Mario Vargas Llosa, el liberal, ha comentado la partida del Papa Benedicto XVI. Desde su perspectiva, distante de la Iglesia, ha escrito uno de los más interesantes elogios a quien, desde su punto de vista, decidió dejar el Solio de Pedro, porque desprecia el poder.
Vargas Llosa reflexiona desde fuera de la Iglesia, sin entenderla, pero admirando la personalidad del Papa Benedicto XVI y explicando, a su modo, el porqué de su estilo, aunque desde su punto de vista, los decididos y valientes esfuerzos del Papa por responder a los “descomunales desafíos” que enfrentó, no hayan tenido éxito.
Tal diagnóstico, sin duda, contrasta con la perspectiva del Pontífice, quien durante su última audiencia y en sus recientes discursos ha destacado la lozanía y fortaleza que hoy vive la Iglesia, aunque algunos –como Vargas Llosa- la vean en decadencia. Y es que unos ven sólo con los ojos materiales y en horizontes limitados, mientras que el Vicario de Cristo ve con los ojos del espíritu y habla de su experiencia directa que como un clamor se manifestó en torno a él con motivo de su renuncia. El sabe dónde radica la fuerza de la Iglesia y lo expresó en su última audiencia: “En este momento, dentro de mí hay mucha confianza, porque sé, porque todos sabemos que la palabra de verdad del Evangelio es la fuerza de la Iglesia, es su vida.”
Y agregó:
“Así, se puede sentir qué es la Iglesia -no es una organización, no es una asociación con fines religiosos o humanitarios, sino un cuerpo vivo, una comunidad de hermanos y hermanas en el Cuerpo de Jesucristo, que nos une a todos. Experimentar la Iglesia de esta manera y casi poder tocar con las manos la fuerza de su verdad y de su amor es una fuente de alegría, en un tiempo en que muchos hablan de su decadencia. Y, sin embargo, vemos como la Iglesia hoy está viva”.
Un gran intelectual
Pero hay que detenerse un poco en el amplio artículo de Vargas Llosa publicado en El País.
En primer lugar califica a quien él insiste en llamar Joseph Ratzinger como un intelectual, especie hoy en extinción. Lo describe como un hombre de biblioteca y de cátedra, de reflexión y de estudio, ubicándolo entre los Pontífices más inteligentes y cultos que ha tenido en toda su historia la Iglesia católica.
Sin embargo, lo califica de anacrónico dentro de la anacrónica Iglesia, en un mundo en el que las ideas y las razones importan menos que las imágenes y los gestos. Y aunque muestra su desacuerdo con él, reconoce las novedosas y audaces reflexiones que hizo en torno a problemas morales culturales y existenciales de nuestro tiempo “que lectores no creyentes podían leer con provecho y a menudo –a mi me ha ocurrido, confiesa- turbación.”
De la encíclica Spe salvi elogia su vigor dialéctico y una elegancia expositiva que la destaca respecto de otros documentos eclesiales. Todo ello en uno de los periodos más difíciles de la Iglesia, dice él. Particularmente destaca el problema de la secularización de la sociedad y los escándalos que han aflorado en la Iglesia, que el Papa enfrenó con firmeza. No deja de mencionar, citando a L’Osservatores Romano, que se trata de un “pastor rodeado por lobos”.
Evitó la desintegración y la anarquía
Al referirse a su ortodoxia en temas delicados y de gran debate en nuestro tiempo, Vargas Llosa califica a Joseph Ratzinger como “un anacronismo dentro del anacronismo en que se ha ido convirtiendo la Iglesia”. Pero, reconoce de inmediato, “sus razones no eran tontas ni superficiales y quienes las rechazamos, tenemos que tratar de entenderlas por extemporáneas que nos parezcan. Estaba convencido que si la Iglesia católica comenzaba abriéndose a las reformas de la modernidad su desintegración sería irreversible y, en vez de abrazar su época, entraría en un proceso de anarquía y dislocación internas capaz de transformarla en un archipiélago de sectas enfrentadas unas con otras, algo semejante a esas iglesias evangélicas“.
