Reflexión dominical para el 16 de octubre de 2011. En este domingo te invito a reflexionar a base de pequeños puntos tomados de la liturgia de este domingo.
Es una manera de sacar provecho de las lecturas que nos presenta la Santa Madre Iglesia para nuestro crecimiento espiritual:
* En la vida espiritual es preciso practicar las virtudes teologales. Son ellas las que realizan la unión íntima entre la criatura y el Creador. Por eso San Pablo quiere que tengamos activa nuestra fe, haciendo frecuentes actos de fe en Dios y en todo lo que Él nos ha revelado tal como lo presenta la Iglesia de Jesús.
Además vivir en un esfuerzo continuo por amar. La gran virtud que nos une con Dios y con los hermanos y que es el primero de todos los mandamientos.
Y en tercer lugar nos pide el apóstol una esperanza que soporte todo por Jesucristo que ha de ser siempre nuestro verdadero y único Señor.
Esta es una triple actitud que el apóstol San Pablo alaba en la vida de los tesalonicenses.
¿Podría alabarte hoy a ti porque vives también esta intimidad con Dios?
* Un grupo de fariseos y herodianos ponen una pregunta capciosa a Jesucristo.
– “¿Es lícito pagar el tributo al César o no?”
Me imagino que Santo Tomás, al definir la justicia, debió tener presente la respuesta que Jesús dio a estos hombres astutos: “a cada uno hay que darle lo suyo”.
El Señor pide una moneda y pregunta ¿de quién es este rostro y esta inscripción?
Cuando le contestan que es del César, Él dice:
“Den al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”.
Seguramente que aquellos hombres quedaron desconcertados. No esperaban ni mucho menos una respuesta así y con ella una lección de moral.
La sociedad tiene sus derechos y sus jefes deber ser respetados.
Pero Dios también.
Hay que cumplir las leyes humanas y las leyes divinas.
Claro que con una condición: cuando las leyes humanas van en contra de la ley divina no se pueden obedecer. Precisamente de ahí surgieron tantos mártires a través de los siglos.
Recordamos cómo el emperador se arrogaba derechos divinos pidiendo que el pueblo lo adorara. Eso va contra el primero de los mandamientos y no se puede obedecer.
Hoy, por ejemplo, la ley del aborto va contra el quinto mandamiento y no se puede obedecer.
* Entonces como hoy, hay gente astuta dispuesta a comprometer a los sencillos hablándoles con adulaciones, alabanzas y con palabras bonitas y falsas. Uno se siente halagado y cae en la trampa quedando predispuesto para dar un sí a cualquier cosa que esa “gente amable” les proponga.
El Evangelio de hoy nos enseña a ser despiertos y valientes. Despiertos para no caer en el engaño y valientes para no temer que se burlen o nos rechacen cuando sabemos que estamos en la verdad.
* Otra enseñanza de San Pablo: hay que proclamar el Evangelio sin la palabrería que se lleva el viento. Es preciso proclamarlo bajo el impulsado del Espíritu Santo y al mismo tiempo con una convicción profunda.
Sabemos bien que a nadie convencen las palabras vacías. En cambio la vivencia y el ejemplo arrastran a todos.
* Siempre y en todas partes debemos tener presente que Dios es el único Señor y que no hay otro ni en el cielo ni en la tierra.
Hablando a Ciro, que es presentado en la Biblia como un ungido del Señor aunque no pertenece al pueblo de Israel, el Señor le dice: “te llamé por tu nombre y te di un título, aunque no me conocías”.
Este rey que debió ser muy recto y amado del Señor dio la libertad al pueblo de Israel desterrado.
Por dos veces en el libro de Isaías se le dice: “Yo soy el Señor y no hay otro. Fuera de mí no hay Dios… Te pongo la insignia aunque no me conoces para que sepan de oriente a occidente que no hay otro fuera de mí. Yo soy el Señor y no hay otro”.
* A este Señor es al que tenemos que tener presente toda nuestra vida como a nuestro único Dios. Él merece toda alabanza, según repite el salmo 95:
“Cantad al Señor un cántico nuevo. Cantad al Señor toda la tierra. Contad a los pueblos su gloria… Porque es grande el Señor y muy digno de alabanza. Postraos ante el Señor en el atrio sagrado… decid a los pueblos: el Señor es rey, Él gobierna a los pueblos rectamente”.
* Finalmente, no debemos olvidar que, a semejanza de los filipenses, cada uno de nosotros debemos vivir como “lumbreras en el mundo” para que, por medio de nosotros, los hombres lleguen a Dios.
+José Ignacio Alemany Grau, obispo