¿Te comerías una hamburguesa que no tuviera mostaza ni catsup ni crema ni salsa BBQ? ¿te comerías un lonche que no tuviera mayonesa ni lechuga ni jitomate ni rajitas de jalapeño? ¿te comerías un pastel sin betún ni mermelada ni cajeta ni grageas multicolores? ¿te tomarías un café que no tuviera azúcar ni leche descremada ni miel silvestre?
A los niños no suelen gustarles para nada los filetes de hígado de res cuando a las mamás se les ocurre la feliz idea “hoy toca hígado y cuidadito con el que no se lo coma”. Pues bien, conozco a una persona que a sus muchos años todavía no puede ver el hígado. Ahora simplemente no lo come. Pero de niño tuvo que comerlo por decreto maternal. Más le valía. ¿Y cómo lo lograba? Primero agotaba los típicos recursos: dárselo al perro a escondidas, dejarlo abajo de la mesa, trasladar un pedacito al plato del hermano de al lado… Pero todas estas técnicas eran rápidamente desactivadas por la eficaz mamá. Así que tenía que enfrentarse al problema. Solución: muy sencillo, como le gustaba la mostaza, untaba medio tarro de super Mostaza McCormick sobre el filete. Así conseguía neutralizar en al menos un 85% aquel horrible sabor hepático.
Todo esto que está muy bien en el campo culinario, falla cuando lo aplicamos al cristianismo. Una hamburguesa con mostaza sabe mejor, pero cristianismo con mostaza deja de ser cristianismo. Lo mismo si le pones mermelada. Igual si agregas leche descremada…
El Evangelio te pide amar a Dios sobre todas las cosas. “Bien. Sí. Sobre todas las cosas menos sobre mi osito de peluche.” O sea, cristianismo con catsup.
El Evangelio te pide tomar la cruz. “Bien. OK, pero pásame una buena esponjita para el hombro, contrátame tres ayudantes fieles para que la carguen por mí, y que la cruz sea de la madera más ligera del mercado”. O sea, cristianismo con azúcar.
El Evangelio te dice que los limpios de corazón son los que verán a Dios. “Bien pero no es para tanto, tranquilo, no hay que ser exagerado, si todo mundo lo hace no tiene que estar tan mal.” O sea, cristianismo con miel silvestre.
El Evangelio te pide amar a tu enemigo. “Sí. Estoy de acuerdo. Sólo a este desgraciado lo odiaré toda mi vida.” O sea, cristianismo con mayonesa, salsa BBQ y rajitas de jalapeño.
El Evangelio te pide perdonar setenta veces siete. “Bien pero a este no. Es que es un caso especial. Lo que me hizo es imperdonable.” O sea, cristianismo con cajeta.
El Evangelio te pide desapegarte de tus posesiones. “Sí. Lo que pasa es que estamos en el siglo del consumismo y pues ni modo, a comprar y comprar aunque realmente no lo necesite.” O sea, cristianismo con crema, lechuga y jitomate.
El Evangelio te invita a la oración. “Pues sí, pero no hay tiempo, ¿no ves que soy una persona muy ocupada?, el tiempo libre es para el café, y para el cigarro, y para la fiesta.” O sea, cristianismo con betún.
El Evangelio te pide interrumpir tu camino para curar al que está tirado en la calle. “Lo sé. Pero hoy en día es peligroso. No sabes lo que puede pasar. A la mejor le ayudas y luego no te agradece.” Cristianismo con leche descremada y un poco de mermelada.
El Evangelio te pide fidelidad. “Bien pero uno debe tener sus propias ideas, yo comparto muchas cosas de las que dice Jesús, pero no estoy de acuerdo en algunos puntos de la moral.” O sea, cristianismo con grageas multicolores.
El Evangelio te dice que estás de paso, que la vida es un soplo, que la aproveches minuto a minuto. “Pues sí, pero pues no hay que amargarse, hay que aprovechar la vida haciendo lo que a uno le gusta, no sabes lo bien que yo me llevo con la flojera.” O sea, cristianismo con mostaza. ¡¡¡Cristianismo con mostaza por favor!!!
A su Evangelio, Cristo no le puso mostaza ni catsup ni crema, ni salsa BBQ. Él no le puso mayonesa ni lechuga ni jitomate ni rajitas de jalapeño. Él no le puso betún ni mermelada ni cajeta ni grageas multicolores. Él no le puso azúcar ni leche descremada ni miel silvestre.
Cristo no neutralizó su Evangelio con mostaza. El cristianismo se sirve solo. O se vive como es o no es cristianismo.