Nos encontramos a mitad de las Olimpiadas que se están desarrollando en Londres. Luego de las imágenes espectaculares de la inauguración, nos hemos deleitado y apasionado con las competencias por las medallas en las diversas disciplinas deportivas, sea individuales o de conjunto. Me gusta mucho el deporte -verlo y practicarlo-, de modo que he procurado buscar ratos, sin descuidar otras obligaciones, para disfrutar de las transmisiones televisivas.
Nos pueden sorprender y maravillar las cualidades de los deportistas: sea la energía y precisión, la gracia y elasticidad, la decisión para sostenerse y superarse. Llegar a destacar a este nivel internacional requiere que el deporte signifique expresión que integra todas las facultades: cuerpo, mente, corazón, voluntad, todo en disciplina y concentración. Los motivos pueden ser múltiples, mientras más trascendentes lo sean, o sea menos egocéntricos, serán de mayor formación personal y de mayor influjo benéfico hacia los demás. En resumen, el deporte no lo es todo, pero es un medio formidable para la propia educación y la educación de los demás. Ciertamente, se requiere superar el deporte como pasatiempo que divierte, para asumirlo como disciplina que revitaliza y forja la persona.
Es importante que el deportista sepa que se convierte en ideal de muchos otros, especialmente niños y jóvenes. Para el espectador no deja de ser una ocasión en que se proyecta en el deportista, o sea en que se ve reflejado en los logros de los triunfadores, especialmente si son del propio país o con quienes ya haya previamente una vinculación afectiva.
Pero las Olimpiadas no están exentas de otros motivos extradeportivos. Su celebración convierte a la ciudad y el país sede en escaparate mundial, que aprovechan diversas organizaciones y empresas. El deporte y los logros en medallas se pueden convertir en bandera para reivindicar otros aspectos, como el político o el socio-económico, sea de manera objetiva o tendenciosa. Pero no todo es determinista, más bien todo puede estar sujeto a la libre responsabilidad de las personas y los grupos humanos. Magníficas las Olimpiadas si ayudan a los países, tanto los deportistas como sus entrenadores y todos los ciudadanos, a crecer en el espíritu olímpico a nivel mundial: crecer en humanidad, que significa crecer en fraternidad, dándonos la mano y el corazón para superarnos juntos en la verdad, el bien y la belleza de la condición humana. Y si en todo esto entra Dios como Origen y Meta del ser humano en lo individual y social, es la maravilla suprema.
+ Rodrigo Aguilar Martínez
Obispo de Tehuacán
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