El padre abad encontró un poco de tiempo y se puso a escribir a un sobrino que había manifestado sus preferencias hacia el ateísmo.
“Un saludo, Jaime, esperando estés muy bien. Me enviaste una nota con varios puntos que según piensas bastan para sostener una postura atea. Espero con estas letras reflexionar un momento sobre tu mensaje y ver si podemos avanzar hacia algo que tanto tú como yo deseamos: la verdad.
Creo que tenemos un punto en común: sabemos que caminar en la vida sin verdades es peligroso, confuso, y, en ocasiones, dañino. Porque nadie se sienta a comer si tiene dudas sobre lo que tiene delante. Y porque suponer que una comida estaba en buenas condiciones cuando en realidad estaba infectada por un virus agresivo implica no sólo una desilusión (“me equivoqué”) sino daños concretos, como el inicio de una hepatitis…
Por lo mismo, no es vida sana la que se construye sobre suposiciones falsas. Por eso tú buscas que yo deje de ser católico, y yo intento ayudarte a encontrar en la Iglesia lo que yo he encontrado. Ninguno de los dos somos proselitistas. Simplemente, cada uno quiere ayudar al otro.
En esta perspectiva me has ofrecido tus argumentos: que la Iglesia ha hecho mucho daño en el pasado, que está basada en muchas mentiras, que la fe no puede nunca demostrarse, que la moral católica es dañina, que la idea del infierno no puede sostenerse, que los curas deberían casarse,… Sé que tu lista era más larga, pero sólo quiero recordar algunos puntos.
Ir uno por uno llevaría a escribir un libro. Podría responderte con una estrategia parecida a la tuya: que el ateísmo no convence, que ha habido miles de personas asesinadas por ateos, que la ética no llega a propuestas válidas si niega la existencia de Dios,…
El camino es interesante, y no es pérdida de tiempo analizar cada punto. Lleva tiempo, y a veces ayuda. Otras veces, no sirve para nada, porque el problema no está en los argumentos, sino en las actitudes.
Me explico. Puedo empezar por el punto de tu acusación contra los males que ha provocado la Iglesia (y añadirás otras religiones) en la historia humana. Te diré que una cosa es la doctrina y otra cosa es cómo vive la gente que dice aceptar tal doctrina. Cristo condenó el apego a los bienes materiales, y entre sus mismos discípulos había un ladrón, Judas.
En otras palabras, la historia de la Iglesia está escrita con tintas diferentes, tantas como tipos de bautizados: fervorosos, fanáticos, farisaicos, soberbios, humildes, borrachos, castos, caritativos, rencorosos, y la lista podría ser larguísima.
Esa lista también se puede aplicar a los musulmanes, a los protestantes, a los librepensadores, a los ateos,… ¿Por qué? Porque en cada grupo humano una cosa es lo que se dice creer, y otra lo que se hace. Además, en no pocas ocasiones uno dice ser católico y no conoce bien su fe. Como también hay quien dice ser ateo cuando simplemente es un agnóstico o un indiferente ante el tema religioso.
Así podríamos ir punto por punto, si hay un buen espíritu de diálogo. Tras un cierto tiempo, podríamos superar prejuicios, corregir afirmaciones, adquirir nuevas perspectivas. Pero corremos el riesgo de llegar un poco tarde a las cuestiones centrales.
Para mí, y paso a ser propositivo, la fe católica se construye sobre varios pilares esenciales. Me fijo en algunos. Uno consiste en creer que Cristo era verdadero Dios y verdadero Hombre. Otro, que ese Cristo nació de una Virgen, predicó, hizo milagros, murió y resucitó. Y otro, que ese Cristo fundó una Iglesia, y que esa Iglesia no es otra que la Iglesia católica.
He puesto simplemente algunas cartas sobre la mesa. Tendría que incluir otros puntos centrales, como la fe en un Dios que es Uno y a la vez Tres Personas; los sacramentos; la vida eterna, con un juicio, un cielo, un infierno y un purgatorio… Como ves, tendríamos materia para rato.
Pero quisiera ahora, de modo breve, fijarme sólo en una idea. Cristo fue un Hombre excepcional, tanto que fue amado y odiado en su tiempo, como en cierto modo también ahora encuentra seguidores entusiastas y enemigos enardecidos. ¿Por qué? Es parte del misterio de la vida de aquel galileo. Profundizar en la misma puede llevar a sorpresas, y vale la pena emprender el camino.
Ya me alargué un poco. Sé que estoy todavía en una especie de pórtico, y no sé si procedo de una manera adecuada. Al menos espero contar con tu benevolencia para seguir, si Dios lo permite (perdona que hable de Él, pero no puedo evitarlo) nuestra conversación.
Con mis mejores deseos para ti y tu familia, tu tío…”