Inicia un embarazo. Alguien no quiere que nazca ese hijo. Aparece en el horizonte algo que puede ser visto como “solución”: acabar con la vida de un embrión indefenso.
La enunciación parece sencilla: describe lo que pasa en tantos abortos. Pero tras la misma se esconden problemas complejos.
En primer lugar, ¿por qué no es querido un hijo cuando ha empezado a vivir? Los motivos pueden ser muchos: porque su madre no está casada; o porque está casada, pero separada; o porque vive con su marido, pero ni ella ni él quieren tener un hijo; o porque solamente el padre del hijo no desea su nacimiento y presiona a la madre para que acabe con su vida; o porque el jefe de trabajo amenaza a la mujer con despedirla si pide el permiso de maternidad; o…
Cientos de situaciones están detrás de lo que puede convertirse en un resultado decisivo e irreversible: la eliminación de un hijo. Su existencia, simplemente, ha sido declarada “dañina”. Su vida está ahora subordinada a los intereses de otros. Una sentencia, muchas veces inapelable, resuena en el corazón de su madre, a veces entre lágrimas: abortar.
Desde esta situación inicial, los problemas se suceden en cascada. ¿Dónde y según qué leyes abortar? ¿Y si el aborto está prohibido para “mi caso”? ¿Es mejor un centro público o uno privado? ¿Hablar o no hablar con el padre del hijo que va a ser eliminado? ¿No habrá alternativas para evitar el aborto? ¿Y si ese hijo fuera ofrecido en adopción?
Las preguntas se suceden desde el mismo punto de partida: ese embrión no es querido. Algunas respuestas pueden abrir horizontes de justicia y de vida. Por ejemplo, darlo en adopción permitiría al menos que pueda nacer, sin que la madre tenga que asumir las responsabilidades de tenerlo consigo tras el parto. Pero otras respuestas arrancan desde un grave error ético que lleva a una mayor injusticia: la que se produce en cada aborto.
Por eso, vale la pena emprender un esfuerzo cultural orientado a abrir los corazones al respeto y al amor hacia cada hijo. Si la llegada de un hijo se produce en un contexto matrimonial sano, en un clima de generosidad, con la mirada puesta más en lo importante que en necesidades prescindibles, el número de abortos tendrá necesariamente que disminuir de modo drástico.
Puede parecer una utopía, pero hay pueblos que lo han logrado, precisamente porque han sabido promover el valor de la familia, porque han enseñado de modo adecuado el sentido auténtico de la sexualidad y de virtudes como las de la templanza o el pudor, y porque ante casos de embarazos “imprevistos” se buscarán caminos para acompañar a la mujer que empieza a ser madre con un gran respeto y con ayudas apropiadas durante los meses antes y después del nacimiento.
En pocas palabras, habrá menos abortos si hay menos embarazos no deseados, y si cada hijo recibe el acompañamiento más adecuado por parte de todos: de la madre, del padre (no hay embarazo sin un padre), de los familiares y amigos, de la sociedad entera.