En su artículo “Los datos revelan la escalada de abortos en China”, Simon Rabinovitch informa que ha habido 336 millones de abortos, 196 millones de esterilizaciones y 403 millones de inserciones del abortivo dispositivo intrauterino (DIU) en China desde 1971. Rabinovitch señala que los médicos chinos abortan anualmente unos 7 millones de bebés, esterilizan casi 2 millones de hombres y mujeres e insertan 7 millones de DIU, aunque las cifras precisas no se obtienen fácilmente. Mi primera reacción ante esta información fue de horror y disgusto. Recordemos que estos datos representan las actividades antivida de un país solamente.
Luego de leer el artículo de Rabinovitch, le pedí a Brian Clowes, PhD, director de educación e investigación de HLI, investigar el número de abortos en todo el mundo desde 1973. Los resultados fueron terriblemente asombrosos. El Dr. Clowes calcula que ha habido más de 1,720 millones de abortos durante los últimos 40 años, una tendencia que no está disminuyendo sino creciendo a ritmo exponencial en la medida en que más y más países aceptan y legalizan la anticoncepción y el aborto como métodos para controlar la natalidad, siempre promovidos con los eufemismos de “planificación familiar” y “salud reproductiva”.
Francamente, la investigación del Dr. Clowes me dejó frío. Es difícil de imaginar o de creer que la humanidad haya caído – y continúe cayendo – a un nivel tan bajo en cuanto a la falta de respeto hacia la vida humana. Uno pensaría que hemos aprendido de la historia y de las consecuencias de decisiones intrínsecamente malas. Así como hubo un grito de indignación ante los campos de concentración de la II Guerra Mundial, así también debe haberlo ante esta matanza de los últimos 40 años. Tristemente, los gritos que claman por justicia de estas víctimas – así como también los de otros vulnerables hermanos nuestros: los pobres, los ancianos y los incapacitados – quedan sepultados bajo las crecientes olas de relativismo, desarrollo económico y “derechos” sin responsabilidades.
¿Cuál será el punto de saturación? ¿Cuántos más morirán para satisfacer el apetito humano de destrucción?
San Pablo, en su carta a los Efesios, señala el camino hacia la única solución a nuestro dilema:
“Y a vosotros que estabais muertos en vuestros delitos y pecados, en los cuales vivisteis en otro tiempo según el proceder de este mundo, según el Príncipe del imperio del aire, el Espíritu que actúa en los rebeldes… entre ellos vivíamos también todos nosotros en otro tiempo en medio de las concupiscencias de nuestra carne, siguiendo las apetencias de la carne y de los malos pensamientos, destinados por naturaleza, como los demás, a la Cólera… Pero Dios, rico en misericordia, por el grande amor con que nos amó, estando muertos a causa de nuestros delitos, nos vivificó juntamente con Cristo – por gracia habéis sido salvados – y con él nos resucitó y nos hizo sentar en los cielos en Cristo Jesús, a fin de mostrar en los siglos venideros la sobreabundante riqueza de su gracia, por su bondad para con nosotros en Cristo Jesús. Pues habéis sido salvados por la gracia mediante la fe; y esto no viene de vosotros, sino que es don de Dios; tampoco viene de las obras, para que nadie se gloríe” (Efesios 2:1-9).
Miremos en derredor nuestro y démonos cuenta de lo que el pecado le hace al mundo, a la gente. La modernidad nos quiere hacer creer que todas nuestras necesidades pueden ser satisfechas plenamente por medio de artificios y avances humanos, pero un mundo sin Dios – sin Amor – es un mundo sin sentido ni propósito.
Jesús pone al descubierto la herida que nuestras transgresiones han causado y nos ofrece el bálsamo de la curación. Jesús toma sobre sí mismo el mal, la suciedad, el pecado del mundo y lo limpia con su sangre. Le devuelve a la humanidad su propósito y su fin – la vida con el Padre. El mal nos ha cegado; Jesús nos restaura la vista.
Jesús nos muestra el verdadero camino de la vida al invitarnos a compartir plenamente en Su amor transformador. Su amor oblativo lo condujo a la cruz, revelando que el amor es más poderoso que la muerte y de esa manera destruyó la muerte para siempre. “Solamente cuando alguien valora el amor más que la vida, esto es, solamente donde haya alguien dispuesto a poner su vida después del amor, por amor, es que el amor llega a ser más fuerte que la muerte. Si va a ser más grande que la muerte, primero tiene que ser más grande que la vida” (Benedicto XVI, Introducción al cristianismo, p. 304). La cruz de Cristo conduce al gozo. Conduce al gozo de ser salvado. También nos ayuda a tomar nuestras propias cruces y a seguir Sus pasos.
Pocos días después de haber leído el artículo de Rabinovitch y de recibir la respuesta del Dr. Clowes, el Señor hizo que me acordara del poder transformador del amor como don de uno mismo. Estaba en Bossier City, Estado de Luisiana (EEUU), de pie junto a otros hermanos provida frente a un centro de abortos. Ese día recibimos la maravillosa noticia de que se habían salvado dos vidas – una madre y su bebé – el tercer rescate en este particular centro de abortos desde el comienzo de las vigilias de oración frente a instalaciones abortivas de la campaña 40 Días por la Vida. Pocos días después me enteré de que otra madre y su bebé se habían salvado. ¡El amor conquista y transforma el mundo!
La victoria que necesitamos lograr en el debate actual por la vida se encuentra en el verdadero sentido del Amor, el cual se revela en el mensaje de la Pascua de Resurrección. El poder de la muerte no prevalecerá. Podemos conquistar el mal. Jesús es la respuesta a nuestras preguntas y el remedio de nuestros dilemas humanos.
Nuestra plena participación en Su amor transformador es la levadura que necesitamos para transformar la actual “cultura” de muerte en una Cultura de Vida.
Santiago retó a los primeros cristianos a vivir su fe en Cristo Jesús: Tú tienes fe y yo obras. Demuéstrame tu fe sin obras y yo te demostraré mi fe por medio de mis obras (véase Santiago 2:14-17). Podemos cambiar las malas tendencias si cada cristiano abraza plenamente la vida en Jesucristo y refleja esa vida en la verdad y el amor.
En nombre de todos los misioneros provida de HLI alrededor del mudo, les deseo a todos unas felices y santas Pascuas de Resurrección.
Padre Shenan J. Boquet, Presidente de HLI