El 16 de abril de 2005 cumplía 78 años. El cardenal Joseph Ratzinger tenía ante sus ojos la apertura inminente del cónclave. A los tres días, el 19 de abril, era elegido Papa, el 264 sucesor del apóstol san Pedro. Iniciaba así una nueva etapa en su vida.
Más de uno habrá pensado, en aquel día de abril de 2005: ¿qué puede hacer un hombre que empieza a ser Papa a los 78 años? Nos gustaría encontrar parte de la respuesta ahora, en febrero de 2013, cuando va a renunciar a su misión petrina. Descubriremos con asombro que se pudo hacer mucho en el mundo de lo visible y cuantificable. Lo invisible, lo más profundo, lo que llega a los corazones, sólo lo conoce Dios.
Benedicto XVI asumió, desde el inicio de su trabajo como Papa, el mensaje íntegro del Concilio Vaticano II, como explicó a los cardenales que lo habían elegido. Buscó defenderlo de interpretaciones erróneas. Supo tender la mano a quienes, como los seguidores del obispo Lefebvre, no lo habían comprendido. Intentó aplicarlo de modo correcto y profundo en puntos no siempre bien interpretados.
Con la mirada puesta en el Concilio convocó un Año de la fe (2012-2013), para celebrar y meditar, tras 50 años de su inicio, lo que significó aquel acontecimiento iniciado por Juan XXIII y llevado a puerto por Pablo VI.
En estos casi ocho años el Papa nos ha regalado tres encíclicas. La primera (Deus caritas est), firmada en diciembre de 2005 y publicada a inicios de 2006, está dedicada al tema del amor. La segunda (Spe salvi), dada a luz a finales de 2007, trata de la esperanza. La tercera (Caritas in veritate), de 2009, analiza y aplica la doctrina social de la Iglesia para el contexto que ahora vive el mundo globalizado.
En estos años Benedicto XVI ha presidido cinco Sínodos de los obispos. Uno dedicado a la Eucaristía (en 2005); otro a la Palabra de Dios en la vida de la Iglesia (en 2008); dos especiales, uno para África (en 2009) y otro para analizar la situación de los católicos en Medio Oriente (en 2010); y uno para el tema de la Nueva evangelización (en 2012).
Por lo que se refiere a sus viajes apostólicos, el Papa realizó importantes viajes fuera de Italia: a Brasil (en 2007), para dar inicio a los trabajos de la Conferencia general del episcopado latinoamericano. A varios países de África: Camerún y Angola (en 2009), y a Benin (en 2011, para entregar la exhortación postsinodal Africae munus). A varios países de Europa: Alemania (en los años 2005, 2006 y 2011), España (2006, 2010 y 2011), Polonia (2006), Austria (2007), Francia (2008), República Checa (2009), Gran Bretaña y Portugal (2010).
Viajó a Turquía, tras las huellas de san Pablo, en 2006. También visitó los Estados Unidos de América y dirigió un importante discurso a las Naciones Unidas (en abril de 2008). Llegó hasta las lejanas tierras de Australia, para la Jornada Mundial de la Juventud en Sydney (2008). Y visitó, como lo habían hecho Pablo VI y Juan Pablo II, Tierra Santa (mayo de 2009).
En el año 2012 tuvo el valor de volar a América para visitar México y Cuba. Y también ese mismo año quiso visitar el Líbano para entregar simbólicamente a todos los católicos de Medio Oriente la exhortación apostólica postsinodal Ecclesia in Medio Oriente.
Sin poder llegar físicamente, el Papa tuvo siempre muy cerca de su corazón a los católicos en China, a los que envió una importante carta el 27 de mayo de 2007, y a los que acompañó con reuniones especiales tenidas en el Vaticano durante estos años.
Italia también fue objeto de 30 viajes del Vicario de Cristo. El último, el 4 de octubre de 2012, lo llevó como peregrino a Loreto, para evocar el famoso viaje que Juan XXIII hiciera poco antes del Vaticano II.
En la diócesis de Roma el Papa se hizo presente en varias parroquias, con el deseo de contactar directamente con los párrocos y los fieles de la Ciudad Eterna. Conservan una frescura especial sus discursos, espontáneos, a los sacerdotes de la Ciudad Eterna y a los seminaristas del Colegio romano.
En estos años de pontificado Benedicto XVI acogió a millares de obispos de todo el mundo. Llegados a Roma para la visita que hacen, cada cinco años (o con un espacio de tiempo mayor), al Sucesor de Pedro, o por otros motivos, encontraron en el Papa a un hermano en el episcopado y a un servidor incansable del Evangelio.
