Reflexión dominical del 9 de septiembre de 2012
A veces los evangelizadores católicos, invitando a evangelizar con ilusión, dicen que las sectas proclaman la mentira como si fuera la verdad y en cambio los católicos proclaman la verdad como si fuera la mentira.
Las leyes del comercio van por ahí pero el Evangelio va por caminos muy diferentes.
De todas formas, en ocasiones parecemos los católicos acomplejados al evangelizar.
Nos asustan, quizá, tantos ataques contra la Iglesia desde fuera y a veces desde dentro, cosa no tan rara en nuestro tiempo.
Pues hoy, para todos, van estas palabras del profeta Isaías:
“Decid a los cobardes: sed fuertes, no temáis. Mirad a vuestro Dios que trae el desquite. Viene en persona, resarcirá y os salvará”.
A continuación el mismo profeta nos describe los tiempos mesiánicos, llenos de felicidad y belleza:
“Se despegarán los ojos del ciego, los oídos del sordo se abrirán, el cojo saltará como un ciervo y la lengua del mudo cantará”.
Más todavía:
Hasta la naturaleza se embellecerá y el mundo será un vergel “porque han brotado aguas en el desierto, torrentes en la estepa; el páramo será un estanque, lo reseco un manantial”.
Esta visión gozosa de los tiempos del Señor nos hace repetir con el salmo responsorial:
“Alaba, alma mía, al Señor”.
Y si meditamos el salmo 145 nos damos cuenta de cómo vuelve a presentar las maravillas del amor de Dios y de su reino:
“El Señor mantiene su fidelidad perpetuamente, hace justicia a los oprimidos, da pan a los hambrientos, abre los ojos al ciego…”
“El Señor reina eternamente, tu Dios, Sión, de edad en edad”.
Santiago, en su carta tan interesante y actual que parece que la hubiera escrito hoy y para hoy, nos pide que no hagamos diferencias ni favoritismos sino que debemos imitar a Dios que precisamente “ha preferido a los pobres del mundo para hacerlos ricos en la fe y herederos del reino”.
En la historia humana descubrimos esta realidad:
Cuando los pueblos se creen poderosos, se llenan de orgullo y rechazan a Dios y su reino. Luego quiebran y se hunden.
¿Acaso los pueblos sencillos no son los que ahora manifiestan más hambre de Dios?
¿No es impresionante ver cómo en nuestro tiempo África busca la fe con ansiedad?
Hoy se le llama, precisamente, el continente de la esperanza.
El verso aleluyático vuelve sobre el tema de Isaías y nos presenta también a Jesús cumpliendo las promesas del profeta:
“Jesús proclamaba el Evangelio del reino curando las dolencias del pueblo”.
Esto mismo recuerda san Marcos, nuestro evangelista del ciclo B (no olvidemos que se tomó cinco domingos de vacaciones para dejar paso al capítulo seis de san Juan. Pues ya está aquí y nos cuenta):
“Traen un sordo mudo a Jesús. Él lo aparta de la gente; mete los dedos en los oídos y con la saliva le toca la lengua mientras le dice: ábrete”.
Y el hombre oyó y habló.
Y el pueblo, sin darse cuenta, volvió a recordar los tiempos profetizados por Isaías:
“Todo lo ha hecho bien; hace oír a los sordos y hablar a los mudos”.
Nosotros sabemos que Jesús es el mismo y, hoy como ayer, lo puede todo.
Entonces, ¿por qué vivimos en el miedo?
Qué bien caían a la humanidad las palabras de Juan Pablo II cuando repetía al mundo entero: “¡No tengan miedo! ¡Abran las puertas a Cristo!”.
Y Benedicto XVI avanzando la idea en Aparecida, nos dijo:
“¡No teman! ¡Abran, más todavía, abran de par en par las puertas a Cristo… quien deja entrar a Cristo no pierde nada, nada (absolutamente nada) de lo que hace la vida libre, bella y grande… ¡No tengan miedo de Cristo! Él no quita nada y lo da todo”.
Amigo, ¿vives en el miedo?
Pues escucha, para terminar, una vez más, las palabras de Isaías:
“Sean fuertes y no teman”.
José Ignacio Alemany Grau, obispo
Por una parte, miedo, como dice este artículo. Por otra, indiferencia por extender la fe; somos un montón de católicos tibios (A los tibios los expulsaré de mi boca como vómito, Ap 3,16). Y por otra, que no tenemos canales para expresarnos y evangelizar.