Hay cambios para bien y cambios para mal. Hay cambios que gustan y cambios que desagradan. Hay cambios aplaudidos y cambios criticados.
El mundo camina entre cambios. Es imposible detener la marcha de la historia. El problema está en la dirección que dar a los propios pasos.
¿Aumentar las libertades o los impuestos? ¿Mejorar la sanidad pública o promover la privada? ¿Acoger a inmigrantes ilegales o establecer límites al número de extranjeros que buscan trabajo en un Estado?
En lo cercano, en la propia casa, ¿mejorar la dieta vegetariana o dejar más espacio al pescado? ¿Preferir manzanas o cítricos? ¿Combinar mejor las medicinas tradicionales o escoger unas pastillas multivitamínicas?
Incluso la opción de no mover nada es, en cierto sentido, un modo de cambiar hacia el inmobilismo: si uno piensa que ya hubo antes muchos cambios, ahora tocaría un periodo de estabilidad para mantener las opciones del pasado.
Cambios, cambios, cambios. Inevitables, sí, pero llenos de incertezas. Porque lo que fue aplaudido como el inicio mejoras económicas se ha convertido en un rompecabezas de fallos y de reparaciones sumamente costoso.
Cada ser humano encierra en su corazón una cantidad insospechada de iniciativas y de inquietudes. Nunca encontrará una paz completa, por más cambios que realice. Porque lo que hoy parecía el inicio de una vida más serena se ha convertido en una obsesión que esclaviza y que daña, a uno mismo y, en ocasiones, también a familiares y amigos.
Estamos siempre en tiempo de cambios. Esperamos que sean para el bien, que promuevan la justicia, que abran lazos entre los hombres y las mujeres de cerca o de lejos.
Mucho depende de cada uno. Las decisiones serán buenas si nacen desde un corazón grande y una mente disponible para escuchar a Dios y para percibir las necesidades más apremiantes de mis hermanos…