No es habitual que la muerte de un Cardenal de la Iglesia Católica ocupe las cabeceras de los principales periódicos del mundo. La muerte del Card. Carlo Maria Martini, arzobispo emérito de Milán, Italia, lo ha logrado.Una entrevista realizada el 8 de agosto de 2012, realizada por uno de sus compañeros y publicada (aposta, tras su muerte) en la web de Il Corriere della Sera el pasado 1 de septiembre (cf. L’ultima intervista: «Perché non si scuote, perché abbiamo paura?»), se ha convertido en artículo y, así, en la noticia más leída del día en el diario francés Le Monde (cf. Dans une interview posthume, le cardinal Carlo Maria Martini s’en prend à l’Eglise catholique, 02.09.2012), en una de las más comentadas en la web en inglés de la BBC (cf. Cardinal Carlo Martini says Church ‘200 years behind’, 01.09.2012) y en The New York Times (cf. Cardinal Called Church ‘200 Years Out of Date’ Soon Before Death, 01.09.2012).
La atención que numerosos medios de comunicación han dado a la muerte del Card. Martini, acontecida el 31 de agosto en Milán, ha sido más bien pobre. Se han centrado en su condición de religioso jesuita (quizá el jesuita más conocido de los tiempos recientes), en sus declaraciones a veces polémicas (por lo que se le presenta como bandera del «progresismo católico») y porque, según muchos, fue «el papable» del año 2005.
Desde luego que pertenecer a la Compañía de Jesús no equivale a ser un heterodoxo o liberal de izquierdas (que es la insinuación mayoritaria sugerida). La gloriosa fundación de San Ignacio de Loyola atraviesa hoy mismo por momentos más lúcidos y la inmensa mayoría de sus religiosos son grandes testimonios de vida santa y apóstoles entregados a la misión que les es propia. Uno de esos campos de misión es la vanguardia intelectual de la Iglesia, campo al que también dedicó gran parte de su vida el Card. Martini, con sus múltiples escritos sobre teología y Sagrada Escritura. No por nada, entre otras muchas cosas, llegó a ser rector del prestigioso Pontificio Instituto Bíblico y rector de la no menos célebre Pontificia Universidad Gregoriana, antes de guiar por 22 años la arquidiócesis de Milán, una de las más grandes del mundo.
Como decía el portavoz oficial de la Santa Sede, a raíz de la muerte del purpurado: «La formación y la personalidad de Martini fueron las de un jesuita estudioso de la Sagrada Escritura» (cf. The life and legacy of Cardinal Martini, Radio Vaticana, 01.09.2012).
Gracias a algunas de sus intervenciones públicas el Card. Martini, fue tomado por los medios como el adalid del progresismo en la Iglesia católica. Es verdad que algunas de sus declaraciones fueron «problemáticas» y poco afortunadas, algunas quizá precisaban de un espacio mayor y un foro distinto para ser explicadas y comprendidas mejor, pero incluso así no entró en confrontación directa con la sustancia central de fe de la Iglesia a la que sirvió.
La muerte del Card. Martini está en la prensa secular y ha suscitado una atención que trasciende los confines «católicos». Comprensible que la prensa busque el conflicto para atraer el interés, pero más allá de aspectos más bien periféricos, se echa de menos alguna mención de los testimonios de las miles de personas, gente sencilla, que han hecho fila para ingresar a la Catedral de Milán para darle el último adiós (6,000 cada hora, según cálculos de la policía local; más de 150 mil personas durante los días que estuvo expuesto hasta el día de su entierro el lunes 3 de septiembre): «Me ha enseñado a entender la Palabra de Dios y su trascendencia para mí», decía uno; «Me ha guiado como un padre y amigo para salvar mi matrimonio», comentaba otro; «A nosotros, padres de un joven toxico-dependiente nos ha guiado hacia la solución de nuestro problema», referían unos padres de familia; «Me ha hecho entender cómo y por qué Dios nos ama a cada uno»…
En America, publicación on line de los jesuitas estadounidenses, uno de ellos cuenta los detalles de una historia relativa precisamente al Card. Martini y al Cónclave de 2005, del que salió elegido el Papa Benedicto XVI.
Se trata de una anécdota vivida entre el jesuita Thomas J. Fitzpatrick y el Card. Carlo Maria Martini en Jerusalén: «Cuando era el superior del Pontificio Instituto Bíblico de Jerusalén, comunidad de la que formaba parte el Card. Martini durante su estancia en la Ciudad Santa, manejaba el auto con el cual se trasladó al aeropuerto de Tel Aviv para ir a Roma y tomar parte en el Cónclave de 2005. Hemos hablado largamente durante el trayecto y en el salón VIP que gentilmente el nuncio, mons. Pietro Sambi, reservó para facilitar el embarco del Cardenal. Al momento de despedirnos le dije al Cardenal Martini, medio en broma, medio en serio: “Sé que tú no quieres ser Papa, pero recuerda que yo soy tu superior y debes obedecer. Por eso te ruego que si te eligen, aceptes”. Nos echamos a reír y nos abrazamos. Días después, a su regreso a Jerusalén, fui al aeropuerto a recogerlo y me permití decirle: “En los programas televisivos de Roma te he visto siempre con el bastón. Sé que para ti no era necesario usarlo. Estás muy bien. Estoy convencido que has hecho uso del bastón sólo para hacer creer que estabas enfermo. ¿Es verdad?”. Y él me respondió simplemente y sin comentarios: “sí”». El padre Fitzpatrick dice que es el bastón que cambió la historia.
No sabemos si efectivamente el bastón sirvió de «argumento» para que los cardenales optaran por el Card. Ratzinger y no por el Card. Martini. Lo que sí sabemos es que precisamente el ahora Papa Benedicto XVI quiso visitar personalmente al Card. Martini el pasado mes de junio de 2012 en Milán, aprovechando que se encontraba por aquella ciudad con motivo del Encuentro Mundial de las Familias. La imagen dice tanto como las filas de católicos, musulmanes y hebreos apostados en torno a la catedral de Milán: un religioso jesuita que vivió en filial cercanía con el Papa por el cual también tal vez votó… No por nada los jesuitas, los buenos jesuitas, siguen pronunciando y viviendo ese cuarto voto suyo tan característico: el de la obediencia al Romano Pontífice. Esto no apareció en Le Monde, la BBC o The New York Times pero, en el fondo, también estaba.
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Pues por aquí, Bogotá (Colombia), la mayoría de los jesuítas o no hacen el cuarto voto o no lo cumplen. Dicen cada herejía. Se conducen con qué rebeldía. San Ignacio resucita y se muere de infarto con ellos.