Resulta normal que los esposos deseen que sus hijos sean sanos. En cierto sentido, ese deseo, bueno y legítimo, nace del amor que lleva a buscar lo mejor hacia el ser amado. Pero es posible que tal amor sufra heridas de cierta gravedad si lleva a excluir a los hijos no sanos hasta el punto de abandonarlos o, peor todavía, de provocar su muerte a través del aborto.
Fuera del ámbito familiar, también es bueno y legítimo que la sociedad desee el nacimiento de hijos sanos. Tal deseo, sin embargo, puede distorsionarse y ofrecer las bases para la mentalidad eugenésica, desde la cual algunos buscan caminos para imponer sistemas anticonceptivos a ciertas categorías de personas, y llegan a promover (u obligar) la esterilización de grupos concretos de seres humanos.
Si miramos al mundo antiguo, encontramos que tanto Platón como Aristóteles ofrecieron ideas y sugerencias más o menos precisas (dentro de los límites de los conocimientos de su tiempo) para evitar concepciones y nacimientos de niños deformes.
En el mundo moderno también está presente la mentalidad eugenésica. Entre los que la han promovido encontramos el nombre de Darwin, una dimensión poco conocida del famoso padre del evolucionismo.
Charles Darwin (1809-1882), al final de su obra The Descent of Man and Selection in Relation to Sex (en español, El origen del hombre y la selección en relación con el sexo, publicada en 1871), se extrañaba de que en las granjas se seleccionara con técnicas más o menos eficaces (para aquella época) a los mejores animales a la hora de lograr nuevas concepciones, y de que no se hiciera algo parecido entre los seres humanos.
Con esas palabras, insinuaba, tímidamente, que sería oportuno encontrar maneras eficaces para lograr en el mundo humano buenos nacimientos (de sujetos sanos), y evitar los malos.
Una de las principales promotoras de la píldora anticonceptiva, Margaret Sanger (1879-1966), hizo suyo el eugenismo, al proponer acciones concretas para que se impidiese el nacimiento de hijos en ciertas categorías de personas que podrían empeorar la raza (por ejemplo, los enfermos mentales, los criminales, las prostitutas, etc.).
La mentalidad eugenésica se desarrolló y se consolidó con la elaboración de nuevas técnicas de esterilización. Hubo países que aplicaron, en diversos momentos del siglo XX, programas concretos para esterilizar a miles de personas de determinadas categorías (dementes, subnormales, etc.), en muchos casos sin el consentimiento de los interesados o de sus familiares.
Es especialmente conocido el caso de la Alemania nazi y sus planes de esterilizar e incluso promover el aborto para ciertas razas o para grupos concretos de seres humanos. Pero también hay que recordar las miles de esterilizaciones que se llevaron a cabo en Estados Unidos o en Suecia durante el siglo XX. En este último país, se calcula que fueron esterilizados, entre 1935 y 1996, unos 230 mil minusválidos y personas declaradas “asociales”.
En algunos países la mentalidad eugenésica se ha consolidado en modos de actuar que llevan a acoger a los sanos y “mejores”, mientras que son rechazados o eliminados los enfermos e “inferiores” antes de nacer, si bien hay que reconocer serios esfuerzos por mejorar la reinserción social de los hijos no sanos una vez que han nacido. Para que no haya más hijos enfermos o discapacitados, se buscan medios concretos que impidan la concepción (aquí entrarían los anticonceptivos) o incluso el aborto si ya inició la vida de un ser humano declarado “defectuoso”.
Para conocer la situación respecto a los abortos mal llamados eugenésicos, ayudaría mucho tener buenas estadísticas sobre los embriones y fetos abortados por tener ciertas anomalías genéticas o deformaciones físicas. En muchos de esos casos se usa un eufemismo lleno de falsedad: se habla de “abortos terapéuticos”. Sabemos, en realidad, que nunca puede ser considerado un acto terapéutico el que implica eliminar al paciente para decir que así hay menos enfermos…
Todo lo dicho se aplica, como dijimos, a la anticoncepción, en cuanto se pide o se sugiere a las parejas que pueden tener un hijo con defectos más o menos serios (o simplemente con características no deseadas) que eviten su concepción. Ello se persigue de un modo radical a través de la esterilización irreversible, pero también con el uso de anticonceptivos, que permiten a cada miembro de la pareja, en caso de viudez o de ruptura, mantener disponible la propia fecundidad para futuras relaciones sexuales con otras personas.
La mentalidad eugenésica no se ha limitado a la esterilización, al uso de anticonceptivos y al aborto. Con el recurso a diversas técnicas de fecundación artificial resulta posible conocer el ADN de los hijos a través del diagnóstico preimplantatorio. Aquellos embriones que serían sanos tendrán mayores posibilidades de ser escogidos y transferidos al seno materno. Los que sean declarados defectuosos serán, en la mayoría de los casos, abandonados o destruidos.
La esterilización de personas “imperfectas”, el aborto selectivo de hijos “sin cualidades”, el uso de la fecundación artificial y de los diagnósticos prenatales o preimplantatorios con fines eugenésicos, son el último fruto de una larga tradición: la de quienes buscan conseguir un hijo según sus deseos a base de impedir la concepción o el nacimiento de los hijos que no lleguen a satisfacer esos deseos.