Los irresponsables se han adueñado del mundo. Inmovilizarlos ya, van en pos del poder o del dinero, que es lo mismo. Son insensibles a los problemas ciudadanos. Rechazan cualquier fondo de ayuda a los más débiles. Tampoco les interesa conversar y mucho menos ser transparentes en lo que dicen y hacen. Practican la coartada política y premian el cinismo. Se alimentan de la mentira y la proclaman como verdad en el mercado de los días. Les importa nada la persona y la ciudadanía sólo les interesa en periodo electoral. Únicamente respetan a los dominadores aunque éstos degraden la civilización humana. Reconocen la igualdad de escaparate, pero en el fondo permiten las desigualdades. En la raíz de esta situación está el egoísmo, tanto personal como colectivo, que considera el propio beneficio del yo como criterio de actuación. No importa acudir a la violencia como recurso, avivando venganzas y enfrentamientos, aliándose con la injusticia de un poder altanero que elude responsabilidades continuamente.
Lo peor de esta casta de irresponsabilidades, que hoy gobierna buena parte del planeta, es que nos siguen instando a vivir una vida loca, bajo las directrices de una política económica irresponsable, que se ha convertido en un vicio crónico. Cada día son menos las personas consecuentes con sus acciones, que cumplen sus deberes y obligaciones con honestidad, aplicando el sentido solidario de las cosas, en bien de la colectividad. Está en juego nuestro futuro común, lo que exige personas con sentido planetario, dispuestas a servir a la ciudadanía, no a vivir de ella, como la variedad de imprudentes con poder han puesto de moda. Se precisan soluciones incluyentes, no excluyentes. Hacen falta dirigentes ejemplares en este mundo dirigido por ineptos. Sálvese el que pueda. Cuando la política se convierte en el mayor negocio, en lo que más dinero deja, sucede que los principios de buen hacer brillan por su ausencia. Desde luego, sí queremos potenciar un modo sostenible de vivir, tan en boga de boquilla, urge que la responsabilidad de los servidores de lo público, trabajen a destajo por el bien universal y sean ejemplo de honradez.
Hay que detener, pues, el poder de esta casta de irresponsables. No pueden gobernar por más tiempo el mundo. Estos poderosos insensatos ignoran que toda potestad conlleva un deber; primero el de concienciarse con el dominio del uso del poder y después el de optar por ponerse al servicio de la verdad. Todo lo contrario a lo que se hace realmente. Sin duda, para esto hay que tener en cuenta, lo que dijo el político y pensador indio Mahatma Gandhi: “uno debe ser tan humilde como el polvo para poder descubrir la verdad”. Y la primera veracidad que tenemos la obligación de poner sobre la mesa de trabajo, es que la tierra pertenece, no a los poderosos que se apropiaron de sus bienes y servicios, sino al conjunto de culturas que la habitan. Esta es la gran autenticidad, lo que nos requiere y exige a los poderes actuales, universalidad de miras y gratuidad en la acción. Por eso, a esta especie de alocados que nos gobiernan, les va a ser muy complicado regenerar esta crisis global, porque ellos mismos son los que la han potenciado, con su poder de avaricia, de pérdida de lealtad, con una visión reduccionista y en absoluto cooperante.