Las manifestaciones suscitan continuos debates. ¿Por qué? Porque en torno a ellas giran temas importantes en la vida de una ciudad o de un Estado, y porque los medios de comunicación saben “usar” las manifestaciones según sus intereses más o menos explícitos.
Por eso se comprende que una manifestación de pocos participantes reciba una atención desproporcionada en medios “informativos” que apoyan las ideas defendidas por aquella minoría. Al revés, esos mismos medios tenderán a minimizar, a veces a ridiculizar, aquellas manifestaciones que defiendan ideas que no van con su ideario, aunque sean multitudinarias.
Si, además, consideramos el triste espectáculo de las guerras de cifras que se dan tras una manifestación, el panorama es casi desolador. Los organizadores dan unas cifras y las autoridades otras; sobre todo, los medios informativos de uno y otro “bando” dan cifras mayores o menores según sus intereses.
Detrás de este tipo de fenómenos se esconden dos grandes engaños. El primero consiste en suponer que una propuesta queda ensalzada y llega a ser verdadera, buena y justa, si cuenta a su favor con manifestaciones multitudinarias. El engaño radica en que nunca una propuesta se convierte en verdadera, buena y justa desde el número de quienes la apoyan. Ni deja de ser buena si cuenta a su favor con pocos manifestantes. La validez de las propuesta se analiza con la razón, desde principios sanos y con la ayuda de hombres y mujeres honestos y sinceros.
El segundo engaño está en quienes manipulan las cifras como si así obtuvieran un beneficio. Tanto si manipulan “hacia abajo” (decir que eran menos manifestantes) o “hacia arriba” (decir que eran más), en los dos casos un periodista se rebaja y muestra no sólo poca profesionalidad, sino ese vicio que consiste en considerar que una mentira resulta beneficiosa para una causa concreta.
En realidad, nunca una mentira produce beneficios. Porque aunque a veces uno crea “ganar” y “triunfar” si engaña a los lectores u oyentes desde una pseudoinformación, en realidad pierde en su corazón, dañado por su deshonestidad, y tarde o temprano aparece esa gran herida que surge cuando salta a la luz la manipulación de un periodista: la desconfianza.
Mientras llega el día (¿llegará?) es que se consigan métodos científicos para medir cuánta gente participa en las manifestaciones, es necesario convencernos de que nunca algo será justo por ser defendido por muchos, y que no tiene ningún sentido apoyar un ideal que se supone noble desde mentiras. Si logramos estas convicciones, habremos ganado mucho a la hora de dar un juicio ponderado y sereno ante las manifestaciones que se producen continuamente en nuestro mundo inquieto y necesitado de verdades.