En Internet encontramos imágenes y filmaciones, textos y música, conferencias y libros, amigos y anónimos misteriosos. Se trata de un mundo complejo y lleno de presencias. ¿Por qué está todo eso allí? Porque hombres y mujeres concretos, un día, decidieron poner una foto, una grabación, un comentario, un texto.
En otras palabras, detrás de todo lo que encuentro en Internet hay personas concretas que han puesto material, o que han usado programas muy sofisticados para que algunos “datos”, preparados por otros, se hagan presentes en la gran red mundial.
Lo que encuentro en Internet es, por lo tanto, el resultado de ese impulso humano de compartir lo que es considerado como algo interesante para otros.
El material bueno, gracias a Dios, es enorme. Los católicos podemos encontrar informaciones valiosas del pasado y del presente de la Iglesia, así como documentos de todos los tiempos sobre lo que santos y teólogos han pensado sobre nuestra fe. Hay mucho material para catequesis, grabaciones de vídeos formativos, programas radiofónicos sobre la doctrina católica, fotos para usar en conferencias, y un largo etcétera.
Por desgracia, también hay cosas malas, mentiras, imágenes que degradan al ser humano, filmaciones de agresiones sobre inocentes. Personas concretas han introducido (“han colgado”) una gran cantidad de páginas que avergüenzan a muchos de los que llegan a ellas.
Surge entonces la pregunta: ¿también yo puedo ser protagonista? Muchos ya saben la respuesta: sí, en Internet casi todos podemos ser protagonistas, casi todos podemos introducir material para los demás.
Pero entonces, ¿qué puedo introducir? Normalmente cada uno da lo que tiene. Quien es amante de la música puede poner audiciones y comentarios sobre canciones. Quien es amante de la literatura, puede poner libros y resúmenes o juicios sobre los mismos. Quien es amante de la historia, puede ofrecer sus opiniones sobre hechos del pasado.
El católico, ¿qué ofrecerá? Podrá, por ejemplo, responder a preguntas de otros, o colaborar en enciclopedias abiertas (como Wikipedia y parecidas), o crear blogs donde difundir ideas sobre el cristianismo, o digitalizar (con los debidos permisos) textos que ayuden a crecer en la vida espiritual.
Cada bautizado puede convertirse, desde su amor a Cristo y su deseo de vivir como célula viva de la Iglesia, en un pequeño protagonista en el mundo de Internet. De este modo, lo que aparezca en la inmensa marejada de información mundial quedará bañado de Evangelio.
Será posible, entonces, que muchos puedan descubrir que el rostro de Cristo está presente en el variopinto universo digital (cf. Benedicto XVI, exhortación apostólica “Verbum Domini” n. 113); es decir, que también el Maestro recorre los nuevos ámbitos humanos, como los que se han abierto en el inmenso mundo de Internet.