Existen muchas normas: para construir casas y para conducir un coche, para hacer un contrato y para rescindirlo, para aceptar un tratamiento médico y para resolver un litigio, para acceder a Internet en la oficina y para rellenar los formularios de los impuestos.
Algunas normas son válidas y buenas: ayudan a la convivencia, garantizan derechos básicos, promueven conductas sanas, evitan peligros. Otras son excesivas o incluso contraproducentes.
Las normas, nos fijamos en las buenas, pueden ser vividas por miedo, por presión externa, por un formalismo pragmático: es mejor acomodarse a ellas en vez de ir contra corriente.
Ese modo de vivirlas tiene cierto valor: al menos uno no se introduce en la autopista en dirección opuesta… Pero no basta, pues lo “interesante” de una buena norma consiste en defender un valor importante. Toca a cada uno descubrir ese valor y hacerlo propio.
Por eso, una de las tareas más importantes de la educación (que no termina con la infancia) consiste en hacer ver el valor de las normas buenas. De poco sirve aumentar el número de policías si luego la gente, cuando está a solas, estaciona el coche donde quiere. De poco sirve enseñar las reglas básicas de la higiene si luego uno, apenas está solo, come lo que se le antoja sin ninguna atención a aquello que pueda dañarle a él o a otros.
Esta tarea educativa necesita encontrar una correspondencia en el “educando”. De nuevo, no pensemos sólo en los niños: en cierto sentido todos tenemos mucho que aprender, incluso en la edad adulta. La correspondencia consiste precisamente en una actitud reflexiva y madura que permite interiorizar las normas: ¿qué valores, qué bienes, qué aspectos importantes para la vida personal y para la convivencia son tutelados con estas normas concretas?
Desde la interiorización será posible un modo de vivir más serio, más maduro, más autoconvencido. Algo que hace mucha falta en un mundo donde abundan los comportamientos deshonestos, y donde también hombres y mujeres de todas las edades y culturas saben vivir, honestamente y con alegría, normas buenas que nos ayudan a todos.