Los primeros filósofos griegos buscaban conocer la verdad de las cosas. ¿Qué hay detrás del viento, del sol, de las nubes, del fuego?
Las respuestas llegaron una tras otra. Para Tales, el agua sería la explicación. Para Heráclito, el fuego. Para Demócrito, los átomos. Para Empédocles, cuatro realidades que palpamos en la experiencia cotidiana: aire, agua, tierra, fuego.
Fueron respuestas ingeniosas, pero insuficientes. La filosofía se había puesto en marcha, y tenía que encontrar teorías más completas.
Los pensadores de entonces, como muchos otros a lo largo de los siglos, intentaron ir más allá de los sentidos. No bastaba con los datos ofrecidos por los ojos, los oídos o el tacto. La realidad necesitaba una explicación capaz de satisfacer a una inteligencia cada vez más exigente.
Sin embargo, otros pensadores, en el mundo antiguo y en otras épocas, prefirieron dejar de lado el arduo camino hacia la verdad. ¿Para qué tantos estudios, si lo importante es lo que cada uno siente? ¿Para qué tantas teorías, si luego en la vida social lo que se impone son las palabras brillantes y las apariencias?
La sofística antigua (con Protágoras a la cabeza), y la moderna, en parte representada por el “pensamiento débil”, dejaron de lado las viejas teorías y las metafísicas “incomprensibles” para avanzar por caminos que llevasen a la victoria de las apariencias.
¿No resulta más importante, en el ágora de ayer como en el parlamento de hoy, aparentar que tener la razón? ¿No tuvo que reconocer el mismo Aristóteles, para muchos el gran representante del “realismo”, que a la hora de la hora cada quien escoge no lo que es bueno, sino lo que parece serlo?
A pesar de todo, en el corazón del hombre inquieto brilla siempre una luz que busca ir más allá de las apariencias. No basta con satisfacer el gusto del momento, si luego llega una enfermedad (muy real) a nuestra vida. No queremos el abrazo de quien aparenta ser amigo y luego nos clava una calumnia por la espalda. No estamos satisfechos con las palabras halagadoras de un político si luego la patria camina hacia una ruina dramática.
Estamos hechos para la verdad. Esa que a veces duele, pero cura. Esa que a veces lleva a dejar de lado a un amigo fascinante pero traicionero. Esa que nos aparta de placeres que hacen año. Esa que nos coloca en el camino estrecho que lleva a la vida verdadera, al amor que viene de Dios y nos une a los hermanos.