Hablar de ciencia, para muchos, es sinónimo de hablar de amor a la verdad, de actitud abierta, de espíritu sanamente aventurero de búsqueda. De ahí que también muchos piensen que no puede haber dogmatismo en el mundo científico, precisamente porque un buen investigador no puede suponer que haya certezas absolutas en el estudio del mundo material: todo puede ser puesto en discusión a partir de nuevos datos observados.
La realidad, sin embargo, se nos presenta mucho más compleja. El científico es un ser humano como los demás. Valen para él las observaciones de la sociología y de la psicología, de la antropología y de la historia. Está abierto a intereses buenos y a intereses malos. Puede trabajar de modo honesto o someterse a deseos turbios o a las presiones de quienes pagan sus investigaciones y estudios.
Además, el científico tiene sus propias convicciones. Porque es convicción, por ejemplo, suponer que la realidad obedece a estas leyes y solo a estas leyes. Quien llega a esa convicción, encuentra serios problemas cuando un fenómeno “escapa” a las leyes consideradas como inmutables y absolutas. Si tiene actitudes dogmáticas, rechazará el fenómeno como ilusorio o como una información falsa. Si tiene una mente abierta, analizará mejor las nuevas informaciones recibidas y será capaz de repensar la teoría que hasta ese momento consideraba, erróneamente, como inmutable.
Basta con un poco de espíritu observador para descubrir que el dogmatismo existe, y mucho, en el mundo científico. Porque era una actitud dogmática la que llevaba a algunos enemigos de Galileo, muchos de ellos científicos, a criticarle con pasión. Y porque también era actitud dogmática la del mismo Galileo a la hora de despreciar las propuestas sobre los cometas elaboradas por otro científico, Kepler…
Algo parecido ocurre hoy cuando algún especialista declara que el embrión humano no sería miembro de la especie humana con una seguridad que sólo puede venir de prejuicios propios de un dogmatismo ajeno a la auténtica naturaleza del trabajo científico. O cuando un investigador se atrinchera en sus teorías sin abrirse a los datos que ofrecen otros investigadores y que ayudarían a comprender mejor nuevas dimensiones del mundo en el que vivimos.
Reconocer el peligro del dogmatismo entre los científicos permite relativizar algunas afirmaciones que hoy parecen “dogma” y que mañana serán puestas en discusión; y facilita una actitud más abierta a la hora de mirar realidades tan complejas como una célula o como el comportamiento de quien decide dedicar lo mejor de su vida al servicio de los pobres y los enfermos…