Se dice que la Iglesia ha sido sacudida por fuertes tormentas en los últimos tiempos, se menciona el escándalo de la pederastia, se suponen traiciones internas ejemplificando con la deslealtad de un empleado del Papa, se abunda sobre la deserción de la fe y el crecimiento de las sectas y la agresiva presencia del Islam.
Así es, en los últimos tiempos -que se iniciaron hace 21 siglos- veremos siempre a la Iglesia asediada.
Primero su fundador fue asesinado y sus primeros colaborados murieron martirizados, pero sus asesinos no prevalecieron, la Iglesia creció y se extendió. Después hubo quienes quisieron imponer sus ideas sobre Dios rompiendo la unidad, pero no prevalecieron, las herejías las conocemos en los libros de historia. Los emperadores romanos celosos de su “divinidad” la quisieron imponer sobre la Iglesia iniciando la pléyade de mártires que sigue habiendo hasta hoy mismo, esos perseguidores no prevalecieron, el mismo Imperio llegó a ser cristiano. Más adelante surgieron malos gobernantes que ambicionaron encabezar a la Iglesia y apoyaron los intereses egoístas contra Roma, pero no prevalecieron, y hoy asistimos al regreso a la comunión eclesial de sus súbditos.
Nunca han faltado personajes que, solapada o abiertamente, han tramado la destrucción de la Iglesia; La Masonería marcó una etapa de conspiración tenebrosa contra la Iglesia, pero no prevaleció, hoy sus “tenidas” tienen mayor tinte de intereses comerciales y politiqueros.
En los últimos siglos, nuestro egoísmo causó divisiones que hoy la corriente ecuménica está buscando eliminar por medio de la oración y el encuentro fraterno, el encono fratricida no prevaleció, hoy nos reunimos para implorar el don de la plena unidad cristiana.
En el siglo XX hubo dos intentos diabólicos de destruir la Iglesia: el nazismo y el comunismo. El primero anunció un imperio racista de mil años y llevó a la muerte a millones de personas -entre ellas un número considerable de judíos-, su imperio no prevaleció, duró doce años y su fundador se suicidó. Los líderes comunistas baladronearon diciendo que acabarían con la Iglesia y su “opio del pueblo”, pero no prevalecieron y en un soplo de la historia se derrumbaron sus muros de odio y de crimen. Hoy la Iglesia renace en los países otrora oficialmente ateos.
Algunos soberbios quisieron levantar la razón como nueva diosa, y sus seguidores anunciaron que la ciencia disipaba las tinieblas impuestas por la sinrazón de la religión, pero no prevalecieron, como lo dice Bertrand Russel (Ciencia y religión, FCE, p. 169): “La guerra entre la ciencia y la teología cristiana, a despecho de escaramuzas ocasionales en las avanzadas, casi ha terminado, y pienso que muchos cristianos admitirán que su religión ha salido ganando”. Hoy son más los científicos auténticos que admiran la obra de la Creación en las partículas atómicas al igual que en la majestuosidad de las constelaciones.
Hoy parece prevalecer el ateísmo práctico acompañado de sus comparsas: el relativismo moral y el laicismo militante, per no prevalecerán. Ya están siendo vencidos por la humildad y la prudencia que el Espíritu fortalece en su Iglesia (renuncia de Benedicto XVI), virtudes estas que con paciente firmeza van disolviendo los cánceres que aquejan nuestro cuerpo eclesial y en cada célula enferma van regenerando la vida al paso de la Nueva Evangelización. A despecho de los torpes profetas mínimos que anuncian crisis y estertores en la Iglesia, las insidias del mal no prevalecerán; estamos asistiendo a la primavera de la Iglesia (elección del nuevo Papa), cada uno de nosotros la percibimos regresando a la alegría de vivir en presencia de Dios, viendo como se cumple la palabra de Cristo: “Las puertas del infierno no prevalecerán”.