Con honestidad intelectual reconoce que sólo a nosotros, los católicos, corresponde juzgar si fue acertada o no la actuación de Benedicto XVI, aunque advierte que mal harían los no creyentes en festejar como una victoria del progreso y de la libertad, lo que para él es el fracaso de Joseph Ratzinger, pues él “no sólo representaba la tradición conservadora de la Iglesia, sino, también, su mejor herencia: la de la alta y revolucionaria cultura clásica y renacentista que, no lo olvidemos, la Iglesia preservó y difundió a través de sus conventos, bibliotecas y seminarios, aquella cultura que impregnó al mundo entero con ideas, formas y costumbres que acabaron con la esclavitud y, tomando distancia con Roma, hicieron posibles las nociones de igualdad, solidaridad, derechos humanos, libertad, democracia, e impulsaron decisivamente el desarrollo del pensamiento, del arte, de las letras, y contribuyeron a acabar con la barbarie e impulsar la civilización.”
El Señor no deja hundir su barca
Nuevamente es de lamentarse la falta de fe del escritor peruano, pues a pesar de esta serie de reconocimientos a la persona del Papa, no entiende ni había escuchado cuando escribió, la visión espiritual que Benedicto XVI expuso en su última audiencia y que contiene un mensaje de fe, consuelo y esperanza respecto de los tiempos que ha vivido siempre la Iglesia y también se han manifestado en su pontificado: “ha tenido momentos de alegría y de luz, pero también momentos difíciles; me he sentido como San Pedro con los Apóstoles en la barca del lago de Galilea: el Señor nos ha dado muchos días de sol y de brisa ligera, días en que la pesca ha sido abundante; también ha habido momentos en que las aguas estaban agitadas y el viento contrario, como en toda la historia de la Iglesia, y el Señor parecía dormir. Pero siempre supe que en aquella barca estaba el Señor y siempre he sabido que la barca de la Iglesia no es mía, no es nuestra, sino que es suya. Y el Señor no deja que se hunda: es El quien conduce, ciertamente también a través de los hombres que ha elegido, porque así lo quiso. Esta ha sido una certeza que nada puede empañar. Y por eso hoy mi corazón está lleno de gratitud a Dios porque no ha dejado nunca que a su Iglesia entera y a mí, nos faltasen su consuelo, su luz, su amor.”
Al servicio de la oración
Finalmente quisiera destacar una dimensión que omite Vargas Llosa y que, precisamente, será la que desde ahora caracterice a Benedicto XVI, su dimensión orante, a imitación de Jesús, que en los momentos trascendentes se retiraba a orar. Fue un Vicario orante y ya como emérito también lo será, con nosotros: “Sí, alegrémonos por el don de la fe; es el don más precioso, que ninguno puede quitarnos! Demos gracias al Señor por ello todos los días, con la oración y con una vida cristiana coherente. ¡Dios nos ama, pero espera que también nosotros lo amemos!”
Claramente ha definido y nos ha comunicado su aporte futuro a la vida de la Iglesia: “No abandono la cruz, sigo de un nuevo modo junto al Señor Crucificado. No ostento la potestad del oficio para el gobierno de la Iglesia, sino que me quedo al servicio de la oración, por así decirlo, en el recinto de San Pedro.”
Lejos de abatirse o retirarse derrotado, como pretende Mario Vargas Llosa, el Papa Benedicto XVI dejará de serlo en una circunstancia nueva que no es de luto ni de dolor, aunque si estará marcada por la nostalgia de quienes añoraremos sus enseñanzas, pero lo hace en medio de la confianza que tiene y que nos compartió en su exhortación final al dar las gracias a la Iglesia toda, representada por cerca de 200 mil feligreses presentes en San Pedro para despedirlo: “Dios guía a su Iglesia, la sostiene siempre, y especialmente en tiempos difíciles. No perdamos nunca esta visión de fe, que es la única verdadera visión del camino de la Iglesia y del mundo. En nuestro corazón, en el corazón de cada uno de vosotros, haya siempre la gozosa certeza de que el Señor está a nuestro lado, no nos abandona, está cerca de nosotros y nos envuelve con su amor.”
Creyentes y no creyentes serenos y equilibrados reconocemos al gran Papa que fue Benedicto XVI. ¡Que Dios lo bendiga!