Vivimos una etapa de decadencia en todos los ámbitos. El colapso social es tan fuerte que hace quebrar el sentido humano de la vida. La descomposición de los gobiernos es tan evidente que hace tambalear los principios democráticos. También el progresivo agotamiento cultural degrada a la persona como ciudadano. Todo se mueve en una permanente rivalidad. Precisamente, el verdadero conocimiento es todo lo contrario, un instrumento de acercamiento y participación, de comprensión y de solidaridad para con los semejantes. Se trata de abrir nuevos cauces a la creatividad y al progreso, no de cerrar puertas como revancha. Las gentes de compromiso ético tampoco se dejan oír en el corazón de esta existencia. El principio de debilidad o de ruina, tanto en el orden material como en el espiritual, es tan real que necesitamos saber a dónde queremos llegar, con la siembra de tanta desolación.
Una nación, un mundo entero, permanece fuerte mientras se ocupa (y preocupa) de sus problemas sociales. No es cuestión de mezclar intereses o de dejarnos invadir por un pesimismo social, sino de imprimir una respuesta que forje ilusiones y genere responsabilidad. Por cierto, cada día son más las personas que ponen fin a su vida, porque quieren un huir de este clima decadente. Desde luego, es necesaria una labor de concienciación, puesto que esta forma de huir de las dificultades no es la adecuada. Sería bueno, que coincidiendo con el día Internacional de Prevención del Suicidio (10 de septiembre), reflexionásemos sobre algo tan importante como es quitarse la vida, y ver la manera de que la población estuviese menos sometida a situaciones depresivas y de abuso de pastillas. La vida es para vivirla, no para destruirse o destruirla. En este sentido, la comunidad internacional creo que debe tomar un mayor compromiso con la salud mental, una de las cuestiones más descuidadas, y sin embargo esencial para un desarrollo verdaderamente humano.
Es verdad que estamos en un momento crítico, de locura social, donde el futuro es incierto, porque lo que cuenta es el beneficio personal. Lo que debemos preguntarnos ahora es cómo salir de esta decadencia y devolver una buena salud, tanto al planeta como a sus moradores. El abandono moral, la desidia por avanzar solidariamente, son síntomas claros de una decadencia. La solución, por tanto, no está en la pasividad, sino en todo lo contrario, en el activo de valores cívicos y morales, justo los que están rechazando los líderes políticos. El peligroso vacío de valores que se ha ido creando por los dirigentes de todo el mundo, hace difícil salir, pero no imposible, puesto que ante cualquier cúmulo de adversidades siempre hay una ventana a la esperanza que se nos abre a la luz del día. La receta del eterno ensayista español, José Ortega y Gasset, de que “con la moral corregimos los errores de nuestros instintos, y con el amor los errores de nuestra moral”, puede servirnos de guía. Seguro que sí.
Considero que el único medio es enunciar los valores cristianos. Esforzarse por que los acepten es inútil. Quien quiera vivirlos, que los viva; quien no, que se las entienda luego con Dios. Jesús avisó que había que comer su carne. Los discípulos se largaron. Jesús no movió un músculo para detenerlos. Y Él sí sabe lo que hace.