El Concilio Vaticano II (1962-1965) tuvo dos modos de expresarse. Uno virtual, en los medios de comunicación. Otro real, en los documentos aprobados por los Padres conciliares y por el Papa.
Se trata de dos concilios muy diferentes, incluso en algunos puntos antagónicos. ¿Cuál de los dos ha “vencido”?
El 14 de febrero de 2013, tres días después de haber anunciado su dimisión, Benedicto XVI puso ante los ojos de los sacerdotes de Roma y ante toda la Iglesia este tema.
¿Qué fue exactamente lo que dijo el entonces Papa? Después de haber expuesto algunas reflexiones sobre el modo de proceder y sobre contenidos importantes del Concilio Vaticano II, Benedicto XVI quiso añadir una última idea:
“Estaba el Concilio de los Padres -el verdadero Concilio-, pero estaba también el Concilio de los medios de comunicación. Era casi un Concilio aparte, y el mundo percibió el Concilio a través de éstos, a través de los medios. Así pues, el Concilio inmediatamente eficiente que llegó al pueblo fue el de los medios, no el de los Padres”.
La afirmación inicial es clara: la gente no conoció el “verdadero Concilio”, sino lo que dijeron sobre el Concilio los medios de comunicación social. De este modo, se establecía una clara distinción entre la realidad (lo que aprobó el Concilio) y las opiniones e interpretaciones de los periodistas y de quienes los “usaron” para difundir sus propias ideas.
El Papa continuó con estas palabras:
“Y mientras el Concilio de los Padres se realizaba dentro de la fe, era un Concilio de la fe que busca el intellectus, que busca comprenderse y comprender los signos de Dios en aquel momento, que busca responder al desafío de Dios en aquel momento y encontrar en la Palabra de Dios la palabra para hoy y para mañana; mientras todo el Concilio -como he dicho- se movía dentro de la fe, como fides quaerens intellectum, el Concilio de los periodistas no se desarrollaba naturalmente dentro de la fe, sino dentro de las categorías de los medios de comunicación de hoy, es decir, fuera de la fe, con una hermenéutica distinta”.
La diferencia entre los dos concilios era clara: uno, el verdadero, nacía y se movía en un clima de fe, desde las palabras y las votaciones de los obispos (sucesores de los Apóstoles) unidos entre sí y con el Papa (sucesor de san Pedro). El otro, el virtual, pensaba de modo mundano, con categorías ajenas a la fe y a la auténtica comprensión de lo que es la Iglesia. Este concilio virtual usaba, sobre todo, una “hermenéutica política”. Así lo explicaba el Papa:
“Para los medios de comunicación, el Concilio era una lucha política, una lucha de poder entre diversas corrientes en la Iglesia. Era obvio que los medios de comunicación tomaran partido por aquella parte que les parecía más conforme con su mundo. Estaban los que buscaban la descentralización de la Iglesia, el poder para los obispos y después, a través de la palabra «Pueblo de Dios», el poder del pueblo, de los laicos. Estaba esta triple cuestión: el poder del Papa, transferido después al poder de los obispos y al poder de todos, soberanía popular. Para ellos, naturalmente, esta era la parte que había que aprobar, que promulgar, que favorecer”.
De este modo, los periodistas promovían una visión política y humana, demasiado humana, de la Iglesia y de sus miembros. Ello valía no sólo para el “gobierno” (la tarea de guiar a los fieles) sino para la liturgia, como evidenció Benedicto XVI:
“Y así también la liturgia: no interesaba la liturgia como acto de la fe, sino como algo en lo que se hacen cosas comprensibles, una actividad de la comunidad, algo profano. Y sabemos que había una tendencia a decir, fundada también históricamente: lo sagrado es una cosa pagana, eventualmente también del Antiguo Testamento. En el Nuevo [Testamento] vale sólo que Cristo ha muerto fuera: es decir, fuera de las puertas, en el mundo profano. Así pues, sacralidad que ha de acabar, profanidad también del culto. El culto no es culto, sino un acto del conjunto, de participación común, y una participación como mera actividad”.
Esta visión mediática del Concilio se aplicó no sólo al gobierno y a liturgia, sino también a la Escritura. Y como la prensa (periódicos, radio, televisión) eran asequibles a todos, el Concilio virtual triunfó y causó grandes daños:
“Sabemos en qué medida este Concilio de los medios de comunicación fue accesible a todos. Así, esto era lo dominante, lo más eficiente, y ha provocado tantas calamidades, tantos problemas; realmente tantas miserias: seminarios cerrados, conventos cerrados, liturgia banalizada”.
¿Qué ocurría, mientras, con el “verdadero Concilio”? En un ambiente distorsionado resultaba difícil llegar a una concreta y adecuada aplicación del mismo. Sin embargo, el “Concilio real” estaba vivo, listo para romper las distorsiones del “Concilio virtual”.
“Me parece que, 50 años después del Concilio, vemos cómo este Concilio virtual se rompe, se pierde, y aparece el verdadero Concilio con toda su fuerza espiritual. Nuestra tarea, precisamente en este Año de la fe, comenzando por este Año de la fe, es la de trabajar para que el verdadero Concilio, con la fuerza del Espíritu Santo, se realice y la Iglesia se renueve realmente”.
Estas palabras de Benedicto XVI, pronunciadas en los últimos momentos de su pontificado, abren un horizonte de reflexiones y de esperanza. Es cierto que la Iglesia vive en el mundo y que el mundo, ayudado por poderosos medios de comunicación, puede desvirtuar el mensaje del Evangelio y engañar a miles de personas. Pero también es cierto que la victoria definitiva está siempre en manos de Dios. Por eso el Papa terminaba sus palabras a los sacerdotes con una invitación a la esperanza desde una certeza: la victoria de Cristo.
“Confiemos en que el Señor nos ayude. Yo, retirado en mi oración, estaré siempre con vosotros, y juntos avanzamos con el Señor, con esta certeza: ¡vence el Señor!”.