Vamos en la segunda semana de Cuaresma. Es saludable detenernos un momento para reflexionar cómo estamos viviendo este tiempo litúrgico. Que no se nos olvide nuestra condición de bautizados, de seguidores y testigos de Jesucristo. Por distintos motivos, puede haber acontecimientos que nos distraigan o incluso distorsionen el espíritu cuaresmal, por ejemplo una celebración de cumpleaños o un encuentro entre familiares o amigos que hacía tiempo no nos veíamos.
También algunas costumbres podrían haber trastornado la intención original. Me explico mediante un ejemplo: los viernes de todo el año, especialmente los de Cuaresma, son para vivir de manera especial el espíritu penitencial. Con esa intención ha estado el criterio de abstenerse de comer carne; pero a la postre con frecuencia la comida de los viernes de Cuaresma es muy deliciosa, en lugar de sobria y sacrificada. Si acaso quienes hacen penitencia son las personas que pasan media mañana preparando la comida.
Teniendo en cuenta que Cristo Jesús indica tres tipos de obras de penitencia -y son la oración, el ayuno y la limosna-, san Agustín las relaciona bellamente, insistiendo en la calidad de la oración, pero también que las limosnas y el frugal ayuno son las alas que ayudan a nuestra oración a subir hacia el cielo.
Que la oración nos haga entrar con valentía y humildad en la realidad de quiénes somos, pecadores que nos duela haber pecado; pero la conciencia de nuestras miserias no nos hunda, sino que la oración nos haga entrar en la esperanza de la misericordia de Dios, Quien nos perdona si nos arrepentimos de corazón.
La limosna y el ayuno nos ayudan a vencernos a nosotros mismos y a estar atentos a los demás.
Pero lo importante de la penitencia cuaresmal no es la magnitud de nuestro esfuerzo sino, por el contrario, saber morir a nosotros mismos para unirnos más a Cristo. De esta manera la Cuaresma nos vaya acercando al Triduo Pascual para culminar en el gozo de la Pascua.
A 20 de marzo de 2014
+ Rodrigo Aguilar Martínez
Obispo de Tehuacán