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¡Zaqueo, baja enseguida!

Reflexión dominical para el 3 de Noviembre de 2013. San Lucas nuestro compañero del ciclo C que pronto va a terminar, nos cuenta que Jesús levantó los ojos y dijo: “¡Zaqueo, baja enseguida, porque hoy tengo que alojarme en tu casa!”.

Y Zaqueo bajó enseguida. Veamos de qué manera.

El buen hombre quería ver a Jesús y “se subió a una higuera para verlo, porque tenía que pasar por allí”.

¿Quién era Zaqueo?

Lucas dice que era “jefe de publicanos y rico”.

El que los publicanos fueran ricos debía ser algo normal porque se dedicaban a recoger los impuestos de los judíos para entregarlos a Roma.

Pero tenían la fama, y posiblemente la realidad, de una característica especial: recibir los impuestos y colocar parte en sus bolsillos y parte en las bolsas de Roma.

Pues bien. Un hombre de dinero e importante hizo ese acto de humildad de treparse a un árbol delante de la multitud y el regalo no tardó:

Jesús el profeta, Jesús el de los milagros, el que hablaba como no ha hablado ningún hombre, el que enseñaba con autoridad… fue a su casa!!!

Y en la casa de Zaqueo todo cambió menos la envidia refinada de los fariseos que al verlo “murmuraban diciendo: ha entrado a hospedarse en casa de un pecador”.

Ellos entendían las cosas a su manera y lógicamente no podían comprender el actuar de Jesús que no tenía miedo a que el mal lo pudiera contaminar. Y por otra parte, sabía que había venido para “pescar” no justos sino pecadores.

Pero las cosas fueron muy distintas.

Jesús tocó el corazón de Zaqueo y lo cambió.

En un momento del banquete  el “enano” (la Biblia dice que “era bajo de estatura”), “se puso en pie y dijo al Maestro:

Mira la mitad de mis bienes, Señor, se la doy a los pobres. Y si de alguno me he aprovechado le restituiré cuatro veces más”.

En este relato tenemos unas bellas lecciones que aprender:

* La lección de la humildad que es fundamental para entrar en el Reino de los cielos y en la que insiste Jesús de muchas maneras. Recordemos, por ejemplo: “Aprendan de mí que soy manso y humilde de corazón”.

* La lección para sacerdotes, catequistas y evangelizadores en general.

Cuando vayamos a una casa debemos ser presencia de Cristo que toque y cambie los corazones. El hacerlo nos dará la seguridad y también la satisfacción de que actuamos en nombre de Cristo.

* La tercera lección es la enseñanza central de este domingo para todos:

En efecto, hoy nos habla la liturgia del amor paternal de Dios que no abandona a nadie. Más aún, nos busca a cada uno donde quiera que estemos. Dios es un Padre que quiere nuestra salvación.

Esto lo presenta la liturgia de este domingo en cinco momentos:

1. A Zaqueo lo busca Dios en su casa.

2. Pablo pide a los suyos que, con la ayuda de Dios, cumplan sus buenos propósitos y, con una simpática expresión, les advierte que estén siempre preparados para el encuentro con Jesús y “no pierdan fácilmente la cabeza, ni se alarmen por supuestas revelaciones, dichos o cartas nuestras, como si afirmásemos que el día del Señor está encima” (como vemos Pablo sale al paso de los chismes de quienes decían que él predicaba que ya se acercaba el fin del mundo).

3. El salmo aleluyático nos habla a todos del amor salvador de Dios y cómo la fe en Él nos salva: “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único. Todo el que cree en Él tiene vida eterna”.

4. El libro de la Sabiduría nos asegura el amor personal de Dios a cada uno de nosotros:

“Te compadeces de todos, porque todo lo puedes. Cierras los ojos a los pecados de los hombres para que se arrepientan.

Amas a todos los seres y no odias nada de los que has hecho… a todos perdonas porque son tuyos, Señor, amigo de la vida.

Todos llevan tu soplo incorruptible”.

5. Finalmente el salmo responsorial nos invita a terminar hoy advirtiéndonos que debemos ser agradecidos a Dios por su misericordia para con nosotros.

Alabémosle, pues, con el salmo 144:

“Te ensalzaré, Dios mío, mi Rey; bendeciré tu nombre por siempre jamás. Día tras día te bendeciré y alabaré tu nombre… El Señor es clemente y misericordioso…

Que todas tus criaturas te den gracias. Que te bendigan tus fieles”.

 José Ignacio Alemany Grau, obispo