En atención a la solicitud que Benedicto XVI ha dirigido a los católicos con ocasión del Año de la Fe a fin de que se lea, se estudie y se analice el Catecismo de la Iglesia Católica, reproduzco en seguida algunas de las explicaciones que el documento entrega a quien busca en su índice temático, por ejemplo, el término “Demonio”.
En su párrafo 395 se puede conocer que “el poder de Satán no es infinito. No es más que una criatura, poderosa por el hecho de ser espíritu puro, pero siempre criatura: no puede impedir la edificación del Reino de Dios. Aunque Satán actúe en el mundo por odio contra Dios y su Reino en Jesucristo, y aunque su acción cause graves daños -de naturaleza espiritual e indirectamente incluso de naturaleza física-en cada hombre y en la sociedad, esta acción es permitida por la divina providencia que con fuerza y dulzura dirige la historia del hombre y del mundo. El que Dios permita la actividad diabólica es un gran misterio, pero ‘nosotros sabemos que en todas las cosas interviene Dios para bien de los que le aman’ (Rm 8,28)”.
Con frecuencia se me ha preguntado en dónde se encuentra la explicación de la caída y la rebelión de los ángeles. También esto el Catecismo lo explica, en sus párrafos 391 y 392, de la siguiente manera: “Tras la elección desobediente de nuestros primeros padres se halla una voz seductora, opuesta a Dios que, por envidia, los hace caer en la muerte. La Escritura y la Tradición de la Iglesia ven en este ser un ángel caído, llamado Satán o diablo (cf. Jn 8,44; Ap 12,9). La Iglesia enseña que primero fue un ángel bueno, creado por Dios. Diabolus enim et alii daemones a Deo quidem natura creati sunt boni, sed ipsi per se facti sunt mali (El diablo y los otros demonios fueron creados por Dios con una naturaleza buena, pero ellos se hicieron a sí mismos malos) (Cc. de Letrán IV, año 1215: DS 800). La Escritura habla de un pecado de estos ángeles (2 P 2,4). Esta ‘caída’ consiste en la elección libre de estos espíritus creados que rechazaron radical e irrevocablemente a Dios y su Reino. Encontramos un reflejo de esta rebelión en las palabras del tentador a nuestros primeros padres: ‘Seréis como dioses’ (Gn 3,5). El diablo es ‘pecador desde el principio’ (1 Jn 3,8), ‘padre de la mentira’ (Jn 8,44)”.
También con frecuencia he escuchado la pregunta acerca de que si acaso Dios perdonaría a los demonios en algún momento. También esta respuesta nos la entrega el Catecismo, en su párrafo 393, cuando explica que “Es el carácter irrevocable de su elección, y no un defecto de la infinita misericordia divina lo que hace que el pecado de los ángeles no pueda ser perdonado. ‘No hay arrepentimiento para ellos después de la caída, como no hay arrepentimiento para los hombres después de la muerte’ (S. Juan Damasceno)” y amplía el concepto en el párrafo 414: “Satán o el diablo y los otros demonios son ángeles caídos por haber rechazado libremente servir a Dios y su designio. Su opción contra Dios es definitiva. Intentan asociar al hombre en su rebelión contra Dios”.
Acerca de las diversas formas de relacionarse con el demonio, el Catecismo explica, en su párrafo 2116, que “Todas las formas de adivinación deben rechazarse: recurso a Satán o a los demonios, evocación de los muertos, y otras prácticas que equivocadamente se supone ‘desvelan’ el porvenir (cf Dt 18,10; Jr 29,8). La consulta de horóscopos, la astrología, la quiromancia, la interpretación de presagios y de suertes, los fenómenos de visión, el recurso a ‘mediums’ encierran una voluntad de poder sobre el tiempo, la historia y, finalmente, los hombres, a la vez que un deseo de conciliarse los poderes ocultos. Están en contradicción con el honor y el respeto, mezclados de temor amoroso, que debemos solamente a Dios” y el párrafo 2117 agrega que “Estas prácticas son más condenables aun cuando van acompañadas de una intención de dañar a otro o recurren a la intervención de los demonios. El llevar amuletos es también reprensible. El espiritismo implica con frecuencia prácticas adivinatorias o mágicas. Por eso la Iglesia advierte a los fieles que se guarden de él. El recurso a las medicinas llamadas tradicionales no legitima ni la invocación de las potencias malignas, ni la explotación de la credulidad del prójimo”.
Como se ve, el uso del Catecismo de la Iglesia Católica es muy útil, durante el Año de la Fe y siempre que se desee recibir instrucción sobre los temas que nos hacen creer.