En estos años promovió varias iniciativas para avivar la vida de la Iglesia. En el año 2008 inauguró un Año paulino, para recordar el bimilenario del nacimiento de san Pablo. De junio de 2009 a junio de 2010 ha invitado a los sacerdotes y a los fieles de todo el mundo a un Año sacerdotal, tras cumplirse 150 años de la muerte del cura de Ars. Y desde octubre de 2012 la Iglesia se encuentra en el Año de la fe, que terminaría, Dios mediante, en noviembre de 2013.
En estos años dirigió su palabra, casi sin interrupción, en centenares de audiencias generales de los miércoles en el Vaticano. En ellas, acogió y concluyó un ciclo temático dedicado a los Salmos, que había sido iniciado por Juan Pablo II en sus últimos años de Papa. Luego, empezó una serie de catequesis sobre los apóstoles y los discípulos más cercanos al Señor, sobre la Iglesia primitiva, sobre los Santos Padres y sobre los santos y hombres de fe más representativos a lo largo de los siglos. Durante estas catequesis insertó un ciclo sobre san Pablo (2008-2009), y varias audiencias estuvieron dedicadas al Año sacerdotal o a diversos acontecimientos de la Iglesia. Las temáticas de los últimos meses fueron la oración y, con motivo del Año de la fe, esa virtud teologal que nos une a Dios y a su mensaje.
En estos años, Benedicto XVI promovió la vida litúrgica, especialmente la centralidad de la Eucaristía. Tienen una importancia especial dos documentos: la exhortación apostólica postsinodal Sacramentum caritatis (publicada en 2007); y el Motu Proprio Summorum Pontificum sobre la Liturgia romana anterior a la Reforma de 1970 (también publicado en 2007). Ha habido otras medidas concretas, como la petición de una más fiel traducción de las palabras consacratorias de la Misa. Estas intervenciones buscaron rescatar el genuino sentido de la liturgia y revitalizar el rito romano de la Misa usado hasta las reformas del Concilio Vaticano II.
No podemos olvidar tantas homilías en las que Benedicto XVI, con un profundo sentido espiritual, quiso ilustrar signos y aspectos que forman parte de la liturgia de la Iglesia y que merecen ser vividos de modo consciente y en un clima de fe orante.
En estos años el Papa dio pasos concretos en el diálogo ecuménico y tomó disposiciones para acoger a grupos importantes de la iglesia anglicana que deseaban volver a la plena comunión con la Iglesia católica (especialmente con la constitución apostólica Anglicanorum coetibus, publicada en 2009).
En estos años promovió el diálogo interreligioso, con momentos de mayor visibilidad durante las ya recordadas visitas a Turquía (2006) y a Tierra Santa (2009), y en la histórica presencia de Benedicto XVI en la Sinagoga de Roma (en enero de 2010).
En estos años pudo continuar su trabajo como teólogo al dar forma concreta a un sueño que llevaba en su corazón antes de ser elegido Papa: escribir tres libros sobre Jesucristo, dos con el título de Jesús de Nazaret, publicados en 2007 y 2011 respectivamente; y otro sobre La infancia de Jesús (2012).
Se podrían comentar tantos otros aspectos eclesiales, culturales, teológicos, filosóficos, y simplemente humanos, de estos casi ocho años que han marcado el corazón y la vida de la Iglesia desde los gestos y las palabras de un Papa, Benedicto XVI, que fue elegido con 78 años, y que supo trabajar, sencillamente, con la mirada fija en quien un día le llamó y le dijo: “Sígueme”.
Hoy está a punto de dejar su puesto de Vicario de Cristo, de Sucesor de san Pedro. Libremente, con un gesto valiente y bien ponderado, vuelve a confiar en el Maestro y espera, con su renuncia, dejar espacio a la llegada de un nuevo Obispo de Roma que tenga las energías y la salud necesarias para guiar a la Iglesia en estos momentos de la historia.
Llenos de gratitud hacia este “humilde servidor”, millones de católicos elevan una oración agradecida y una súplica confiada a Dios Padre, por el Hijo, en el Espíritu Santo, con la intercesión de la Virgen Santísima y de los Santos, por la salud y las intenciones de Benedicto XVI.
En estos momentos de intensa emoción, recordamos sus primeras palabras como Obispo de Roma, el 19 de abril de 2005, cuando saludaba a la gente desde el balcón central de la Basílica de San Pedro:
“Queridos hermanos y hermanas: después del gran Papa Juan Pablo II, los señores cardenales me han elegido a mí, un simple y humilde trabajador de la viña del Señor.
Me consuela el hecho de que el Señor sabe trabajar y actuar incluso con instrumentos insuficientes, y sobre todo me encomiendo a vuestras oraciones.
En la alegría del Señor resucitado, confiando en su ayuda continua, sigamos adelante. El Señor nos ayudará y María, su santísima Madre, estará a nuestro lado. ¡Gracias!”
¡Muchas gracias a Ud., Santo Padre!