Cuando el Papa Benedicto XVI publicó su primera encíclica, Dios es amor, causó gran sorpresa a causa de su conocida preferencia por el tema de la verdad. Durante toda su vida el Papa ha sido un gran buscador de la verdad. La segunda encíclica fue también sorpresiva por su contenido: Salvados en esperanza, se titula. Pero a la tercera tampoco faltó lo propio, y se llamó: La caridad en la verdad. Este documento tiene un marcado sentido social y actualiza las enseñanzas de Pablo VI y los escritos anteriores sobre el tema, arrancando desde la famosa Rerum novarum, del Papa León XIII. Un gran cuerpo de doctrina de la Iglesia sobre asuntos referentes a la fe y al correcto uso de las realidades temporales, del cual depende nuestra salvación eterna.
La caridad, lo sabemos muy bien, es el amor que Dios nos tiene y que nosotros nos debemos unos a otros para corresponder al de Dios. A Dios lo amamos en el prójimo con un mismo y único amor, no con amores distintos. Es imposible amar a Dios si no amamos a nuestro semejante, hecho a imagen y semejanza de Dios. Así de sencillo, grave y poderoso es el cristianismo. El Papa comienza afirmando que la caridad en la verdad «es la primera fuerza impulsora del auténtico desarrollo de cada persona y de toda la humanidad». En breve, si queremos un auténtico progreso necesitamos actuar con la fuerza impulsora del amor asentado sobre la verdad. La verdad es progresista y la mentira retroceso.
Los humanos nos movemos por una fuerza interior impulsora que busca el bien de los demás y se llama el amor; pero si este impulso no se apoya en la verdad, el amor falla. Es mentiroso, falaz e ineficaz. Amor y verdad no se pueden separar. Cuando el egoísmo y la discordia -el pecado- lo asedian, entonces Jesucristo «purifica y libera de nuestras limitaciones humanas la búsqueda del amor y la verdad», dice el Papa. El cristianismo así remedia y cura nuestra libertad y la vuelve operante y eficaz.
La caridad es la fuente impulsora y la guía maestra de la doctrina social de la Iglesia, que debe hacerse presente en la economía, en la política y en todas las actividades humanas en que participan los cristianos. Una economía basada en la especulación, un mercado asociado al engaño y una política arropada en la demagogia conducen al desastre y a la frustración.
La verdad se apoya tanto en la inteligencia y razón natural como en la revelación. La palabra de Dios le brinda apoyo y la preserva de las desviaciones y errores humanos. Sin estas bases, la verdad se vuelve, dice el Papa, «en mero sentimentalismo» y «el amor se convierte en un envoltorio vacío que se rellena arbitrariamente». Lo que se apoya sólo en emociones y sentimientos «termina por significar lo contrario». En el evangelio, Dios es amor y la verdad se identifica con el mismo Hijo de Dios. Separar la caridad de la verdad es negarle a Dios un espacio en este mundo. Un cristianismo así sería algo marginal.
+ Mario De Gasperín Gasperín