Tome la Biblia y caminé por las calles empedradas de aquel pueblo pintoresco que me recibía con los brazos abiertos. Hacía algunas horas había platicado con el sacerdote encargado de aquella comunidad para comentarle de nuestra misión y del modo que intentábamos evangelizar en aquel momento. Toqué a la primera puerta de una casa encomendándome a Dios para que las palabras que fuera a pronunciar fueran de sabiduría. La persona abrió la puerta y me miró de arriba abajo. Le comenté que era misionero y que pasaba casa por casa para compartir un poco de la palabra de Dios. No terminaba de decirle quién era cuando me contestó secamente que no tenía tiempo y cerró la puerta sin otra explicación. Pedí por él y me fui a la siguiente puerta a tocar pero nadie abrió. Seguí con la siguiente puerta y al tocar se escuchó a un niño que preguntaba que quien era y que quería. Le dije que era misionero y que venía de parte del padre de la Iglesia para compartir unos minutos la palabra de Dios. Espera un momento, dijo el niño, y después de unos minutos regresó; con toda la naturalidad que lo caracteriza me dijo: que dice mi mamá que no está, que venga oro momento. Yo sentí ganas de reír pues la situación la había escuchado en un chiste pero ese día se hizo realidad. Me contuve y seguí caminando. El día era caluroso y algunas personas mantenían la entrada de su casa cubierta con una maya para evitar que entraran insectos. Llegue a una casa de estas y pude notar el ambiente que se formaba dentro de la casa. Toque la puerta y desde adentro me contestaron las voces masculinas. Les dije el motivo de mi visita y solamente se limitaron a decir que en esa ocasión no, que otro día y siguieron con su ambiente entre botellas de alcohol y música norteña. Ante tales casos solamente me consolaba orar por ellas y pedir ánimos para seguir tocando puertas. Muchas otras personas si me concedieron el tiempo para poder escucharme y otras más me compartieron sus problemas familiares. Oramos juntos y les invite a acercarse a la misa y a los sacramentos para recibir fortaleza y seguir en la batalla ante tales embates. Recuerdo que una persona en otra casa me invitó a pasar y me dijo que no iba a misa porque tenía a la virgen y muchas otras imágenes de santos. No hace falta ir a la iglesia para rezar, Dios está en todas partes, me dijo. En el interior pude comprobar que efectivamente tenía muchas imágenes de santos e incluso de la “santa” muerte. Intente corregirla en su visión sobre la religión pero no quiso escucharme. Desgraciadamente la superstición conduce a la idolatría y a distintas formas de adivinación y de magia, por lo mismo debemos tener mucho cuidado.
Soy sacerdote misionero desde el año 2009. Pero misionero laico desde el año 1998. Parte del carisma del instituto donde estoy es compartir la palabra de Dios casa por casa. Con la Biblia en la mano pasamos por los hogares reflexionando algunos versículos o haciendo alguna oración. Al mismo tiempo les invitamos a participar más de misa, de la hora santa y del rezo del rosario. Claro es que no todas las zonas que visitamos son parecidas, en algunos lugares la gente nos recibe de muy buena gana en otros lugares con indiferencia y en otros simplemente no nos aceptan. Quizá por dudar de que seamos misioneros, quizá por ignorancia o simplemente por no querer recibir a nadie en ese momento. Casi nunca nos hemos encontrado con agnósticos o con personas ateas porque gracias a Dios, México sigue siendo en su mayoría “creyente”. Algunas veces nos hemos encontrado con aquellos que se cuelgan el título de ateos o personas que no creen en Dios pero que se la pasan todo el tiempo peleando, criticando las religiones. A este tipo de personas no les doy el título de ateas, sino de antirreligiosos, porque el verdadero ateo no pelea ni discute por las cosas que no cree.
El primero mandamiento de la ley de Dios nos habla de amarlo sobre todas las cosas. Hoy me han preguntado que si tales mandamientos tienen vigencia y actualidad. Con total seguridad les digo que si. No podemos desmentir que a Dios lo hemos puesto en nuestra vida en un plano secundario. Ya no existe ese compromiso de buscarlo y de llevar a cabo lo que él nos pide. El relativismo o los pensamientos superficiales han venido a minar la credibilidad de dichos mandamientos. Quizá en parte suceda lo que ha comentado el Papa Benedicto XVI recientemente con lo que él llama: analfabetismo religioso. Quizá sea el ambiente tan consumista y materialista que nos aborda. Quizá los pocos malos ejemplos que se han encontrado en la Iglesia católica. Lo cierto es que muchos ya no aman a Dios sobre todas las cosas, ahora aman las cosas por encima de Dios.
Hasta la próxima.
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