en ella, llevan a pensar que la droga es mucho más poderosa que cualquier discurso o escrito que dirijamos contra ella.

La droga triunfa, en parte, por su mismo mecanismo de acción: encontrar formas rápidas e intensas de placer atrae a quienes (y son muchos) buscan huir de problemas profundos o desean simplemente alcanzar experiencias gratificantes de modo fácil. En parte, porque la misma sociedad promueve estilos de vida en los que lo inmediato, lo agradable, lo que uno desea, se convierten en centro de la propia atención, hasta crear comportamientos cada vez más dependientes.

La droga cuenta con una historia de siglos y, en algunos pueblos, se encuentra fuertemente arraigada en su uso. Existen, además, productos cuyo abuso tienen efectos semejantes a los de drogas poderosas, como es el caso de bebidas alcohólicas capaces de destruir la salud y la integridad moral de millones de seres humanos. Otras drogas, a pesar de estar teóricamente prohibidas, se difunden fácilmente en todos los estamentos de la población, no sólo entre jóvenes, como es el caso de la cocaína.

Por lo mismo, ¿para qué denunciar los males de las drogas? ¿No estamos ante sociedades que las usan con tanta naturalidad que resulta utópico disuadir a las personas para que renuncien a ellas y así eviten ser dañadas por su consumo?

A pesar de las dificultades, hay muchas situaciones en las que hablar contra la droga puede dar resultados positivos. Por ejemplo, cuando una buena información sobre los peligros de tal o cual sustancia avisa a los corazones más despiertos, estimula a los padres y maestros a encontrar caminos concretos para educar a los adolescentes, o incluso lleva a despertar a quienes se encuentran en sus primeras experiencias con unas sustancias que destruyen y de las que se puede prescindir con más facilidad en los primeros momentos de su uso.

Por eso, hablar contra las drogas no es perder el tiempo. Sobre todo, si el aviso ante los peligros está unido a algo mucho más difícil y más “eficaz”: la promoción de una cultura más solidaria, más sana, más abierta a los valores del espíritu y al respeto a la justicia.

¿Estamos ante una utopía? Para algunos, por desgracia, sí. Pero no para tantos miles y miles de hogares que han sabido y saben orientar a sus hijos por caminos buenos y según principios que llevan a conductas en las que la droga, simplemente, no tiene lugar. Porque ha alcanzado un estilo de vida hermoso y sano, abierto a la solidaridad y a la justicia.